(Vista: El Consejo de Guerra Silencioso)
Cuando Edu regresó a nuestra mesa, lo hizo con la misma calma con la que se había marchado, como si acabara de dar un paseo por el jardín y no de haber detonado una bomba emocional en el centro de la corte de Valerius. Se sentó, tomó un sorbo de té y le guiñó un ojo a Zuzu, que se había adueñado de un cojín cercano. Su serenidad era una tormenta en sí misma.
Nadie dijo nada, pero la conversación silenciosa a nuestro alrededor era ensordecedora. Azumi tenía la vista clavada en un punto indefinido de la pared opuesta, pero su rostro, normalmente pálido, mantenía un leve tono rosado, y la forma en que sus dedos apretaban el abanico de seda delataba su agitación. Shizuka, a su lado, parecía una estatua de leona a punto de lanzarse a la yugular de alguien; su desaprobación era tan densa que se podía sentir.
Fue Kenji quien rompió el silencio, su voz un murmullo bajo y analítico que solo nosotros podíamos oír.
—Acabas de cambiar todas las variables del tablero, hermano.
Edu se giró hacia él, una ceja enarcada. —¿A qué te refieres? Solo fue un baile.
—No —replicó Kenji, negando con la cabeza mientras sus ojos no dejaban de escanear la sala, registrando cada mirada, cada susurro—. No fue un baile. Fue una demostración de poder. Primero, humillaste públicamente a su pretendiente de más alto rango, Lord Valerius, usando sus propias reglas en su contra. Segundo, te saltaste la jerarquía y tomaste la iniciativa. Y tercero, y más importante, lograste en tres minutos lo que nadie en esta corte ha logrado en años: rompiste la compostura de la Princesa Seraphina.
Kenji se inclinó hacia adelante. —Ya no te ven como un invitado exótico. Ahora te ven como una amenaza real o como un posible aliado de un poder inmenso. Has dejado de ser una pieza de curiosidad para convertirte en el centro del juego. Cada lord en esta sala está recalculando su posición con respecto a ti. Y con respecto a nosotros.
—Excelente —dijo Edu con una simpleza que enfureció a Shizuka.
—¡"Excelente"! —siseó ella, finalmente rompiendo su silencio—. ¡Insolente! ¿No te das cuenta del peligro en el que nos has puesto? ¡Has provocado a Valerius, uno de los hombres más vengativos del reino, y has creado una conexión íntima y pública con la heredera! ¡Has pintado una diana en toda nuestra familia!
—Mi querida Shizuka, siempre tan preocupada por mi bienestar —dijo Edu con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. A veces, la mejor manera de evitar una emboscada es caminar directamente hacia el centro del campo de batalla y anunciar tu presencia. Nadie se atreve a atacar a un objetivo que está bajo la atenta mirada de todos.
—A menos que sean lo suficientemente estúpidos o arrogantes para hacerlo —gruñó Shizuka.
—Y en ese caso —concluyó Edu, su voz volviéndose fría por un instante—, es mejor que muestren sus cartas ahora, a que nos apuñalen por la espalda después.
La conversación fue interrumpida por la llegada de mi madre y mi padre, que regresaban a la mesa. Sakura nos dedicó una sonrisa enigmática.
—Una velada muy... educativa —dijo, sentándose. Su mirada se posó en Edu—. Has demostrado que un huracán también puede aprender los pasos de un vals, hijo. Pero ten cuidado. Cuando haces que una leona baje la guardia, también atraes la atención de todas las hienas que esperaban su oportunidad para atacar.
Mi padre no dijo nada, pero sus ojos se posaron en Lord Valerius, al otro lado del salón, y su rostro se endureció. El juego había terminado por esa noche, pero todos en esa mesa sabíamos que las verdaderas batallas, las que se librarían en las sombras y en los pasillos de aquel palacio, apenas acababan de comenzar.
(Vista: El Rey y su Escudo)
Mucho después de que los Hoshino se retiraran y la mayoría de los nobles hubieran abandonado el salón, el Rey Ragnar se encontraba en el gran balcón que dominaba la pista de baile ahora vacía. A su lado, en silencio, estaba su hijo, Elian. El rey sostenía una copa de vino, pero no bebía. Su mirada estaba perdida en el punto exacto donde Seraphina y Edu habían terminado su danza.
