Londres, 1938.El cielo estaba encapotado aquella mañana en el orfanato Wool's. La guerra aún no había estallado, pero el aire ya olía a presagio, a destino.
En la entrada del edificio, una figura delgada y alta, vestida con una capa larga de tweed y una bufanda púrpura desentonando con el gris del entorno, se presentó ante la directora, la señora Cole. Su nombre: profesor Albus Dumbledore.
—Gracias por recibirme, señora Cole —dijo con una voz suave, apenas un susurro, pero que parecía llenar toda la estancia.
—Es usted de la... ¿Escuela? —preguntó la mujer con visible escepticismo.
—Correcto. Represento al colegio Hogwarts de Magia y Hechicería —respondió, mostrando la carta cuidadosamente doblada.
La señora Cole, acostumbrada a lidiar con huérfanos problemáticos y a desconfiar de cualquier cosa que no pudiera explicarse con una regla, un grito o un castigo, lo observó con recelo. Sin embargo, había algo en aquel hombre que la hacía vacilar.
—Ha venido por Tom y Phineas, ¿no es así? —preguntó, casi aliviada—. Ellos... son chicos muy peculiares.
Dumbledore asintió, y la siguió por los pasillos hasta una habitación lúgubre donde aguardaba un niño de once años, sentado derecho como una estatua. Tom Riddle.
La conversación con Tom
La escena que siguió fue, en casi todo, como la que años más tarde Dumbledore narraría a Harry Potter.
Tom fue cortés al principio, desconfiado luego, y frío siempre. La conversación recorrió su poder sobre los objetos, su dominio sobre los animales, su capacidad para hacer daño cuando se sentía amenazado. Dumbledore no se dejó impresionar, pero tampoco se mostró ajeno.
Solo hacia el final de la charla, cuando Tom empezó a comprender que el mundo que siempre había sospechado como posible era real —y que él formaba parte de él—, Dumbledore hizo una pausa.
Miró al niño con una intensidad que rara vez mostraba.
—Dime, Tom... —comenzó, con tono casual—. ¿Hay aquí alguien más como tú?
El chico lo miró, sorprendido.
—¿Como yo?
—Poderoso. Distinto. Con una... inclinación a lo inexplicable.
Tom sonrió apenas, como si saboreara la idea de ser único.
—No. Todos los demás son basura. Ni siquiera valen la pena mirarles.
Dumbledore ladeó la cabeza, sin desviar su mirada.
—¿Ni siquiera ese muchacho callado que duerme al final del pasillo? El que no come con los demás... El que tiene ese curioso... don para el silencio.
Tom parpadeó. Fue solo un segundo, pero Dumbledore lo notó.
—¿Phineas? —dijo al fin, casi despectivamente—. Ese está aún más roto que yo, si eso es posible. No habla con nadie. Nunca le he oído llorar. Nunca le he oído reír. Yo, al menos, sé disfrutar de algo. Él solo observa... y cuando alguien lo molesta, desaparece por días.
—¿Y luego vuelve?
—Siempre —dijo Tom con un deje de incomodidad.
Dumbledore asintió lentamente, como si esa respuesta encajara en un rompecabezas mucho más antiguo.
—¿Tienes idea de su apellido?
—¿Él? Nadie sabe. Solo dice "Phineas". Es como si ni siquiera lo necesitara.
Tom se levantó, incómodo, y añadió:
—No me gusta que hable de él. Ni siquiera sé si duerme. Es como una sombra que te observa cuando crees estar solo.
Dumbledore no dijo nada más. Despidió al niño con cortesía, dejó instrucciones para su admisión a Hogwarts y recogió su sombrero.
Pero no se fue.
El pasillo final
El pasillo de los dormitorios estaba en penumbra. Las tablas crujían bajo los pies del profesor. Las puertas estaban cerradas, salvo una al fondo. No tenía nombre, ni número. Solo una marca tallada a cuchillo: "P".
Dumbledore levantó su mano y tocó suavemente.
Toc. Toc.
Silencio.
—Señor Phineas —dijo con voz clara, sin levantarla—. Sé que está despierto.
Del otro lado, algo se movió. Un suspiro. Un roce. Un reconocimiento.
—He venido a hablar con usted.
La puerta se abrió, solo un poco.
Y entonces, por primera vez, Dumbledore lo vio.
Ojos grises como piedra. Cabello negro despeinado. Rostro inexpresivo. Un niño que no parecía niño. Algo más viejo, más frío. Algo que entendía demasiado, incluso antes de las palabras.
Phineas no dijo nada.
Dumbledore tampoco.
Ambos se miraron.
Y la historia —una historia que había empezado décadas antes, cuando otro Black rompió con su linaje y se hundió en la oscuridad—, empezaba de nuevo.