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Chapter 23 - "ECOS EN EL ABISMO"

(Vista: La Búsqueda de la Reliquia)

Las palabras de Kenji fueron un faro en la oscuridad de nuestra desesperación. ¡Un ancla! La estrategia cambió en un instante en la mente de todos.

Pero antes de que pudiéramos actuar, una nueva oleada de gritos se unió a la batalla. Un escuadrón de la Guardia Real de Valerius, ataviados con sus armaduras negras y doradas, irrumpió en la terraza, sus espadas y lanzas brillando bajo la luz de la luna. Ya había varios de sus compañeros caídos en la piedra, sus cuerpos heridos y sus escudos rotos, prueba del primer y fútil intento de contener a la bestia.

—¡Por el Rey y por la Princesa! —gritó su capitán, un hombre con una cicatriz en la mejilla y una determinación de acero—. ¡No dejen que avance más! ¡A la carga!

Con un grito de guerra, los guardias cargaron en una formación disciplinada, intentando ensartar al demonio con sus lanzas. La criatura, molesta por estos insectos ruidosos, soltó un rugido de pura irritación. Con un simple y despectivo coletazo de su cola de sombra, envió a tres hombres volando por los aires, sus armaduras abollándose contra los muros del palacio al aterrizar.

—¡Atrás! —gritó Seraphina, su voz resonando con la autoridad de una verdadera comandante—. ¡No lo ataquen directamente! ¡Sus armas son inútiles contra él!

Al ver que los guardias, en su valiente lealtad, se preparaban para otra carga suicida, Edu actuó para protegerlos. Se plantó firmemente en el suelo y golpeó la piedra con la palma de su mano. —¡Elemento Tierra, Elemento Agua: Ciénaga Congelada!

El suelo de mármol frente a la bestia se agrietó. Un lodo espeso y oscuro brotó, pero al instante siguiente, una ola de frío intenso lo congeló, creando no solo una trampa para el demonio, sino una barrera que bloqueó el paso de los guardias. La bestia se hundió hasta las rodillas, sus movimientos volviéndose torpes y lentos.

Elian aprovechó la oportunidad para añadir su propio poder, susurrando: —¡Siente el peso de la noche! —Las sombras se alzaron, añadiendo una presión inmensa sobre la criatura, hundiéndola aún más.

Mientras los guerreros más poderosos contenían a la bestia y los guardias atendían a sus heridos, Azumi se convirtió en un borrón. Saltó de la barandilla, aterrizando suavemente en el césped del jardín. Sus ojos rubí escaneaban cada rincón, buscando cualquier cosa que pareciera fuera de lugar.

Pero fue Zuzu quien lo encontró primero.

La gata, que había observado el caos desde lo alto de la barandilla, no parecía asustada, sino profundamente ofendida por el olor a corrupción que emanaba del jardín. Ignorando por completo la batalla, corrió como una flecha negra y silenciosa hacia la imponente estatua del Primer Rey de Valerius. Se erizó, siseó con una furia que nunca le había visto, y comenzó a arañar frenéticamente la base de la estatua, en un punto cubierto de musgo.

Azumi, que la había seguido con la mirada, se acercó con cautela. Y entonces lo vio. Donde Zuzu había arrancado el musgo, había una piedra que no pertenecía. Una pieza de obsidiana negra y sin pulir que parecía absorber la luz. Era el ancla.

—¡ALLÍ! —gritó Azumi, su voz clara y precisa por encima del caos—. ¡KENJI TENÍA RAZÓN! ¡LA GATA ENCONTRÓ ALGO! ¡EN LA BASE DE LA ESTATUA!

Su grito fue la señal que todos esperaban. Pero también fue una sentencia. El demonio, que luchaba por liberarse de la trampa de hielo, giró sus múltiples ojos rojos. Al ver su ancla descubierta, soltó un rugido que ya no era de furia, sino de pánico absoluto, y desató una onda de energía oscura para repeler a todos y proteger su única conexión con este mundo.