—Ella bajó la guardia —dijo Ragnar finalmente, su voz un murmullo grave que retumbaba en la quietud de la noche—. Por primera vez en su vida, alguien atravesó sus muros no con fuerza, sino con... sinceridad. Y lo hizo delante de toda la corte.
—Fue una jugada peligrosa por parte del Hoshino —respondió Elian, su tono tan calmado como siempre, pero con un matiz de preocupación—. Podría haberla ofendido, haber causado un incidente.
Ragnar soltó una risa corta y grave. —¿Ofenderla? ¡Claro que la ofendió! Y la intrigó, y la desarmó, y la enfureció. Le hizo sentir cinco cosas a la vez. Ningún lord en este reino ha logrado que sienta nada más que aburrimiento. Ese chico no jugó a su juego; la invitó al suyo, uno mucho más complejo y peligroso.
El rey se giró para mirar a su hijo, su rostro de león ahora serio. —¿Estás preocupado, Capitán?
—Como Capitán de la Guardia, estoy preocupado por la reacción de Lord Valerius. Lo que ha ocurrido esta noche es una herida mortal a su orgullo. Un hombre así, arrinconado y humillado, es impredecible —dijo Elian, su voz profesional.
—¿Y como hermano? —presionó Ragnar.
Elian guardó silencio por un momento, su mirada fija en el suelo de mármol. —Como hermano... estoy preocupado porque vi a mi hermana perder terreno en una batalla que no sabía que estaba librando. La vi vulnerable. Y él lo vio también. Ese chico del Este no solo vio la grieta en su armadura; parece que sabe exactamente de qué está hecha.
Ragnar asintió lentamente, una expresión de profunda reflexión en su rostro.
—Lo sé. Y eso es precisamente lo que esperaba que ocurriera —admitió el rey.
Elian lo miró, la sorpresa finalmente rompiendo su calma. —¿Esperabas que la pusiera en una posición tan vulnerable?
—Esperaba que alguien finalmente la obligara a serlo —corrigió Ragnar—. Tu hermana ha construido una fortaleza de hielo a su alrededor, Elian. Una fortaleza que la protege, sí, pero que también la aísla. La estaba convirtiendo en una reina fría, predecible y solitaria. Yo le traje un huracán, una fuerza de la naturaleza que no puede controlar ni predecir, para obligarla a sentir, a reaccionar, a adaptarse. Para que el hielo se rompiera y el fuego que lleva dentro tuviera por fin espacio para arder.
—Es un riesgo enorme, padre —dijo Elian—. Estás jugando con el corazón de tu heredera y con la estabilidad de una alianza.
—Toda la vida es un riesgo enorme, hijo —concluyó Ragnar, apurando por fin su copa de vino—. La paz es el mayor de todos, porque nos adormece. El heredero Hoshino acaba de despertar a mi leona. Ahora... solo queda ver si deciden cazarse el uno al otro, o si aprenden a cazar juntos. Y cualquiera de las dos opciones, créeme, cambiará el futuro de este continente.
Se quedaron en silencio, padre e hijo, el rey y su escudo, observando el salón vacío donde las primeras y más cruciales batallas de una nueva guerra ya se habían librado sin derramar una sola gota de sangre.
(Vista: Seraphina y Hinata)
Me retiré del salón mientras la puerta de la terraza se cerró detrás de mí, y el sonido de la música del baile se convirtió en un murmullo lejano. Agradecí el aire fresco de la noche, un bálsamo para mis mejillas que aún ardían por la intensidad de la danza con Lord Hoshino. Me apoyé en la barandilla de piedra, mi mente un torbellino. ¿Miedo a caer? ¿Una firma de los cielos? Sus palabras habían derribado defensas que llevaban años en pie. Me sentía expuesta, vulnerable.
Fue entonces cuando escuché el leve roce de un zapato sobre la piedra. Me giré, mi instinto gritando una advertencia. La niña, Hinata, estaba allí, a unos pasos de distancia, sus ojos grandes y Fucsias fijos en mí.
—¿Tú otra vez? —dije, mi voz más afilada de lo que pretendía—. Eres una niña extraña, Hinata Hoshino. ¿Me sigues?
—Lo siento, Alteza —dijo, haciendo una pequeña reverencia—. Usted parecía... abrumada. Quería asegurarme de que estuviera bien.
Su sinceridad me descolocó. Vi una oportunidad estratégica. Una forma de entender a mi rival.
—Tu hermano... es un hombre extraordinario —dije, mi tono suavizándose—. Dime, tú que lo conoces mejor que nadie. ¿A qué le teme un hombre que parece no temerle a nada? ¿Cuál es la debilidad de un huracán?
