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Chapter 21 - "EL BAILE DE LA MEDIA LUNA"

(Vista: Seraphina)

La frustración era un veneno frío en mis venas. Mientras mis doncellas me ayudaban a prepararme para el gran baile de bienvenida, cada lazo del corsé, cada joya que colocaban sobre mi piel, se sentía como una atadura. La imagen de esa estúpida rama clavándose a mis pies no se borraba de mi mente. No había sido una derrota, pero tampoco una victoria. Había sido... un punto muerto. Él no había jugado mi juego. Había creado uno nuevo y me había dejado sola en el tablero.

—El broche de zafiro está torcido, Elspeth. Arréglalo —dije, mi voz más afilada de lo que pretendía.

La joven doncella dio un respingo y sus manos temblorosas se apresuraron a obedecer. Vi su miedo en el espejo y sentí una punzada de autodesprecio.

—La doncella no invocó el viento que guio la rama, Phina. No tienes por qué descargar tu frustración con ella.

La voz tranquila de Elian llegó desde el umbral de mis aposentos. Estaba apoyado en el marco de la puerta, con su uniforme de gala de la guardia, una figura de calma en medio de mi tormenta interior. Despedí a las doncellas con un gesto.

—¡No estoy frustrada! —espeté, girándome para enfrentarlo una vez que estuvimos solos—. Estoy... analizando una variable imprevista. Él se burló de mí, Elian. Delante de toda la corte. Convirtió mi demostración de perfecta y controlada habilidad en un truco de magia elemental, en un juego de niños.

—No se burló de ti —replicó Elian, acercándose—. Te respondió. Tú usaste tu arco para decir "Este es mi dominio y estas son mis reglas". Él usó una rama para decir "Yo no necesito tus reglas". Fue un diálogo, no un insulto. Y, si me permites decirlo, fue una respuesta brillante.

—¡Un diálogo en el que me dejó sin palabras! —exclamé, caminando de un lado a otro de la habitación—. Y no me gusta esa sensación. Siento que... pierdo el control cuando él está cerca. Es impredecible. Es un caos que se disfraza de sonrisa.

Elian me detuvo suavemente, poniendo sus manos sobre mis hombros. —Quizás es eso lo que te asusta. No él, sino la sensación de no tener el control absoluto por primera vez en tu vida.

Lo miré, viendo la verdad en sus palabras, y eso solo me enfureció más. Suspiré, dejando que la ira se disipara, reemplazada por una fría determinación.

—Puede que tengas razón —admití—. Pero esta noche es diferente. El torneo y sus demostraciones de poder elemental fueron su escenario. El baile es el mío. La intriga, las palabras veladas, las alianzas forjadas en un susurro... en ese terreno, yo soy invencible.

Me acerqué al espejo y me miré. Mi reflejo me devolvió la imagen de la Leona de Valerius, mis ojos rubí ardiendo con un nuevo propósito.

—Esta noche —dije, mi voz ahora calmada y llena de una confianza gélida—, el huracán aprenderá a bailar a mi ritmo. O descubrirá lo que ocurre cuando intenta apagar el fuego de una leona con simples soplidos de aire.

Elian sonrió, una sonrisa de genuino orgullo. —Esa es la hermana que conozco.

Me coloqué el último pendiente, la pieza final de mi armadura de seda y joyas. Estaba lista. El juego continuaba.

(Vista: Hinata)

En mis aposentos, el ambiente era de una calma casi sofocante. Azumi, con su paciencia infinita, me ayudaba a peinarme el cabello, sus dedos moviéndose con una destreza que contradecía su entrenamiento como guerrera. Llevaba un vestido de seda azul pálido, un color que mi madre había elegido para resaltar mi juventud. Me miré en el gran espejo de plata. Vi a una niña noble, preparada como una muñeca para ser exhibida en una fiesta. Una imagen de inocencia y tranquilidad.

Era una mentira.

Por dentro, mi alma tenía la edad de una estrella moribunda. Mientras Azumi trabajaba, mis ojos se quedaron fijos en mi propio reflejo, pero mi rostro comenzó a desvanecerse. El opulento mobiliario de la habitación se disolvió en una niebla blanca, y el sonido de los preparativos para el baile fue reemplazado por el zumbido perfecto y sin emociones del jardín de cristal. No era un sueño. Era una conexión. Una citación.