(Vista: La Furia y la Gracia)

El grito de pánico del demonio se transformó en una explosión de poder puro. La onda de energía oscura barrió la terraza, haciendo añicos la trampa de Edu y pulverizando el muro de Shizuka. Vi a Elian ser lanzado hacia atrás como una muñeca de trapo, golpeando con fuerza contra una columna y cayendo al suelo, inmóvil. Shizuka, en su valiente carga, fue repelida por una garra de sombra, su brazo sangrando profusamente mientras aterrizaba con dificultad cerca de mí.

En cuestión de segundos, la criatura había incapacitado a dos de nuestros guerreros más fuertes. Ahora se erguía frente a la estatua, protegiendo su reliquia, preparándose para aniquilar a Azumi y a Zuzu.

—¡No te atreverás! —rugió Edu.

Él y Seraphina atacaron al mismo tiempo, una sinfonía de destrucción perfectamente sincronizada. La lanza de relámpagos de la princesa y el torrente de vapor abrasador de mi hermano impactaron a la bestia simultáneamente. El chillido que emitió el demonio fue un sonido que desgarró el alma. Su forma de sombra hirvió y chisporroteó. Parecía que la victoria era nuestra.

Pero el poder que lo anclaba a este mundo era antiguo y terco. Lentamente, su forma comenzó a reconstruirse. Estaba herido, pero no vencido.

Fue entonces cuando, en medio del caos, con Shizuka y Elian heridos, y con Edu y Seraphina agotados por su ataque masivo, la bestia me vio. Me vio a mí, de pie junto a mi guardiana herida, temblando de una furia impotente. Y en ese instante, algo dentro de mí se rompió. El miedo a perderlos a todos, el dolor del bosque que sentí en mi visión, la agonía de un futuro que no debía ser... todo convergió en un único punto de luz en mi corazón.

Extendí mis manos, no por decisión, sino por un instinto más profundo.

Un poder que no sabía que poseía, una energía que no era maná, sino algo más cálido, más puro, explotó desde mi ser.

La Gracia.

No fue una explosión violenta. Fue una onda expansiva de luz dorada y cálida, una nota musical perfecta que silenció el caos. La luz no quemó la piedra ni las plantas. Al contrario, al pasar sobre Shizuka y Elian, vi cómo sus heridas más profundas dejaban de sangrar y comenzaban a cerrarse en una neblina dorada. Elian, que estaba inconsciente, tosió y abrió los ojos, confundido. Shizuka miró su brazo, la herida casi desaparecida, con una incredulidad absoluta en su rostro.

Pero cuando la luz tocó al demonio, la reacción fue opuesta. La criatura no rugió de dolor. Chilló. Un chillido de terror existencial, como si el agua más sagrada hubiera tocado a un ser profano. Su forma de sombra se deshizo visiblemente, quemada no por el calor, sino por la pureza absoluta de la luz.

El pulso de energía duró solo un instante y me dejó sin aliento, cayendo de rodillas, completamente agotada. Pero el efecto fue devastador.

Todos en la terraza se quedaron paralizados, boquiabiertos. Vi la conmoción en el rostro de Edu, la incredulidad en el de Seraphina, el asombro en el de Azumi. Nadie podía comprender el poder que acababa de presenciar, y menos aún, su origen.

Justo en ese momento, las puertas principales de la terraza se abrieron de par en par. Mi padre, mi madre y el Rey Ragnar irrumpieron en la escena, atraídos por el estruendo de la batalla. Llegaron justo a tiempo para ver el último resplandor de mi luz dorada desvanecerse y al demonio, ahora visiblemente dañado y con su forma parpadeando, recuperarse. Sus rostros eran un lienzo de shock y una profunda preocupación al ver a la fuente de ese poder imposible de rodillas en el suelo.

El demonio, ahora, olvidó a Azumi, a Edu, a Seraphina. Olvidó su ancla. Todos sus ojos rojos, ahora llenos no de hambre, sino de un odio inteligente y un miedo primordial, se clavaron en mí.

