"—Señor Baldur, iré a la ciudad… —comentó Max mientras arreglaba la correa de su mochila al hombro—. Necesito comprar unas herramientas para intentar arreglar mi vieja nave y algunos dispositivos de mi planeta.
—Mmm… no me parece mala idea —respondió Baldur, alzando una ceja, interesado—. Sería interesante ver un poco de la tecnología de tu mundo… ¿Necesitas dinero para comprar lo que te haga falta?
—¿Eh? —dijo Max, deteniéndose un momento en la puerta para voltear a mirarlo, casi ofendido—. No me trate como a un niño, señor… tengo mis ahorros.
Baldur soltó una leve sonrisa mientras asentía, sentado a la entrada de la casa.
—Está bien… pero cuídate —dijo con tranquilidad—. Y mira a ambos lados al cruzar, no quiero que termines rompiendo autos ajenos…
—¿Por quién me toma? —bufó Max mientras reanudaba la marcha, alzando una mano en señal de despedida, casi divertida."
…
Max caminaba por la acera con una pequeña bolsa de tela al hombro. Dentro tintineaban unas herramientas simples: un par de llaves y destornilladores que le habían costado una pequeña fortuna.
—Si hubiera sabido que las herramientas eran tan caras, habría aceptado el dinero de Baldur… —gruñó para sí mismo, con la vena de la frente palpitando de enojo—. Solo unas llaves y destornilladores… ¡Me lleva la…!
De repente, un estruendo lo detuvo en seco en mitad de la calle. Miró alrededor, confundido, tratando de descifrar de dónde venía el sonido. Antes de reaccionar, un chirrido de neumáticos resonó a sus espaldas, seguido de un impacto brutal.
El vehículo lo embistió de lleno… pero para sorpresa de ambos, fue la delantera del auto la que acabó destrozada, mientras Max seguía de pie, casi intacto.
—¡Oh no! ¿Te encuentras bien? —gritó desesperado el conductor al salir apresurado del auto, pero al ver que Max seguía allí, sin un rasguño, enmudeció de inmediato.
Max bajó la mirada al auto, suspiró y soltó una leve maldición.
—Maldita sea… El señor Baldur me va a regañar por esto… —murmuró mientras fruncía el ceño y alzaba la cabeza para ver al conductor aterrorizado.
—Hagamos algo —dijo Max, acercándose al hombre y alzando un dedo para darle importancia a la oferta—. Yo no diré nada… si tú no dices nada.
El conductor asintió rápidamente, casi al borde de las lágrimas.
—Trato hecho… —respondió con un hilo de voz.
Max soltó un bufido, reajustó la bolsa de herramientas en su hombro y continuó su camino, como si nada hubiera pasado.
Tras dar unos pasos, un nuevo estruendo rasgó el aire, haciendo que Max se detuviera en seco.
—¿Qué mierda está pasando ahora? —gruñó para sí mismo al alzar la cabeza, alerta.
Alrededor, la calma de la calle se convirtió en caos. Varias personas corrían despavoridas en dirección contraria a donde Max iba. Sin pensarlo, alcanzó a detener a una mujer que pasaba a toda prisa, casi tropezando contra él.
—¿Qué sucede? —le preguntó con firmeza.
—¡Sé… se están matando! —jadeó ella, aterrada—. ¡Un hombre enorme… y un viejo con un machete…! ¡Están destrozándolo todo!
Max soltó a la mujer, que continuó huyendo junto al resto de la multitud. Frunció el ceño al escucharla y, sin pensarlo, apretó los puños.
—¿Un viejo con machete…? —murmuró confundido.
Sin pensarlo dos veces, Max lanzó su bolsa al techo de una casa y comenzó a correr hacia el caos, esquivando a la gente aterrada que escapaba en todas direcciones.
Al acercarse, alcanzó a escuchar la voz grave y nerviosa del enorme hombre que retrocedía a tientas.
