Reino de Rohaar
Año 860 de la Era Vampírica
La Academia de Santos Exterminadores de Sant Filix fue de las últimas en ser construidas en Rohaar. De hecho, la ciudad estuvo bajo ocupación vampírica durante casi quince años hasta que una expedición de santos de Sancithadel, liderada por Lila Minsk, liberó el sur del dominio de los sangre oscura.
El edificio de la academia de los Santos Exterminadores se alzaba del otro lado de la solitaria calle, imponente y solemne.
Los caballos redujeron la marcha cuando Karina golpeó el techo del carruaje y el cochero tiró de las riendas. Había una expresión de asombro y emoción en el hombre mientras contemplaba la ciudad, y los primeros destellos del amanecer comenzaban a asomarse por el horizonte.
—Estoy en Rohaar… ¡Por Ashém! Nunca imaginé que saldría del dominio de los vampiros. —Sonrió, llorando.
El carruaje se detuvo y los jóvenes santos descendieron del vehículo junto al Oscuro como rehén. Karina le hizo un gesto al cochero para que los siguiera. Con paso apresurado se dirigieron hacia las mazmorras, donde se encontraban las celdas de reclusión, las salas de interrogación y el área médica.
—¿Qué harán con nosotros? —preguntó el Oscuro.
—¡Silencio! —ladró Karina detrás de él—. Solo sigan bajando.
El cochero sintió que un escalofrío recorrió su espalda. Aquel lugar le recordó a la fortaleza fronteriza. Pero, como único consuelo, al menos ya no se encontraba en territorio vampiro. Estar rodeado de humanos lo reconfortó de cierta manera.
Cuando llegaron al pie de la escalera, Archer, que llevaba una antorcha, se adelantó hasta el final del pasillo para empujar la pesada puerta de la prisión subterránea. Rune se quedó a medio camino, pensativo. No quiso entrar. Ya lejos del peligro, su mente se empapó de preguntas y de nuevas preocupaciones.
Todo estaba en silencio a aquella hora de la madrugada en el área de reclusión y, afortunadamente para los jóvenes santos, no se toparon con ningún maestro. La prisión estaba vacía.
—Vamos, muevan el culo —les decía Karina al cochero y al Oscuro.
Al verlos entrar en la sala, Digori, el carcelero flacucho y diligente, saltó de su silla y corrió a abrir una celda para los prisioneros. Con la voz nerviosa les preguntó:
—¡En el nombre de Ashém! ¿Dónde los han capturado? No estaba al tanto de ninguna misión de expedición. —Estudió a los rehenes mientras estos entraban en la celdilla—. ¿Son traidores? ¿Conspiradores, tal vez?
Karina miró a Digori.
—Uno de los dos es un Oscuro.
Digori deslizó su mirada hacia Archer y señaló su vestimenta, sorprendido.
—¡Es la ropa del Oscuro! —espetó, y su rostro se llenó de dudas—. ¿Qué han hecho?
Los exterminadores intercambiaron miradas tensas.
—Mejor no preguntes, Digori —dijo Karina.
Archer alzó los hombros.
El joven carcelero se rascó la cabeza y regresó a su rincón, pensando: no hagas preguntas. No seas curioso, solo haz tu trabajo y ya.
—Me ocuparé de ellos —dijo, haciendo un gesto con la mano para que salieran de allí.
—Gracias —dijo Archer antes de salir. Karina lo siguió.
De vuelta en el pasillo, Archer notó a Rune apoyado contra la pared, con un aire reflexivo que lo puso nervioso. Con el corazón abatido, tragó abundante saliva y se acercó a él. Karina dudó un instante sobre si debía subir o acompañarlo. Sabía que pronto las cosas se pondrían muy tensas. Pero a pesar de ello, se quedó.
Rune se volvió hacia Archer cuando este llegó a su lado.
—¿Todo bien? —le preguntó como si nada.
Rune presentía que algo no iba bien. Le bastaba con solo mirarlo para saber que le ocultaba la verdad. Luego miró a Karina y percibió la misma vibra. Entonces, tras regresar su atención a Archer, lo encaró.
—El Maestro Santo no lo sabe, ¿cierto?
