Después de recuperarse por completo, Arthur esperó con paciencia el inicio de la segunda fase de la prueba. De vez en cuando, lanzaba miradas disimuladas al joven que le había dejado una fuerte impresión. Tenía la porte de un príncipe arrogante, de esos jóvenes maestros que aparecen en las novelas de fantasía.
El profesor encargado de los anuncios se adelantó hasta el centro del palco y habló con voz solemne, clara y potente, amplificada por magia:
—Estimado público y competidores, a continuación realizaremos el sorteo de los cincuenta participantes restantes. Serán divididos en diez grupos de cinco. Solo los dos primeros de cada grupo avanzarán a la siguiente fase de la prueba.
Hubo un breve murmullo entre la multitud.
—Con todo dicho, espero que sigas disfrutando de este emocionante examen de ingreso. ¡Adelante! ¡Que comiencen los duelos!
Una pantalla mágica apareció flotando sobre el coliseo, mostrando los nombres de todos los competidores y sus respectivos grupos. Arthur alzó la mirada y leyó con atención, esperando no cruzarse con alguno de aquellos monstruos vestidos como nobles ni con los jóvenes de armas brillantes como artefactos legendarios.
Grupo B
Arthur — Nº13
Lenan — Nº56
Marulk — Nº43
Misal — Nº2
Roblen — Nº9
—Grupo B... —murmuró Arthur, memorizando los nombres.
Mientras bajaba la vista, notó que uno de ellos —quizás Lenan o Misal— llevaba un bastón adornado con cristales. Otro, de complexión robusta y ojos hundidos, clavó su mirada en la pantalla con el ceño fruncido, como si el azar fuera su enemigo.
El aire se volvió espeso, cargado de tensión. Las nubes se arremolinaban en el cielo gris, formando vórtices como si el mismísimo destino se retorciera sobre la ciudad. Una sensación invisible, oscura y opresiva, parecía apretar el pecho de todos los presentes.
El juez alzó la voz:
—¡Adelante, participante número 78 y número 4!
Dos jóvenes de unos dieciocho años caminaron hacia la plataforma. Sus rostros estaban tensos, sus pasos firmes pero nerviosos.
—¡Comiencen! —gritó el juez.
Con una velocidad que apenas dejó una sombra tras de sí, el número 78 se lanzó hacia adelante con una espada en mano. La hoja brillaba con una luz hermosa pero fría, como si devorara la esperanza de quien la mirase. El sonido metálico del aire cortado fue seguido por un grito desgarrador que retumbó por el coliseo.
La espada trazó un corte limpio a lo largo del pecho del número 4, que no tuvo tiempo de reaccionar. La sangre carmesí salpicó el escenario como si un pintor loco hubiera decidido cubrirlo con pétalos rojos de una rosa cruel. El cuerpo cayó desplomado sobre el suelo de piedra. Inmóvil.
El silencio se apoderó del público. Solo el sonido del viento rompía la quietud.
El juez corrió hasta el herido, se arrodilló y lo examinó con rapidez. Miró al espadachín, aún con la hoja en alto, y anunció:
—¡Aún respira, pero está grave!
De inmediato, gritó:
—¡Rápido, traigan una camilla!
Mientras hablaba, lanzó una poción sobre el cuerpo inconsciente, esperando estabilizarlo.
Arthur contempló la escena con una mezcla de horror y asombro. El muchacho del combate anterior ya le había parecido un monstruo, pero ahora había otro igual... o peor.
Si yo hubiera estado ahí… ya estaría muerto, pensó, mientras tragaba saliva con el estómago encogido.
Tras retirar al joven herido, la multitud estalló en murmullos.
—¿Lo viste? Ese es el hijo de la familia guerrera de Month...
—¿Cuál? —preguntó alguien, casi sin aliento.
—La familia Mulián. Dicen que practican una técnica antigua... la Espada de Doce Almas.
—¿Esa familia...? ¿De verdad...? —la voz tartamudeó, cargada de incredulidad.
Arthur, que se encontraba a una buena distancia, no pudo oír nada de eso. Pero no importaba. Su papel hoy era avanzar, sin importar los monstruos que se interpusieran en su camino.
Apretó los dientes y observó el cielo encapotado.
¿Qué caminos se cruzarán con el filósofo novato en este crisol de jóvenes hambrientos de gloria?
Arthur respiró hondo. En aquel coliseo de destinos cruzados, no ganaría quien más brillara, sino quien supiera caminar entre sombras sin perder su luz.
Fin del capítulo.