—¡Maldito viejo! ¡Deja de perseguirme! —rugió, con un leve quiebre en la voz.
El viejo, machete en mano y una sonrisa afilada, no cedía ni un paso.
—No huyas, bestia… —le espetó, agitando la hoja en un movimiento casi juguetón—. Quiero ver de qué es capaz el gran gorila… el supuesto asesino de dojos.
—¡Es Gran Gorgo! ¡No, Gran Gorila! —replicó el gigante, retrocediendo un paso más, casi tropezando con un poste de luz—. ¡Viejo racista!
El viejo soltó una leve risotada, mientras alzaba el arma, y la luz de la calle reflejaba su filo.
—Llámate como quieras… para mí, no eres más que un bruto asustado.
—Si no tuvieras ese machete… ¡No serías más que ceniza en una urna! —bramó Gorgo, al tiempo que agarraba un contenedor de basura y lo lanzaba contra el viejo.
Con una velocidad casi sobrenatural, Kawaki deshizo el contenedor en mil pedazos con un corte perfecto. Plástico y desperdicios volaron por todas partes, pero el viejo ni siquiera pestañeó.
Justo en ese momento, Max llegó a la calle donde ocurría el enfrentamiento. Al distinguir al viejo armado, lo reconoció al instante.
—¿El viejo Kawaki…? —murmuró, acercándose para ponerse al lado del veterano y adoptando posición de guardia—. Saludos, señor Kawaki. ¿Qué situación tenemos aquí?
—Oh… el pupilo de Baldur —respondió el viejo, alzando una ceja y levantando levemente su machete en señal de saludo—. ¿Cómo has estado, Max?
Gorgo arrugó la nariz al ver a Max junto al viejo.
—¿"Pupilo de Baldur""? —repitió con desdén, inclinándose para observarlo mejor—. Este mocoso no llega ni a los quince años y… ¿Se planta frente a mí? Un momento… —entrecerró los ojos al recordarlo.
Se llevó la mano al mentón, pensativo, mientras en su memoria resonaban las últimas palabras de Do'cientos:
"—Mis hombres tienen problemas con un viejo y sus tierras… ¿Puedes creer que un niño de quince años los apaleó a todos sin esfuerzo?
—Eso es… impresionante —respondió Gorgo en aquel momento.
—No para nosotros… —replicó Do'cientos con frialdad—. Te dejo. Debo arreglar este asunto."
Gorgo levantó la cabeza de golpe, abriendo los ojos al unir las piezas.
—¡Ahora lo recuerdo! —exclamó, alzando un dedo acusador—. ¡Este es el mocoso que mencionó Do'cientos!
Se pasó la lengua por los labios nervioso, al percibir la mirada de Kawaki y la calma en la posición de Max, reculó ligeramente.
—Debería matarlo… —gruñó para sí mismo, bajando el tono de voz—. No… no puedo. El viejo es su amigo, y no va a permitir que lo toque tan fácil…
Gorgo tensó los músculos mientras estudiaba a ambos, calculando cada movimiento antes de lanzarse al próximo asalto.
—Señor Kawaki —dijo Max con calma, dando un paso al frente—, me sorprende que haya mantenido a raya a un hombre de esta magnitud… pero ahora, permita que me encargue yo.
La solicitud sorprendió tanto a Kawaki como a Gorgo…
― ¿Me está subestimando? ― pensó Kawaki, alzando una ceja.
―BINGO―sonrió Gorgo para sí mismo, relamiéndose al pensar en enfrentarse al muchacho.
Kawaki guardó un segundo de silencio mientras estudiaba al muchacho frente a él.
—Hasta donde recuerdo —dijo, casi para sí mismo—, Baldur no reabrió el Colegio Agua… pero también es cierto que este chico estuvo entrenando por su cuenta… —entornó los ojos, pensativo, antes de asentir levemente—. Bien. Te permitiré enfrentarlo. Pero si la situación te sobrepasa, intervendré de inmediato.