La voz del Demiurgo no esperó a que yo hablara. Resonó en mi mente, fría, imperativa y tan clara como el cristal.

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Un escalofrío me recorrió, uno que no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación. No era una observación astronómica. Era una orden.

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Sentí que mi respiración se aceleraba. La imagen de la princesa, tan imponente y controlada, apareció en mi mente.

<>, continuó el Demiurgo, y sentí el peso de un mandato ineludible. <>

El pánico se arremolinó en mi interior como una tormenta de nieve. Era una tarea imposible. —¿Pero... cómo? —pensé, sabiendo que él podía oír mis pensamientos—. Ella nunca se lo quita. Estará rodeada por toda la corte. Acercarme es difícil, pero... ¿lograr que se quite un guante? Es impensable.

<>, respondió la entidad, su voz desprovista de toda empatía. <>

La voz se volvió aún más grave, una advertencia final que heló mis huesos.

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La conexión se cortó. De repente, volví a estar en mi habitación, mirando mi propio rostro pálido y mis ojos desorbitados en el espejo.

—¿Hinata-sama? —La voz suave de Azumi me trajo de vuelta a la realidad. Su mano estaba en mi hombro, y su reflejo mostraba una genuina preocupación—. ¿Se encuentra bien? De repente se ha quedado muy pálida.

Forcé una sonrisa, una actuación que me costó todas mis fuerzas. —S-sí, Azumi-san. Solo estoy nerviosa por el baile. Hay... mucha gente. Nunca he estado en una fiesta tan grande.

Azumi me dedicó una pequeña y rara sonrisa de consuelo. —No se preocupe. Shizuka y yo no nos apartaremos de su lado. Nadie la molestará.

Asentí, mi corazón latiendo con fuerza. Ella no lo entendía. El problema no era que alguien me molestara a mí. El problema era que yo tenía que encontrar la manera de molestar a una princesa, de crear una situación tan inusual que la obligara a revelar su secreto más profundo. El baile ya no era una fiesta. Era un campo de batalla silencioso. Y yo era la única que conocía las verdaderas reglas del enfrentamiento.

(Vista: Lord Valerius)

Mis aposentos eran un santuario de lujo y poder, pero esa noche se sentían como la jaula de un león impaciente. Caminaba de un lado a otro sobre la alfombra de piel, una copa de vino en la mano, mi mente repasando el plan una y otra vez. La imagen del rostro fascinado de Seraphina mientras miraba al Hoshino era un fuego que alimentaba mi rabia. La humillación ya no era suficiente. Quería el control.

Una de las sombras en la esquina de la habitación se alargó, se retorció de una forma antinatural y de ella emergió una figura encapuchada, tan silenciosa como la tumba. Di un respingo, derramando un poco de vino sobre la alfombra.

—Deberías usar la puerta como la gente normal —espeté, recuperando mi compostura con un velo de irritación.

La figura se rio, un sonido seco y rasposo como el de hojas muertas siendo arrastradas por el viento. —No soy gente normal, mi Lord. Y las puertas son para quienes temen a las sombras. Yo vivo en ellas. ¿Está todo listo de su parte?

Dejé la copa con fuerza sobre una mesa y le arrojé una pesada bolsa de cuero. El sonido de las monedas de oro al chocar fue obsceno en la quietud de la habitación.

—Ahí tienes tu pago, hechicero. Una fortuna por un solo... truco. Espero que tu 'bestia' sea tan efectiva como prometes.

El hechicero recogió la bolsa sin prisa, sopesándola en su mano huesuda. —No es una bestia, Lord Valerius. Las bestias sienten miedo, tienen instintos. Lo que yo he preparado para usted es algo mucho más puro. Es un hambre. Un eco del abismo atado a una reliquia. No piensa. No razona. No siente nada más que un vacío que necesita llenar. Y esta noche —dijo, y pude sentir una sonrisa bajo su capucha—, su apetito tendrá el nombre de la princesa.