Esperaba una respuesta infantil. En su lugar, sus ojos se volvieron profundos, como si recordara algo lejano.
—Hay una historia sobre mi hermano, Alteza —comenzó, su voz tranquila, casi como si recitara una fábula—. Una que habla de su verdadera naturaleza. La historia cuenta que en un mercado bullicioso, un jarrón muy amado por un anciano ceramista iba a hacerse añicos contra el suelo.
Mi ceño se frunció. ¿Una historia?
—La historia dice —continuó ella, sus ojos fijos en la luna—, que mi hermano, sin dudarlo, usó toda su velocidad y su gracia, no para ganar una pelea, sino para salvar ese simple trozo de barro, solo porque era hermoso y alguien lo amaba. No obtuvo nada a cambio, salvo la sonrisa del anciano.
La miré, desconcertada. ¿Qué clase de debilidad era esa?
—La historia nos enseña —concluyó Hinata, girándose para mirarme— que la debilidad de mi hermano no son las espadas ni los ejércitos. Es su incapacidad para ver algo frágil y amado romperse.
Me quedé en silencio. Lo que me había dado no era un defecto, era una prueba de un carácter inmenso.
—Eso es compasión, no un miedo personal —argumenté, intentando recuperar el control del interrogatorio.
—Su único miedo personal —respondió ella al instante— somos nosotros. Su familia. Yo misma le he oído decir que toda la fuerza que busca no es para conquistar, sino para construir un muro a nuestro alrededor, para que la tristeza nunca nos alcance.
> > —Así que esa es su verdadera y única debilidad, Alteza. Su amor. El juramento que se hizo a sí mismo. Haría cualquier cosa para protegernos, sin importar el coste. Incluso si eso significa tener que destruirse a sí mismo en el proceso.
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Un silencio profundo cayó sobre la terraza. La niña no me había dado un arma. Me había entregado un espejo que reflejaba mis propias murallas y mi soledad. Y en ese espejo, vi a su hermano no como un rival, sino como un hombre cuya fuerza nacía de una fuente que yo había olvidado hace mucho tiempo. Y en mi corazón, el hielo comenzó a derretirse, dejando al descubierto algo nuevo, cálido y peligrosamente vulnerable.
Abrí la boca para decir algo, pero nunca tuve la oportunidad.
En ese preciso instante, la atmósfera cambió. Un frío antinatural descendió sobre la terraza, y el sonido de la música del baile se cortó de golpe. Un silencio de muerte nos envolvió.
—¿Qué es esto? —susurré, mi mano yendo por instinto a la daga oculta en mi vestido.
Desde el jardín de abajo, una sombra se retorció. Dos brasas de odio rojo se encendieron en la oscuridad. Y un gruñido que hizo vibrar la piedra bajo nuestros pies anunció que la noche de los bailes había terminado. La noche de las garras y los colmillos acababa de comenzar.
(Vista: El Primer Ataque)
El rugido del demonio fue un sonido gutural que desgarró la elegante atmósfera del palacio. No hubo tiempo para el miedo. Mis años de entrenamiento, cada lección sobre estrategia y combate, tomaron el control de mi cuerpo. En un movimiento fluido, empujé a Hinata detrás de mí, interponiéndome entre ella y la abominación que ahora trepaba por la pared del jardín hacia nuestra terraza.
—¡Hinata, quédate detrás de mí! ¡No te muevas! —ordené, mi voz firme y clara, mientras mi mano desenvainaba la daga ceremonial oculta en mi vestido. No era un arma adecuada, pero era lo único que tenía.
La criatura, una amalgama de humo negro solidificado y garras afiladas como navajas, aterrizó en la terraza con un impacto que hizo temblar la piedra. Sus múltiples ojos rojos se clavaron en mí, ignorando por completo a la niña que temblaba a mi espalda. Su objetivo era yo.
Concentré mi maná y desaté el hechizo más rápido que conocía. —¡Lanza de Viento!
Una jabalina de aire comprimido salió disparada de mi mano, silbando en el aire. Golpeó al demonio en el pecho, pero el efecto fue desolador. La lanza se disipó contra su piel de sombra como si hubiera golpeado niebla. La bestia ni siquiera parpadeó. Soltó otro rugido, esta vez de impaciencia, y se abalanzó sobre mí.