Kawaki dio un paso atrás, alzando el machete al hombro y clavando la mirada en Gorgo.
―Vamos a ver qué escondes, pupilo de Max.
—Jajaja… ven, mocoso —se burló Gorgo al alzar los puños—, ¡muéstrame qué puedes hacer!
Pero antes de que terminara la frase, la rodilla de Max impactó de lleno contra su mandíbula. El enorme cuerpo de Gorgo trastabilló hacia atrás, sorprendido, para recibir de inmediato otro golpe que lo tumbó al suelo.
Sin perder tiempo, Max alzó la pierna y lanzó un pisotón con todas sus fuerzas, astillando el asfalto al momento de golpearlo. Gorgo alcanzó a rodar hacia un lado para esquivar el impacto, sintiendo cómo la onda de choque recorría la calle.
Se puso de pie de un salto, aturdido, y al alzar la mirada, vio en Max una sonrisa torcida y una mirada brillante, casi divertida.
—Vi tu cara en las noticias —dijo Max con calma, casi saboreando cada palabra—. He esperado con ansias el día de enfrentarme a alguien interesante…
Se inclinó hacia adelante, alzando los puños, mientras un leve aura de determinación lo rodeaba.
—¿Así que matas personas con golpes? —añadió, casi en un susurro cargado de amenaza—. Perfecto… Déjame devolverte el favor.
—¿Este mocoso… está loco? —murmuró Gorgo, aterrorizado, tambaleándose tras recibir el último impacto—. ¡¿De dónde mierda salió?!
Se pasó la mano por la mandíbula, incrédulo. Si estuviera en plenas facultades para sentir dolor, habría caído al suelo a gritar.
—Sus golpes… son como recibir un tubo de metal en la cara…
Antes de que pudiera reaccionar, Max hundió los dedos en el asfalto resquebrajado, arrancó un gran trozo de calle y lo lanzó contra Gorgo. El impacto lo alcanzó de lleno, estampándolo contra el suelo y enterrándolo en una nube de polvo y escombros.
Gorgo alzó la cabeza, la vista desenfocada, la cabeza a punto de estallar.
—Ahora entiendo… —pensó, mientras cada músculo de su cuerpo clamaba por un respiro— por qué hombres adultos no pudieron con un mocoso de quince años… el mocoso NO es normal.
Intentó ponerse de pie, trastabillando, y al lograrlo no pensó en enfrentarse de nuevo. Comenzó a correr para alejarse, arrastrando la mitad de su peso por la calle.
Kawaki, inmóvil, seguía cada uno de los movimientos de Max con una mezcla de asombro y admiración. El viejo guerrero no podía más que aceptar la realidad frente a él:
Aquel muchacho, con tan solo quince años, era mucho más fuerte que él mismo.
—No huyas… —ordenó Max, alcanzándolo en un abrir y cerrar de ojos.
Gorgo apretó los dientes mientras un calor abrasador recorría cada fibra de su cuerpo.
—Su fuerza me supera… pero solo por ahora —murmuró para sí mismo, sintiendo cómo la quemazón interna comenzaba a transformar su musculatura—. Debo ganar tiempo para que el suero haga efecto… puedo sentir cómo pierdo grasa y gano músculo.
La quemazón cedió de repente, y una sonrisa casi maniática iluminó el rostro de Gorgo. Notó la presencia de Max a su espalda, a punto de lanzar un golpe que podía romperle la columna.
—¡Ahora! —rugió, alzando un puño y descargándolo con toda su fuerza.
El impacto sacudió el suelo, resquebrajándolo al instante y levantando una nube de polvo alrededor de ambos.
Gorgo soltó una risa victoriosa… pero esta murió al ver que su puño no alcanzó la columna de Max. El muchacho lo detuvo en seco con un antebrazo, sin un rasguño, y para colmo, su otro puño estaba a milímetros de destrozarle la cara.