Un escalofrío me recorrió, una mezcla de emoción y un temor que nunca admitiría. —¿La reliquia? ¿Estás seguro de que está en su lugar y no será descubierta?

—Un fragmento de obsidiana del Corazón del Mundo, grabado bajo una luna de sangre —explicó el hechicero, su voz llena de un orgullo profesional—. Reposa en la base de la estatua del Primer Rey, en el jardín de la terraza este. Para ojos normales, es una simple piedra oscura. Pero para el Hambre que he invocado, brillará más que el sol de mediodía. Es su ancla a este plano. Su puerta de entrada.

—Perfecto —dije, una sonrisa cruel comenzando a formarse en mis labios—. El escenario está listo.

—Solo necesita la palabra de activación —continuó el hechicero—. Cuando la vea en el jardín, cuando esté sola y vulnerable, pronuncie su nombre con intención. El Hambre sabrá a quién cazar. Será rápido, brutal, y no dejará rastro... más que el terror absoluto en el corazón de los supervivientes.

Me acerqué a la ventana, observando las luces del salón de baile a lo lejos. —Quiero que grite. Quiero que su arrogancia de leona se haga añicos. Quiero que su campeón del Este, ese huracán de sonrisas, se enfrente a algo que no puede encantar ni esquivar. Y cuando él falle miserablemente en protegerla, cuando su mundo de confianza se derrumbe, yo seré el único que quede para ofrecerle refugio. Su salvador.

—Una ambición admirable, mi Lord —dijo el hechicero—. El miedo es una arcilla muy maleable en las manos de un buen artesano.

Me giré, pero la habitación estaba vacía. La sombra en la esquina había vuelto a su tamaño normal. El hechicero se había ido tan silenciosamente como había llegado. Me quedé solo, con mi plan y la anticipación de la noche. Tomé mi copa de vino y brindé por la oscuridad. Esta noche, la Leona de Valerius aprendería una lección muy importante: que la jaula más segura no siempre es la que se ve. A veces, es la que te construye tu propio salvador.

(Vista: El Duelo por el Baile)

La orquesta hizo una pausa y, tras un momento de silencio, los primeros y majestuosos acordes del vals de apertura llenaron el salón. Era el momento. Como dictaba la tradición, el suelo de mármol pulido fue despejado para la princesa. Me sentí como un animal en exhibición, de pie junto a mi padre, sabiendo lo que vendría después. El protocolo era claro: el noble de más alto rango no perteneciente a la realeza tenía el derecho de solicitar el primer baile. Mis ojos recorrieron la sala y se posaron, con una inevitable sensación de fastidio, en Lord Valerius. Ya estaba hinchando el pecho, una sonrisa de suficiencia y posesión en su rostro mientras se abría paso entre los demás lores. De todos los pavos reales de este gallinero, tenía que ser él.

Con una arrogancia que creía que era confianza, se detuvo ante nosotros y ejecutó una reverencia impecable, aunque vacía.

—Princesa Seraphina —dijo, su voz lo suficientemente alta para que todos los nobles cercanos oyeran y fueran testigos de su reclamo—. La tradición nos honra esta noche. El honor de la primera pieza, como dicta el protocolo, es mío. Se lo ruego.

No estaba rogando. Estaba declarando su derecho, usando las reglas de mi propia corte como una jaula para atraparme. Rechazarlo sería un escándalo, un insulto directo a una de las casas más antiguas y ricas de Valerius. Me preparé para aceptar mi amargo destino, para soportar tres minutos de su sofocante presencia.

Pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra de forzada aceptación, una figura se movió con una gracia fluida y una calma exasperante. Edu Hoshino. Se interpuso, no de forma agresiva, sino posicionándose elegantemente al lado de Valerius. Hizo una reverencia hacia mí, y luego, para sorpresa de todos, se giró hacia un furioso Lord Valerius con una sonrisa desarmante.

—Lord Hoshino —siseó Valerius, su fachada de cortesano agrietándose—. Me temo que está interrumpiendo. La tradición es clara. El rango más alto tiene la prioridad.

—Por supuesto, mi Lord —respondió Edu, su voz era pura amabilidad—. Y jamás soñaría con cuestionar las nobles y antiguas tradiciones de Valerius. De hecho, mi único propósito al acercarme era honrarlas.