Archer ya no le podía mentir. Negó con la cabeza y dijo:
—Lo siento, Rune, pero no podía dejarte. Tenía que hacer lo posible por rescatarte. Siempre supe que seguirías con vida. Lo sentía aquí. —Se tocó el pecho—. Yo sé que tú también lo habrías hecho de haber estado en mi lugar.
Karina no pudo evitar sentir que sobraba en esa conversación.
El amor es arma de doble filo, pensó. Y yo estoy justo por el lado del filo más letal.
Rune miró a Archer con una mezcla de gratitud y furia. Era obvio que esto le costaría caro. El Maestro Santo no le perdonaría semejante desobediencia. En ese momento, habría deseado con todas sus fuerzas poder corresponderle de la misma manera. Haber hecho algo que solo mirarlo y sentir agradecimiento.
Archer se acercó un poco más y con una mirada tierna le acarició la cabeza.
Karina apartó la vista. Se le apretó el estómago.
—Tuve mucha suerte de no perderte, Rune. Ashém no lo permitió. Dime, ese tal príncipe… ¿Qué pasó? ¿Te hicieron daño? ¿Te torturaron?
Rune recordó sus días en el castillo del príncipe Kaladin y, extrañamente, lo único que venía a su mente era la sensación que el vampiro había provocado en él. De hecho, todavía le costaba creer que estuviera allí de una pieza, y no bajo un montón de otros cadáveres en una fosa.
De pronto, el santo se sintió abrumado por las preguntas. Aunque en realidad no sabía cómo responder.
—No pasó nada —dijo sin mirarlo a la cara—. Por alguna razón que no comprendo, el príncipe me permitió vivir. —Mintió, porque en el fondo tenía claro que estaba aún con vida gracias a que el vampiro creía que él era el Santo Inmortal. Y, al parecer, eso significaba mucho para el sangre oscura—. En realidad no sabría explicar lo que fueron estos días.
Archer lo tomó por los hombros.
—Dentro de tres días, los Oscuros irían al castillo para someterte a una ceremonia. —Sin darse cuenta había comenzado a reír—. Ellos creían que tu serías el nuevo Santo Inmortal. Y querían comprobarlo con sus propios ojos. ¡Qué absurdo! —Rune le lanzó una mirada desdeñosa—. Pero que bueno que los interceptamos antes de que eso pasara. Era obvio que al descubrir que no lo eres, te hubieran convertido en ganado.
Karina estudió la expresión de Rune y pensó: ¿por qué esa cara? ¿Qué sucedió realmente en territorio vampiro?
El santo recordó las palabras de Kaladin cuando le dijo acerca de ser el Santo Inmortal. ¿Sería posible que realmente él lo fuera? Él frunció el ceño, confundida. Pero entonces, ¿por qué había mencionado a su padre? ¿Qué estaba pasando en Rohaar y en los otros dos reinos?
No tenía respuestas, y Archer o Karina tampoco las tendrían. Aunque, a pesar de todo lo que pudieran tener en contra, Rune sentía una incomprensible afinidad hacia Kaladin. Había algo en él que lo llamaba desde dentro. Incluso con el odio y resentimiento, ese sentimiento estaba allí. Y ahora frente a Archer, aquella sensación se volvía más presente y fuerte. ¿Por qué no podía dejar de pensar en todas las cosas que oyó en el castillo?
Quizá he perdido la razón, pensó como reflexión final. Es inaceptable que me sienta de esta forma tratándose de un vampiro. De un príncipe de acero. Un demonio.
—¡Rune! —dijo Archer.
Una sonrisa amarga tensó sus labios secos. ¿De verdad su padre estaba coludido con los vampiros?
Tiene que ser mentira. Él jamás… que Ashém me perdone.
—¡Rune! —insistió el exterminador, sujetando los hombros del joven santo.
—Tal vez está en shock —comentó Karina con tedio.
Pero a Archer no se le ocurrió pedir ayuda, en vez de eso…
Rune, perdido en sus pensamientos no notó que el otro santo estaba acortando la distancia entre ambos, hasta que el exterminador se inclinó hacia adelante y, tomándolo por sorpresa, lo besó.