Había dejado de ser una espectadora. Acababa de convertirme en la principal amenaza. Y la bestia, ahora, venía a por mí.

(Vista: Seraphina - El Sacrificio del Muro)

El tiempo pareció detenerse. El mundo se redujo a la imagen de esa niña, Hinata, de rodillas, el último resplandor de una luz dorada y sagrada desvaneciéndose a su alrededor. Una luz que había sanado a mi hermano y a su guardiana. Una luz que había hecho chillar de terror a una abominación del abismo.

Pero el demonio, aunque herido, se recuperó. Olvidó su ancla, me olvidó a mí. Todos sus ojos rojos, ahora llenos no de un hambre ciega, sino de un odio inteligente y un miedo primordial, se clavaron en la figura más pequeña de la terraza. Había identificado a la verdadera amenaza.

Con un rugido que prometía aniquilación, cargó. No hacia nosotros, los guerreros. Hacia la niña agotada e indefensa.

Todo se movió a cámara lenta. Vi a Azumi y a Shizuka intentar interponerse, pero estaban demasiado lejos. Vi a mi propio hermano preparar un contraataque, pero sabía que no llegaría a tiempo.

Y entonces, él se movió.

Edu Hoshino.

No corrió. Se desvaneció. En un instante estaba a mi lado, y al siguiente, era un borrón negro que se materializaba directamente en la trayectoria de la bestia, entre el demonio y su hermana. Se plantó allí, dándole la espalda a ella y enfrentándose a la muerte.

Y en ese instante, lo comprendí todo. Las historias de la niña, sus palabras en esta misma terraza, resonaron en mi mente con la fuerza de una profecía cumplida. "Haría cualquier cosa para protegernos... incluso si eso significa tener que destruirse a sí mismo en el proceso."

Esto era. Este era su juramento. Este era el corazón del huracán. Él era el Muro.

—¡EDU, NO! —grité, mi voz rompiéndose, un sonido que no reconocí como mío.

Él no me escuchó. No miró hacia atrás. Levantó una mano, no hacia el demonio, sino hacia el suelo frente a él. Vi sus labios moverse, susurrando dos palabras que no eran de este mundo, un encantamiento que no sonó a magia, sino a una sentencia.

—Kokushoku no Kyomu...

Golpeó el suelo. Y la realidad se hizo añicos.

Un "Agujero Negro". No era una esfera de oscuridad, era algo mucho peor. Una grieta de pura nada, una fisura en el tejido del mundo, se abrió en la piedra. No emitía luz, sino que la devoraba. Era un vacío hambriento que comenzó a absorber todo lo que lo rodeaba: el aire, el sonido, la esperanza. El demonio, en plena carga, no pudo detenerse. Fue atraído hacia la grieta, chillando de un terror cósmico mientras su forma de sombra era deshecha, no por la fuerza, sino por la aniquilación.

Pero el demonio, en su desesperación, lanzó sus zarcillos de sombra y se aferraron a Edu, su ancla final en este mundo. La grieta era inestable, y vi el esfuerzo sobrehumano en el rostro de Edu mientras luchaba por mantenerla abierta. Podría haberse soltado. Podría haber sobrevivido.

Pero no lo hizo.

En lugar de retroceder, dio un paso hacia adelante, empujando con toda su voluntad, asegurándose de que la abominación fuera consumida por completo. Vi sus ojos grises encontrarse con los míos por una última y desgarradora fracción de segundo, y en ellos no vi miedo, sino una extraña paz. La paz de un juramento cumplido.

La grieta se colapsó sobre sí misma con un sonido implosivo que no fue un sonido, sino la ausencia de él.

Y se lo llevó.

Se llevó al demonio. Y se llevó a Edu Hoshino.

El silencio que quedó fue más violento que cualquier grito. Donde un momento antes había estado el heredero del Este, ahora no quedaba nada. Solo el suelo de piedra agrietado y el eco de un sacrificio que yo, la Leona de Valerius, la mujer que había jurado no sentir nada, nunca podría olvidar.