Valerius lo miró, completamente desconcertado. —¿De qué habla? El derecho es mío.

—Precisamente —continuó Edu, y su sonrisa se ensanchó. Se dirigió no solo a Valerius, sino a los cortesanos que ahora los rodeaban, expectantes—. La tradición dicta que el noble de más alto rango debe recibir el más alto honor. Y yo, como humilde invitado de una casa extranjera, considero que mi principal deber es asegurarme de que sus nobles tradiciones se cumplan al pie de la letra.

Se giró de nuevo hacia Valerius, su voz resonando con una falsa solemnidad. —Es por eso, Lord Valerius, que he venido a suplicarle a la princesa, en su nombre, que le conceda este baile. Para que toda la corte pueda ser testigo del honor que usted, el lord de más alto rango, le rinde a su heredera.

Un silencio atónito se apoderó del salón. La maniobra fue tan inesperada, tan absurdamente brillante, que dejó a Valerius completamente paralizado. Edu no había luchado por el baile; había usado el propio reclamo de Valerius para arrinconarlo. Si Valerius aceptaba ahora, parecería un tonto que necesitó la ayuda de un extranjero para reclamar su propio derecho. Si se negaba, estaría desairando públicamente a la princesa después de que su derecho fuera defendido tan galantemente. Estaba en jaque mate.

Vi la furia y la humillación luchar en el rostro de Valerius. Fue hermoso.

Fue entonces cuando vi mi oportunidad. Miré a Valerius con una frialdad calculada. —Aprecio su lealtad a la tradición, Lord Valerius. Y la suya, Lord Hoshino, por defenderla tan... elocuentemente.

Luego, me giré hacia Edu, ignorando por completo a Valerius. —Sin embargo, hay una regla aún más fundamental en cualquier corte civilizada: la hospitalidad. Nuestros invitados de honor siempre tienen la precedencia. La cortesía, esta noche, triunfa sobre la tradición.

Extendí mi mano enguantada, no hacia Valerius, sino directamente hacia Edu.

—Lord Hoshino, el honor será mío.

Él tomó mi mano, y la sonrisa que me dedicó ya no era la de un rival, sino la de un conspirador. Juntos, habíamos humillado a mi pretendiente más molesto sin romper una sola regla.

Mientras me guiaba a la pista de baile, dejando atrás a un Lord Valerius petrificado por la rabia, me incliné y le susurré: —Eso fue... cruelmente brillante.

—Él usó el protocolo como una jaula para usted, princesa —respondió él en voz baja, mientras comenzábamos a bailar—. Yo simplemente le recordé que la puerta de la jaula siempre está abierta si se sabe dónde empujar.

La conversación sobre muros y caídas que tendríamos a continuación ya no era un duelo. Era una conversación entre dos personas que acababan de ganar su primera batalla juntos.

(Vista: La Danza de los Muros)

Me dejé guiar por él hacia el centro del salón. Por primera vez desde que había llegado, no me sentía como si estuviera en una batalla, sino como si hubiera encontrado a un inesperado aliado en una. La humillación de Valerius nos había unido en una pequeña y secreta conspiración. La música comenzó, y él me tomó por la cintura, su toque firme y respetuoso. Comenzamos a movernos al ritmo del vals, nuestros pasos al principio formales, una lucha silenciosa por el control del ritmo.

—Eso fue... cruelmente brillante —le susurré, mi voz una mezcla de reproche y una admiración que no pude reprimir.

—Él usó el protocolo como una jaula para usted, princesa —respondió él en voz baja, su aliento cálido cerca de mi oído mientras nos guiaba en un giro perfecto—. Yo simplemente le recordé que la puerta de la jaula siempre está abierta si se sabe dónde empujar.

Su lógica era impecable. Mientras danzábamos, el resto del salón pareció desvanecerse. Éramos el centro de atención, pero en ese momento, solo existíamos nosotros dos. Sentí que sus defensas también bajaban; ya no era el actor, sino el hombre.

—Habla de jaulas, Lord Hoshino, pero usted mismo parece disfrutar de la suya. La de encanto y enigmas. Sigue sin responder a mi pregunta. ¿Quién es usted en realidad?