Karina sintió que ahora ella estaba a punto de entrar en shock. Y sin decir una palabra, se marchó.
Archer no pudo contenerse. No lo haría mientras lo tuviera a su lado. La desesperación ante la idea de perderlo, hizo que sus sentimientos afloraran con más fuerza. Ya no quería ocultarlo. Mucho menos negarlo.
Rune, desconcertado, se petrificó ante el gesto. Archer deslizó una mano por el cuello del santo y bajó hasta su espalda rígida; entonces se soltó y embistió un poco contra el muchacho, pero Rune con suavidad se apartó del exterminador. Él lo miró confundido.
—¿Qué hice mal? —quiso saber, algo avergonzado.
El santo desvió la mirada y tensó sus manos. Sabía de los sentimientos de él y, por más que quisiera sentir lo mismo, no podía forzarlo. No quería hacerle daño. Archer era una persona muy importante en su vida. Temía perderlo.
—Yo no soy el indicado para ti, Archer. No sirvo para esto —le dijo, rehuyendo de su mirada—. Además, somos como hermanos, yo…, yo te veo de ese modo y no quiero que eso cambie. No podría quererte de otra forma, por favor, espero que me entiendas. No quiero hacerte sufrir, pero siento que no puedo.
Una lágrima se deslizó por el rostro del joven santo. El aire alrededor de los dos exterminadores se heló y se empapó de un aura incómoda. Archer, con desesperación, tomó sus manos.
—No tiene por qué ser así, Rune. Puedo enseñarte a quererme. Juntos podemos hacer que me veas con otros ojos. Te aseguro que mi amor es sincero, por favor dame una oportunidad de demostrártelo. Yo sé que en el fondo de tu corazón, hay un espacio para mí. Escucha, cuando no estabas creí que enloquecería, si te perdiera...
—¡Basta! —espetó Rune, que se apartó del santo; no podía, y no quería escuchar nada más. Nadie comprendía lo que él sentía en verdad. Tal vez ni siquiera Archer. Él no podía saber lo que ocurría cuando la gente lo acariciaba. Por dentro, algo se rompía y derruía por sus huesos, y le quemaba la carne. No es que no lo quisiera, pero el contacto físico lo indisponía. Quizá Archer lo amaba, sin embargo, no se trataba de eso. Había algo que lo obligaba a mantener la distancia. A proteger su cuerpo.
Seguramente ni él mismo se entendía. Aun así, una chispa inevitable se encendía en su interior cada vez que alguien lo tocaba. Y ante la incomprensión del resto, prefería ahogarse en su propia maldición.
—Archer, lo siento —murmuró y, dándose la vuelta, dejó al santo atrás, también ahogándose en un sufrimiento que no quería presenciar.
Con un dolor en su corazón, Rune se alejó de las mazmorras a cualquier otor lugar donde no tuviera que ver a Archer a la cara. El día pronto comenzaría y los maestros descubrirían que había regresado. Otro problema que quería evadir. Pues sabía que Karina y Archer estarían en apuros. Eso sin pensar en que los superiores querrían detalles de su confinamiento en el castillo de Kaladin. Lo interrogarían hasta sacarle toda la información posible.
No alcanzó a salir de un pasillo vacío cuando se encontró de cara con Karina. La muchacha no tenía un semblante muy de buenos amigos.
—¿Lo has hecho? —le preguntó ella, aproximándose a Rune de modo amenazante.
Rune retrocedió un paso.
—¿El qué? —repuso él.
—Romperle el corazón a Archer —dijo la santa, y en su voz se notó su enojo—. Sabía que algo así sucedería. Tu no lo amas. No mereces ninguno de sus sentimientos. Mucho menos que sacrifique todo por ti.
Rune se quedó helado. No esperaba descubrir en ese momento que a ella le gustara su mejor amigo. De pronto sintió que debió haberse dado cuenta hacía mucho tiempo. peor nunca prestó atención a las señales.
—¿Y tu sí? —inquirió él sin pensarlo. No es que sintiera celos, pero Archer seguía siendo su mejor amigo. Su hermano.
Karina torció el gesto.