(Vista: Hinata)

El silencio que dejó la desaparición de mi hermano no fue un vacío. Fue un grito. Un grito que resonó en mi alma y lo hizo añicos todo. Caí de rodillas, no por el agotamiento de la Gracia, sino porque mis piernas ya no podían sostener el peso de mi fracaso.

La culpa era un sol helado expandiéndose en mi pecho. Mi poder. Mi estúpido y sagrado poder lo había expuesto. Yo lo convertí en el objetivo. "Lo siento, Hina". Sus últimas palabras. Una disculpa. Y esa disculpa fue la chispa que incendió mi dolor y lo convirtió en una furia fría y absoluta.

Las lágrimas no llegaron. En su lugar, una calma aterradora se apoderó de mí. Me levanté, mis puños apretados con tanta fuerza que mis uñas se clavaron en mis palmas. Miré el lugar donde él había estado, y luego miré a los rostros aterrorizados de la corte de Valerius. La voz del Demiurgo susurró en mi mente: "Una llave se ha perdido..."

No, respondí en el silencio de mi alma, una promesa que hizo temblar mi ser. No se ha perdido. Me lo han arrebatado. Y juro por la Primera Luz y por la Oscuridad que lo devoró, que encontraré a los responsables. Y les enseñaré lo que es un verdadero agujero negro.

(Vista: Seraphina)

Me quedé allí, paralizada, el eco de su sacrificio resonando en la grieta que había abierto en mi alma. El hombre que había llamado huracán se había convertido en un muro para salvar a su hermana y, en el proceso, me había protegido a mí. Había muerto por un juramento que yo apenas empezaba a comprender.

La Leona de Fuego, la princesa que nunca había necesitado a nadie, se sintió impotente. Y la impotencia dio paso a la rabia. Una rabia pura y ardiente contra el mundo, contra los monstruos, contra mi propia debilidad.

—¿Estás herida, Phina? —preguntó Elian, su mano en mi hombro.

Aparté su mano con un gesto brusco. —¡Claro que estoy herida! —espeté, mi voz temblando de una furia que no sabía que poseía—. ¡Mi reino, mi casa, no pudo proteger a un invitado de honor! ¡Yo no pude protegerlo!

Las palabras de Hinata —"su única debilidad es su amor por su familia"— eran ahora una deuda de sangre. Él había pagado el precio final por su juramento. Y yo, Seraphina de Valerius, que nunca he debido nada a nadie, ahora tenía una deuda de honor con la sombra de un hombre del Este. Una deuda que solo podía pagarse con la sangre de sus enemigos. Miré la piedra agrietada, el único testamento de su existencia. No, no era un testamento. Era una promesa. Y yo la cumpliría.

(Vista: Las Guardianas)

El shock duró lo que tarda un corazón en romperse. Luego, el dolor se convirtió en un arma.

—¡Azumi! —La voz de Shizuka fue un látigo, desprovista de lágrimas, solo acero—. ¡A Hinata! ¡Ahora!

Corrió hacia la niña, pero no para consolarla. La levantó, su cuerpo convirtiéndose en un escudo viviente, sus ojos barriendo la terraza, desafiando a cualquier sombra a acercarse. Su juramento a Edu ahora se transfería con una ferocidad duplicada a su hermana.

Azumi, por su parte, se movió hacia Elian. Su rostro era una máscara de hielo, pero sus ojos de rubí ardían.

—Príncipe Elian —dijo, su voz tan afilada como sus hojas—. Su magia de sombras. ¿Pudo rastrear ese vacío? ¿Sintió alguna coordenada, alguna resonancia, alguna debilidad? ¡Dígame que tiene una pista!

—No era un plano conocido —respondió Elian, impresionado por su intensidad—. Era... la nada.