Él no respondió de inmediato. Continuó guiándome por el suelo de mármol. Cuando volvió a hablar, su tono ya no era juguetón. Se había vuelto serio, casi reverente.

—Tiene razón, no he respondido. Quizás pueda mostrarle una parte de la respuesta. Su guante, princesa... es elegante. Pero no puede ocultar la luz de la luna.

Mi respiración se detuvo en mi pecho. Mi cuerpo se tensó al instante. —No sabe de lo que habla —siseé, una defensa débil y patética, y ambos lo sabíamos.

—Al contrario —respondió, su voz suave, desprovista de todo juego. Me obligó a sostener su mirada, y en sus ojos grises no vi burla, sino una sinceridad que me desarmó por completo—. Sé exactamente lo que vi cuando nos presentaron. Una luz que no pertenece a este mundo. Y he estado pensando en ello desde entonces. Donde otros podrían ver una imperfección, un secreto que ocultar, o incluso una maldición... yo solo vi la prueba de que incluso los cielos quisieron dejar una firma en su obra de arte. Es la clase de belleza que no se encuentra en la simetría perfecta, sino en lo que es único. Es... deslumbrante.

Una emoción que no había sentido en una década amenazó con desbordarme. Un nudo se formó en mi garganta y sentí mis ojos arder. Parpadeé rápidamente, negándome a llorar, pero sabía que él lo había visto. Mi cuerpo, sin que yo se lo ordenara, se relajó en sus brazos. Dejé de luchar por el control de la danza. Dejé que él me guiara.

Al sentir mi rendición, su expresión se suavizó aún más. Ya no había desafío, solo una extraña y vulnerable comprensión.

—Jugamos a un juego peligroso, princesa —dijo, su voz ahora una confesión silenciosa—. Ambos construimos muros increíblemente altos, no para mantener a los demás fuera, sino para ver quién es lo suficientemente fuerte o lo suficientemente loco como para intentar escalarlos. Mi pregunta es, Seraphina —usó mi nombre, y sonó como una nota perfecta—, ¿qué pasará cuando uno de nosotros finalmente llegue al otro lado del muro del otro... y descubra que no hay nada que conquistar? Solo a otra persona que también tiene un miedo terrible a caer.

La última nota del vals vibró en el aire y luego se desvaneció. Nos detuvimos en el centro del salón, pero él no me soltó de inmediato. El aplauso cortés de la corte sonaba como si viniera de muy, muy lejos. Estaba atrapada en la intensidad de su mirada, en la cruda honestidad de sus palabras. Había visto más allá de la Leona y había encontrado a la mujer solitaria que se escondía detrás de los muros. Y no la había juzgado. La había llamado "deslumbrante".

Desde su mesa, Lord Valerius observaba la escena, su rostro una máscara de furia contenida. Sus nudillos estaban blancos alrededor de la copa de vino. Vio la forma en que ella se relajaba en los brazos del extranjero, vio la intimidad en sus miradas, una conexión que a él le había sido negada con desprecio. Sintió la humillación de la confrontación anterior convertirse en una rabia helada. No solo le había robado el baile, le estaba robando la atención, el poder, el miedo que él solía inspirar. "Insolente", pensó, el vino casi hirviendo en su copa. "Disfruta de tu danza, bárbaro. Será la última que tengas en paz". Su mirada se desvió hacia Lord Baris, al otro lado del salón, y le dio un casi imperceptible asentimiento. La orden estaba dada. El plan seguía en marcha, ahora alimentado por un odio mucho más personal.

Edu pareció sentir el cambio en la atmósfera, o quizás simplemente el momento había terminado. Apretó suavemente mi mano, hizo una última reverencia, y me soltó.

Se dio la vuelta y caminó de regreso a su mesa con una calma exasperante, dejándome sola en el centro de la pista, en el centro de la atención de toda la corte, con mi armadura de hielo hecha pedazos a mis pies y mi corazón latiendo con un ritmo nuevo, caótico y aterrador. Por primera vez, no me sentía como una jugadora controlando el tablero, sino como una pieza cuyo destino acababa de ser irrevocablemente alterado.

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