—Al menos no lo habría hecho hoy, justo después de haber arriesgado su vida para rescatarte. No con la espada del Maestro Santo en el cuello de él. Porque seguramente tu rescate nos va a traer consecuencias. En especial a Archer.
Una presión se cerró en el pecho de Rune.
—Lo sé —dijo casi sin voz—. Pero… ¿qué puedo hacer? Yo no pedí esto. No quería que nadie se sacrificara por mí. Menos él.
Karina cogió al santo por los ropones y lo acercó hacia sí.
—¡¿Qué demonios insinúas?! —le espetó en la cara.
Rune vaciló. Era la primera vez que la veía tan furiosa.
—No me malinterpretes, Karina, estoy muy agradecido de lo que hicieron. Pero…
—¡No hables más! No quiero oírte —lo soltó—. Acompáñame. —ordenó—. Y no intentes escabullirte.
El santo no quiso oponerse. Después de todo, ella era la líder del tercer escuadrón. No es que pudiera desafiar una orden directa. Sin pronunciarse y aunque estuviera cansado, él obedeció y fue con la santa.
***
Con la cabeza llena de dudas y un sinfín de reflexiones inconexos, Rune se detuvo frente a la puerta de la oficina del Maestro Santo Karon.
Junto a él, Karina lo alentó a entrar.
—Vamos, Rune. No tenemos todo el día.
El exterminador dudó.
Pero Karina, con la poca paciencia que parecía quedarle, abrió la puerta y, de un tirón, empujó a Rune dentro de la habitación.
Karon levantó la vista de unos documentos que tenía sobre el escritorio y sus ojos entornaron cuando vio al joven santo.
—Rune Klein —murmuró, casi atónito.
—Maestro, hemos rescatado al exterminador Klein de las garras del enemigo —explicó Karina—. Al parecer… el santo… no ha sufrido ningún daño. —Dijo eso último con extrañeza—. Maestro Koran, sé que Archer y yo…
El Maestro Santo alzó una mano y la exterminadora se calló. Rune se lo quedó viendo, expectante. En realidad, no sabía qué esperar. Por supuesto, se preparaba para lo peor. En la mirada fría del maestro no había ni una sola pizca de alegría de verlo allí.
—¿Y su… valiente compañero, señorita Roux? —preguntó Koran, su voz era profunda.
Ella vaciló un instante antes de responder.
—Ha de estar por venir, maestro —dijo, y sus ojos divagaron unos segundos hacía Rune—. Él está en las mazmorras. Capturamos un Oscuro.
—¿Un Oscuro… dices? —Koran pareció dudarlo—. ¿Cómo?
Karina tragó saliva. Estaba nerviosa.
—Bueno… interceptamos un vehículo luego de haber cruzado la frontera —dijo—. Tuvimos suerte de que el Oscuro solo viajara con apenas un escolta. Además, la frontera estaba desprotegida.
Los ojos estrictos de Koran se deslizaron de Rune a Karina, y luego regresaron al joven santo. Y se quedaron allí, clavados en el muchacho.
—Ya veo. Una hazaña muy memorable, señorita Roux. Usted y el santo Tyrren han conseguido lo imposible. —Y la intensidad de sus ojos verdes, sin embargo, daban la impresión de que en el fondo, el Maestro Santo, estaba furioso—. Esperaré a oír la versión del joven Archer, ya que supongo que toda esta locura provino de él.
Karina asintió con temor. Presentía que Archer se llevaría la peor parte. Luego miró a Rune y el coraje regresó a ella. Entonces dijo:
—Pero ya que tenemos al sobreviviente, deberíamos interrogarlo, mi maestro.
Rune se envaró. Y a pesar del miedo, su boca permaneció cerrada.
—¿Eso sugiere, señorita Roux? —Koran alzó sus cejas.
—Sí, maestro. El santo Klein podría tener información relevante acerca del príncipe vampiro Kaladin. Yo podría…
Koran volvió a levantar una mano. Karina se mordió la lengua.
—Bien, hagamos esto… —El maestro se puso de pie—, yo me quedaré un momento con el joven santo Klein mientras usted, señorita Roux, irá a buscar a su compañero Tyrren y lo traerá ante mí.