Me preparé para esquivar, para intentar un contraataque suicida con mi pequeña daga, sabiendo que era inútil.
Pero no estaba sola.
Como un trueno, las puertas de cristal de la terraza estallaron hacia adentro. No fue el demonio. Fue Edu Hoshino. La máscara de encantador despreocupado había desaparecido por completo, reemplazada por una expresión de furia helada y una concentración letal. Se movió con una velocidad que desafiaba la lógica, un borrón de seda negra que se interpuso entre la bestia y yo en el último instante.
—¡Atrás, Alteza! —gritó, y en su mano apareció un torbellino de agua y fuego, una danza imposible de los elementos.
Casi al mismo tiempo, sus dos guardianas y mi hermano llegaron a la terraza, creando un semicírculo de protectores. Shizuka y Azumi se movieron como una sola entidad, posicionándose al instante para proteger a Hinata, sus armas desenvainadas, sus rostros impasibles como el acero. Elian apareció en el flanco izquierdo, la oscuridad arremolinándose a sus pies, sus ojos fijos en la criatura con un odio frío.
Edu no perdió un segundo. Asumió el mando con la autoridad de un general nato.
—¡Azumi, Shizuka, a Hinata! ¡Formen una barrera, no se separen de ella! —ordenó, su voz cortando el caos—. ¡Elian, presiona el flanco izquierdo, busca una debilidad en su forma! ¡Princesa, a mi derecha! ¡Lo rodeamos, no dejen que se enfoque en un solo objetivo!
La sorpresa inicial dio paso a la adrenalina de la batalla. Asentí, mi propio poder surgiendo en respuesta a la amenaza. El huracán y la leona, el escudo de sombras y las guardianas de acero. La extraña y caótica alianza se había formado. La batalla por nuestras vidas acababa de comenzar.
(Vista: El Combate - Primera Fase)
Las órdenes de Edu cortaron el aire tenso, y la caótica escena se transformó en una unidad de combate. No hubo tiempo para preguntas ni dudas. La supervivencia era el único idioma que todos entendíamos.
Shizuka y Azumi se movieron con una sincronización nacida de innumerables entrenamientos. Azumi me agarró del brazo, su toque sorprendentemente firme, y me colocó detrás de la sólida figura de Shizuka. —¡No te muevas de aquí, Hinata-sama! —me ordenó Shizuka, su voz un gruñido protector mientras desenvainaba su wakizashi. Las dos formaron un muro viviente, una promesa de acero y lealtad.
Mientras tanto, la ofensiva principal había comenzado. El demonio, ignorando a las guardianas, reanudó su carga hacia Seraphina. Fue Elian quien actuó primero, su rostro una máscara de fría determinación.
—¡No pasarás! ¡Prisión de Sombras! —cantó, y las sombras proyectadas por las estatuas y los árboles del jardín cobraron vida. Se estiraron como zarcillos de oscuridad líquida, enroscándose alrededor de las patas y el torso de la bestia.
El demonio rugió, su avance volviéndose pesado y lento, como si se moviera a través de fango espeso. Las sombras de Elian lo contenían, pero vi el esfuerzo en el rostro del príncipe; su frente estaba perlada de sudor mientras luchaba por mantener a raya un poder tan corrupto.
—¡Ahora, princesa! —gritó Edu, aprovechando la oportunidad.
Seraphina no necesitó que se lo dijeran dos veces. Sus manos se movieron en un patrón elegante y complejo, desatando una andanada de cuchillas de viento. —¡Danza de las Mil Hojas!
Las ráfagas de aire cortante, invisibles y letales, volaron hacia el demonio. Al mismo tiempo, Edu lanzó su propio ataque. No usó la fuerza bruta, sino la astucia. Conjuro un torbellino de agua a los pies de la bestia, convirtiendo la piedra en una superficie resbaladiza e impredecible, mientras lanzaba esferas de fuego que no apuntaban al cuerpo, sino a los ojos rojos de la criatura, buscando cegarla y confundirla.
Era una combinación brillante: las sombras de Elian lo frenaban, el agua de Edu lo desequilibraba, y las cuchillas de viento y el fuego buscaban sus puntos débiles.
La bestia soltó un chillido de furia y dolor. Varias de las cuchillas de Seraphina encontraron su objetivo, haciendo que algunos de sus ojos de rubí se apagaran con un siseo. Las bolas de fuego lo obligaron a cerrar otros. Tropezó en el suelo resbaladizo, su enorme cuerpo tambaleándose por un instante.
