Cherreads

Chapter 2 - Nuevo mundo

Al amparo de la noche oscura, solo un mar de árboles densos y sombríos se extendía a su alrededor, como un manto negro que todo lo cubría, oscureciendo el cielo estrellado y ahogando cualquier sonido que no fuera el crujir de las ramas y el susurro de las hojas. No había ni un rastro de civilización, ni una luz que brillara en la distancia, ni un sonido de vida humana que rompiera el silencio sepulcral que reinaba en aquel lugar.

Salvo la caravana de carruajes, con sus luces apagadas y las cortinillas corridas, avanzaba con lentitud por un camino desgastado y polvoriento, como una serpiente deslizándose entre la maleza, que se sacudía y se desplazaba a medida que los carruajes pasaban, levantando nubes de polvo que se iban a posar en el aire quieto de la noche. A cada lado, un grupo de caballeros de armadura negra, con los rostros ocultos tras sus yelmos, marchaba con paso firme. Su armadura relucía como la noche misma, con un brillo siniestro que reflejaba la luz de las estrellas. Emanaban un aura de muerte.

En el interior del carruaje más destacado, que se desplazaba con un ritmo lento y majestuoso, iba un anciano de larga barba y melena blanca que le daba un aire de sabiduría y autoridad. Tenía incrustado en su ojo izquierdo un extraño reloj de manecillas, cuyo brillo débil parecía reflejar la luz de las estrellas. Vestía una túnica negra que se ajustaba a su cuerpo delgado y sostenía un bastón de madera retorcida.

"Ya casi vamos a llegar", dijo el anciano con voz suave y sosegada, como si hablara desde una experiencia que había vivido muchas veces antes. Sus ojos, llenos de arrugas y experiencia, brillaban con una sabiduría que parecía haber sido ganada con dificultades y luchas.

A su lado estaba una mujer de piel blanca, envuelta en una túnica roja que resaltaba por su gran belleza y figura esbelta. Sus cabellos rubios caían en cascada por su espalda, y sus ojos verdes brillaban como joyas en la penumbra del carruaje. Era como una flor exótica que había florecido en un lugar inhóspito, y su presencia parecía iluminar el espacio que la rodeaba.

"Sí, tuvimos una gran cosecha esta vez. Seguramente el decano estará feliz y nos dará buenas recompensas", dijo la mujer con una sonrisa astuta, sus ojos brillando con codicia.

"Perra, no olvides que casi jodiste la misión y esperas ser bien recompensada. De no ser por el brujo Aldric, no estaríamos aquí", respondió la voz crepitante, seguida de un fuerte clic, como el sonido de una trampa mortal. La figura que hablaba estaba completamente oculta por una túnica negra y una máscara. Bajo la tela, algo desconocido se movía, retorciéndose como una serpiente en un saco.

La mujer lanzó una mirada sarcástica a Adam, su voz cargada de desafío. "Insecto, ¿acaso quieres pelear aquí? ¿O es que todavía tienes miedo de enfrentar a los señores de fuego? No olvido que, cuando ellos invocaron a uno, tú fuiste el primero en querer escapar con la cola entre las piernas. ¿Eres un cobarde, Adam?", dijo la mujer con tono burlón.

"Cuida tus palabras, Lanira. Escapar de un enemigo que seguramente terminaría con nuestras vidas no es de cobardes", replicó Adam con su voz chasqueante.

"Suficiente ustedes dos. No es momento de discutir por eso. Ninguno de nosotros sabía que los magos tendrían a alguien capaz de invocar a un señor de fuego para proteger su caravana. Aunque ahora comprendo la razón. ¿Quién esperaría que en esa zona apartada hubiera tantos niños con talento mágico?", dijo Aldric con voz profunda.

"Sí, fue bastante inesperado. Pero al final, después de una buena pelea, logramos vencerlo y nos quedamos con valiosas recompensas. Lord Aldric incluso encontró cadáveres útiles para sus experimentos y algunos bonitos juguetes de escolta", dijo Lanira, mirando a los caballeros.

"Adam, ve a revisar a los niños. Seguramente ya están despiertos. Es hora de que conozcan lo que les espera", ordenó Aldric con una serenidad inquietante.

"De acuerdo, Lord Aldric", respondió Adam, saliendo del carruaje.

Desde su posición, vio diecisiete carruajes. Parecían jaulas de prisioneros de guerra. Estaban cubiertos con barras de metal para evitar escapes. Cada una estaba llena de niños con miedo y desesperación en sus rostros.

"Buena cosecha. 234 niños en total. Seguramente esos magos blancos estarán furiosos cuando se enteren de todo lo que pasó", murmuró Adam con tono divertido.

Dentro de los carruajes, la mayoría de los niños ya estaba despierta. Ninguno pasaba de los 14 años. Estaban aterrados. Rodeados por caballeros de armadura negra, enjaulados como si fueran cerdos camino al matadero, no tenían escapatoria.

En uno de los carruajes, situado casi en el centro de la caravana, yacía inconsciente un niño de cabello negro y piel blanca. A juzgar por su apariencia, tenía alrededor de doce años.

Con el paso del tiempo, fue despertando poco a poco. Lo primero que escuchó fue el murmullo de voces asustadas, sollozos de niños, el sonido de cascos contra el suelo, y, al compás, una sinfonía metálica, como si miles de pequeñas campanas sonaran a la vez.

Cuando por fin logró abrir los ojos, vislumbró el cielo estrellado. Fue una vista hermosa. Pero lo que lo asombró y aterrorizó fue que tres lunas iluminaban el mundo.

El niño, en estado de shock, se incorporó y miró a su alrededor. Al observar el imponente ejército que lo rodeaba y las decenas de jaulas llenas de niños como él, solo alcanzó a decir con una voz temblorosa y asustada:

"Mierda".

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