Karina no tuvo el valor de rebatir la orden del Maestro Santo, por lo que solo pudo asentir. Por dentro, ella deseaba haber sido quien interrogara a Rune. Quería verlo sufrir al recordar sus días en el castillo del príncipe vampiro. Al menos eso la haría sentirse mejor.
—¡Santa Roux! —espetó Koran—. Tiene hasta el medio día para traerme a Archer Tyrren.
Karina recobró la postura y, tras hacer una leve reverencia, salió de la habitación.
Rune y Koran se quedaron a solas. El joven exterminador agachó la cabeza y esperó a que el maestro hablara.
—Archer desobedeció las órdenes —comenzó Koran, paseando de un lado a otro por su oficina—. Fue imprudente al enfrentarse a uno de los herederos del Señor del Acero por su cuenta, arriesgó su vida y la de Karina, y se podría decir que también la tuya.
El joven exterminador levantó la vista y Koran percibió su mirada. Él sabía lo que Rune estaba pensando en ese momento: ¿Por qué decidieron abandonarlo a su suerte en el Imperio del Acero?
Pero lo que realmente el santo pensó fue:
¿Todo estaba planeado? ¿Lo que Kaladin me dijo era verdad?
Entonces el Maestro Santo se paró en seco y miró a Rune con aquellos ojos rapaces.
—Ahora, seré sincero, exterminador Klein o debería llamarlo… Santo Inmortal.
Rune sintió que una ventisca de invierno lo golpeaba y lo estrellaba contra el suelo nevado.
—¿Qué? —Era la única palabra que de su boca podía salir. Su mente había quedado en blanco.
De pronto, todo cobró sentido y la voz de Kaladin retumbó dentro de la cabeza del joven santo.
—Él tenía razón… —murmuró, a punto de perder los estribos.
Y para la no sorpresa del exterminador, Koran dijo:
—Así que Kaladin te lo ha contado. Te lo ha revelado antes de tiempo.
La cabeza de Rune dio vueltas y, un instante después, las piernas le fallaron y se derrumbó al suelo.
—Mierda —largó, hiperventilado.
Koran lo observó, y pensó: el plan que ideamos fue todo un fracaso, Frank Klein. El Santo Inmortal está de regreso en la academia, en Rohaar.
***
Karina encontró a Archer desparramado en el piso de las mazmorras. Derrotado. Desconsolado. Tal y como pensaba que estaría después de que se diera cuenta de que Rune no lo amaba. Ella siempre lo supo.
—¿Necesitas un trago, santo Tyrren? —le preguntó cuando se le acercó.
—¿Vienes a burlarte de mí? —Levantó la cabeza y buscó alguna sonrisa en los labios de Karina. Y para su asombro, no hubo tal cosa.
—Pues la verdad, debería, pero no hoy —dijo ella, acuclillándose junto al exterminador—. El Maestro Santo quiere verte.
El santo miró a su compañera con intensidad. Karina desvió la suya, no quería que él descubriera su tormento interior; no tenía la intención de añadir más drama. Al cabo de un momento, el exterminador habló:
—Supongo que ya ha de haberse reunido con Rune. —Ella asintió sin mirarlo—. Y contigo también.
—Sí, solo faltas tú, Archer. Y cuanto antes lo veas, mejor.
Él soltó una risa.
—Me va a cortar las manos —dijo, divertido—. O tal vez me encierre por uno o dos meses aquí abajo.
Karina alzó los hombros.
—¿Qué más da? No puedes huir del maestro. Es preferible eso a que se enteren los santos de la capital. Además… —se incorporó y le tendió una mano al santo—. Pediré que me tengas de compañía.
Él la miró fijamente.
—No tienes que…
—¡Shhh! —lo calló—. Después me lo agradeces, santo; ahora, venga, vamos. El viejo Koran te espera.
—Eres un fastidio, ¿lo sabías? —dijo él, tomando la mano de la santa para ponerse de pie. Luego envolvió su brazo alrededor del cuello de la exterminadora y caminaron hacia las escaleras—. Pero me aseguraré, Karina Roux, de que regreses a tu cueva.
Ella lo miró de reojo y sonrió.
—Buena suerte con eso, Archer Tyrren.