Gorgo impactó contra la pared de un local, levantando una nube de escombros al aterrizar. Sin darle importancia al dolor, soltó un rugido y, al levantarse, descargó un puñetazo contra un automóvil estacionado, lanzándolo por los aires en dirección a Max.
El muchacho no dudó: plantó los pies y devolvió el auto de un puñetazo, como si estuviera bateando una pelota. Gorgo, eufórico, soltó una risa salvaje al recibirlo e impactarlo nuevamente para reenviarlo a Max.
—Me volví tan fuerte que puedo mover autos a puñetazos… —analizó con una sonrisa casi desquiciada.
Pero antes de darle un tercer golpe al vehículo, Max soltó un bufido irritado.
—Qué fastidio… —murmuró al tiempo que extendía la palma de la mano. De ella brotó un destello de Ki que alcanzó al auto en pleno aire, haciéndolo estallar en mil pedazos y lanzando a Gorgo varios metros hacia atrás.
El gigante aterrizó de espaldas, arrastrándose por el asfalto con asombro mientras Max bajaba la mano con calma y lo observaba fijamente, como si estuviera a punto de darle fin al encuentro.
—El mocoso… no solo es fuerte… tiene poderes sobrenaturales… —murmuró Gorgo mientras se arrastraba por el asfalto. Su cuerpo, magullado, mostraba quemaduras, cortes y sangre que se mezclaba con el polvo y el sudor.
<< El ardor recorrió nuevamente su cuerpo, como si ardiera por dentro. El suero trabajaba sin descanso, intentando reparar el daño y fortalecerlo una vez más. Sin embargo, Gorgo ya había entendido: había una brecha enorme entre él y Max. >>
—Debo escapar… —susurró, logrando ponerse en pie, tambaleante, dispuesto a correr con toda la velocidad que le quedaba.
Pero entonces una figura se plantó frente a él.
—¿Adónde crees que vas? —preguntó Kawaki, su mirada fija y el machete alzado en guardia.
<< El error de Kawaki fue evidente: querer detener a un rival que, por fuerza bruta, podía igualar la presión de una explosión química. >>
Gorgo, cegado por la desesperación, lanzó un puñetazo directo al anciano. El machete bloqueó el golpe, pero la potencia fue devastadora. El filo se partió en dos, y Kawaki fue arrojado como un muñeco, estrellándose contra un automóvil estacionado, que crujió bajo el peso del impacto.
Max se detuvo en seco al ver el estado de Kawaki, herido y débil, tosiendo con dificultad. Su furia creció aún más, dispuesto a acabar con Gorgo, pero los tosidos del anciano lo hicieron detenerse. Kawaki había sufrido demasiado daño.
Se quedó parado en una encrucijada, como dividido entre dos caminos:
A un lado, Gorgo huía con desesperación, perdiéndose entre las sombras de las calles vacías, mientras las sirenas de la policía comenzaban a sonar a lo lejos.
Al otro, Kawaki yacía agónico, aferrándose a la vida en medio del silencio y la urgencia.
—¡Mierda! —gritó Max con rabia—.
Sin dudarlo, corrió hacia Kawaki, lo tomó en brazos con rapidez y dio un salto poderoso, como si volara, atravesando las calles para llegar al hospital lo antes posible.
<< De no haber sido por la interrupción del golpe con el filo del machete, el viejo Kawaki habría muerto en su segundo encuentro contra Gorgo. >>
Mientras tanto, Gorgo logró escapar y refugiarse en un edificio abandonado. Aunque no sentía dolor por sus heridas, sabía que debía esperar y recuperarse antes de volver a las calles.
Tomó su teléfono para llamar a Do'cientos, pero el dispositivo estaba destrozado, hecho añicos en la pelea.
Solo le quedaba una opción: reposar y sanar en silencio.