Por un segundo, creí que lo lograrían.
Pero la criatura estaba hecha de una malicia de otro mundo. Con un rugido que sacudió los cimientos del palacio, desató una onda expansiva de pura energía oscura. Las sombras de Elian se hicieron añicos como el cristal. Él retrocedió, llevándose una mano al pecho, sin aliento. La bestia, aunque herida y enfurecida, se enderezó. Ignoró a Edu, ignoró a Elian. Su odio primario, su propósito, seguía intacto.
Sus múltiples ojos restantes, ardiendo con una nueva intensidad, se clavaron de nuevo en su objetivo original.
Seraphina.
Nuestro primer asalto coordinado, nuestra mejor combinación de poder, apenas había servido para enfurecerla. La bestia bajó la cabeza y cargó de nuevo, esta vez con el doble de velocidad y furia.
(Vista: Kenji - El Análisis)
Llegué a la terraza justo a tiempo para presenciar el fracaso de su primer ataque. Me mantuve a una distancia segura, en el umbral de las puertas de cristal, mi mente absorbiendo cada detalle de la caótica escena, no con el pánico de un espectador, sino con la fría precisión de un analista de campo de batalla.
Los datos eran alarmantes y contradictorios. La fuerza física del demonio era inmensa, capaz de destrozar el muro de piedra de Shizuka como si fuera cartón. Sin embargo, su propio cuerpo parecía carecer de una masa sólida real. Los ataques mágicos, como las cuchillas de viento de la princesa y el vórtice elemental de mi hermano, le causaban una reacción visible —un siseo, una momentánea pérdida de forma—, pero el daño no era permanente. Su esencia sombría se regeneraba casi al instante. Era como intentar apuñalar el agua o quemar el humo.
La variable más reveladora fue su interacción con la magia del Príncipe Elian. Las sombras del príncipe, que deberían haber tenido una afinidad natural para controlar a una criatura de oscuridad, solo lograron ralentizarla. No pudieron contenerla. Esto significaba que la naturaleza del demonio era fundamentalmente diferente, una oscuridad más pura o más corrupta que el poder que un mortal podía manejar.
Mi mente trabajaba a una velocidad febril, descartando hipótesis. No es una bestia elemental. No es un espíritu. No es un golem de sombras. ¿Entonces qué es?
La respuesta llegó cuando la bestia, tras romper las ataduras de Elian, cargó de nuevo hacia la princesa. La brillante luz de la luna llena y la de los candelabros del salón proyectaban su silueta sobre el jardín. Y fue ahí donde vi la anomalía. La incongruencia. Su sombra en el suelo.
No se movía con él.
O, más bien, no del todo. Mientras el cuerpo del demonio se movía por la terraza con una agilidad aterradora, la base de su sombra permanecía extrañamente fija, anclada a un punto específico más allá de la barandilla, en la oscuridad del jardín. Era como ver la sombra de una marioneta; no importa cuánto se mueva el títere, la sombra siempre está conectada a la mano del titiritero.
Las piezas encajaron en mi cabeza con la fuerza de una revelación.
No es un ser. Es una proyección. Un ancla.
¡Es un ancla!
No estábamos luchando contra el guerrero, estábamos luchando contra su imagen en un espejo. Atacar su cuerpo era inútil, una pérdida de tiempo y energía. Para detener a la marioneta, no luchas contra la marioneta. Cortas los hilos.
—¡ES UN ANCLA! —grité, mi voz cortando el rugido de la bestia y el sonido de la magia.
Todos se giraron a mirarme por un instante, sus rostros una mezcla de confusión y desesperación.
—¡NO ES UN SER FÍSICO! —continué, proyectando mi voz con toda la fuerza de mis pulmones—. ¡ES UNA MANIFESTACIÓN, UNA SOMBRA PROYECTADA A NUESTRA DIMENSIÓN! ¡ATACAR SU CUERPO ES INÚTIL!
Vi la comprensión comenzar a formarse en los ojos de mi hermano y en los de la princesa.
—¡HAY QUE ROMPER EL ANCLA! ¡EL OBJETO QUE LO MANTIENE AQUÍ! ¡BUSQUEN LA RELIQUIA!
Mis palabras quedaron suspendidas en el aire, una nueva estrategia, una nueva esperanza en medio del caos. Había resuelto el acertijo. Ahora, solo quedaba ver si los guerreros podían ejecutar la solución antes de que fuera demasiado tarde.