—La "nada" no es una respuesta aceptable —replicó Azumi, su voz gélida—. Analice sus recuerdos. Busque un eco. Busque un error. Porque si no puede encontrar un camino, yo misma cavaré uno a través del abismo. No lo dejaremos allí.

Su dolor no era de luto. Era el de una estratega a la que le han robado su pieza más valiosa. Y estaba dispuesta a iniciar una guerra contra el propio universo para recuperarla.

(Vista: Los Padres)

Ibuki y Sakura llegaron a la terraza y contemplaron la devastación. El silencio de Sakura fue más aterrador que cualquier grito. Sus ojos violetas recorrieron la escena, registrando cada detalle, y cuando se posaron en el lugar donde su hijo había desaparecido, un poder antiguo y terrible pareció despertar en sus profundidades.

El Rey Ragnar se acercó a su viejo amigo, su rostro una máscara de culpa y dolor. —Ibuki, yo... mi reino...

—Silencio, Ragnar —dijo Ibuki, y su voz no era la de un amigo, sino la de un señor de la guerra cuya casa ha sido profanada. Era una calma que precedía a una aniquilación—. Esto no es tu culpa. Pero ha ocurrido bajo tu sol. Mi hijo ha sido tomado.

Se giró hacia su esposa. —Sakura.

—Lo sé —respondió ella, sus ojos brillando con una luz violeta—. Ya he sentido su rastro. Débil. Pero no se ha extinguido.

Ibuki se volvió hacia el rey, y cada palabra que pronunció fue un juramento de sangre. —Encontraremos a los responsables de esta invocación. Y cuando lo hagamos, que tus dioses recen por ellos. Porque los míos no tendrán piedad. Esto no fue un ataque, Ragnar. Fue un acto de guerra contra mi casa. Y la Casa Hoshino... siempre responde.

(Vista: Kenji)

Yo no escuchaba los juramentos ni las amenazas. El caos a mi alrededor era simplemente ruido blanco. Mi mundo se había reducido a la reliquia rota que sostenía en mi mano. El trozo de obsidiana agrietado.

Fracaso.

Esa era la única palabra en mi mente. Mi lógica, mis análisis... todo inútil. Mi hermano había elegido una solución que desafiaba toda ecuación: el sacrificio.

Pero el dolor no era una variable productiva. Lo archivé. Lo encerré en una caja de hielo en mi mente. Y lo que quedó fue un propósito frío y absoluto.

La piedra en mi mano vibraba débilmente. Una firma dimensional. Una prueba. No estaba muerto. Estaba... desplazado. Un problema. Y todos los problemas, sin importar cuán cósmicos fueran, tenían una solución.

Apreté la reliquia. Mi luto sería mi trabajo. Mi venganza sería mi investigación. Analizaría esta piedra hasta su última molécula. Estudiaría cada texto prohibido sobre magia dimensional. Descifraría la física del abismo. No sé cómo. No sé cuándo. Pero te encontraré, hermano. Y te traeré de vuelta. No era una esperanza. Era la premisa de mi siguiente y más importante ecuación.

(Vista Final: El Ojo en el Abismo)

Oscuridad.

Un silencio opresivo. Un frío que no era temperatura, sino la ausencia de toda energía. Un vacío absoluto que activamente intentaba borrar la existencia, deshilachar los recuerdos, disolver la conciencia.

Flotando en esa negrura infinita, una figura solitaria. Inconsciente.

Pero dentro de esa figura, una brasa se negó a extinguirse. Un juramento. Una promesa.

Un recuerdo del rostro de una hermana asustada.

Con un esfuerzo que debería haber sido imposible, en un lugar donde la voluntad no debería existir, la brasa se convirtió en una llama.

Y en la quietud absoluta del abismo, un par de ojos grises se abrieron de golpe.

No estaban llenos de confusión. No estaban llenos de miedo.

Ardían con un fuego frío y furioso, reflejando la misma nada que los rodeaba, pero negándose a ser consumidos por ella.

Edu Hoshino estaba consciente. Y su guerra acababa de empezar.

FIN DEL VOLUMEN 2

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