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Chapter 20 - "EL MENSAJE SECRETO"

(Vista: Edu y Kenji)

El banquete finalmente terminó. Los nobles se retiraron a sus aposentos con las cabezas llenas de susurros y especulaciones, la mayoría de ellos protagonizados por mi familia. Mientras nos guiaban a las habitaciones que nos habían asignado en el ala este del palacio, me permití bajar la guardia por un instante. La sonrisa del heredero encantador se desvaneció, reemplazada por el cansancio de un actor al final de una larga función.

—Una noche... agitada —dijo la voz tranquila de Kenji a mi lado. Se había mantenido en silencio durante la mayor parte del camino, sin duda procesando cada interacción del banquete.

Solté una risa suave y cansada. —¿Agitada? Diría que fue un éxito rotundo. Logré intrigar a la princesa, enfurecer a mis propias guardianas, y casi causar un incidente internacional con una gata. Un éxito, según mis estándares habituales.

—Tus estándares son la definición de caos, hermano —replicó Kenji, pero no había crítica en su voz, solo análisis—. La princesa Seraphina es un oponente formidable. Su mente es tan afilada como su reputación. Te subestimó al principio, pero ajustó su estrategia rápidamente. No será fácil de descifrar.

—Lo sé —admití, mi tono volviéndose serio—. Es... más de lo que esperaba, Kenji. Mucho más. Esos ojos... sentí que veían a través de mí. Y hay algo más en ella. Algo que no figura en tus informes.

Kenji me miró con curiosidad. —¿Algo más? ¿Te refieres a su habilidad mágica?

Dudé, sin saber cómo explicar la sensación, la visión momentánea de la media luna dorada. —No es solo su magia. Es... una antigüedad. Una resonancia. Siento que hay una historia en ella mucho más antigua que su propio linaje. Es... estimulante. Y, he de admitirlo, un poco aterrador. Por primera vez en mucho tiempo, siento que no estoy jugando solo. Siento que ella está jugando el mismo juego, y conoce reglas que yo ni siquiera sabía que existían.

—Entonces ten cuidado —advirtió Kenji—. No te dejes llevar por el desafío hasta el punto de olvidar el verdadero propósito por el que estamos aquí.

Asentí, pero mi mente ya estaba en otro lugar. Mi expresión debió de cambiar, porque mi hermano lo notó.

—No es ella la que te preocupa ahora, ¿verdad? —preguntó Kenji, su percepción tan aguda como siempre.

Negué con la cabeza. —No. No es ella. Es Hinata.

Kenji asintió, su propio rostro ensombreciéndose. —Yo también la he notado. Estuvo demasiado callada toda la noche. Y la forma en que miraba a la princesa... no era admiración, hermano. Era... una evaluación. Como si estuviera midiendo a una amenaza o descifrando un código. Y luego, su conversación con ella en la terraza...

—Lo sé —dije, un nudo de preocupación apretándose en mi pecho—. Padre y madre también están preocupados. Algo le ocurre desde que salimos de casa. Siento que se nos escapa algo, Kenji. Algo importante sobre ella. Y me siento... inútil. Puedo enfrentarme a una princesa o a un rey, puedo desarmar a mis guardianas con una broma, pero no sé cómo atravesar el muro de silencio que mi propia hermana ha levantado a su alrededor.

Nos detuvimos frente a la puerta de mis aposentos. El pasillo estaba silencioso y vacío.

—Quizás deberíamos preguntarle directamente —sugirió Kenji, ofreciendo la solución más lógica.

Negué con la cabeza, una sensación de impotencia recorriéndome. —No funcionará. Solo la hará encerrarse más. Sea lo que sea que la atormenta, ha decidido cargarlo sola.

Nos quedamos allí por un momento, dos hermanos, el estratega y el huracán, ambos detenidos por un problema que no podíamos resolver ni con la lógica ni con el encanto. La noche en Aethelgard había traído nuevos rivales y juegos peligrosos, pero la preocupación más profunda y real que sentía no era por la Leona de Valerius, sino por el silencioso y triste misterio en que se había convertido nuestra hermana pequeña.

(Narrado por La Princesa Seraphina)

La mañana siguiente al banquete, me desperté con una sensación de inquieta insatisfacción. El intercambio con Lord Hoshino se repetía en mi mente. Su audacia, su sinceridad calculada, la forma en que había anticipado mis movimientos y había convertido cada uno de mis ataques verbales en una ventaja para él... era exasperante. Y lo peor de todo, su sutil recordatorio de que había visto mi secreto, la marca en mi mano, me había dejado en una clara desventaja. Él tenía una pieza de mi tablero que yo no sabía que estaba en juego.

Me negaba a permitirlo. Si él quería jugar en un tablero sin reglas, entonces yo elegiría el arma.

Encontré a Elian en la armería real, supervisando la limpieza de las armas de la guardia. Su presencia era una calma en medio de mi tormenta interior.

—Quiero organizar una exhibición de arquería para nuestros invitados —anuncié sin preámbulos.

Elian se giró, dejando la espada que estaba inspeccionando. Me miró con esa calma que tanto me exasperaba y me anclaba a la vez. —¿Una exhibición? ¿O una declaración?

—Ambas —repliqué, tomando uno de mis arcos de tejo negro del estante—. Anoche, él llevó la batalla a su terreno: el de los enigmas y el encanto. Hoy, yo lo llevaré al mío. El terreno de la precisión, la distancia y el control absoluto. Quiero ver cómo se desenvuelve su "huracán" cuando la victoria no depende de una sonrisa, sino de un solo y perfecto disparo.

—Así que quieres humillarlo —afirmó Elian, sin juzgar.

—No quiero humillarlo. Eso es demasiado simple —corregí, tensando la cuerda del arco, sintiendo su poder familiar en mis manos—. Quiero enviarle un mensaje. Quiero que entienda que, aunque él pueda ser un huracán, yo soy la cazadora que puede lanzar una flecha y encontrar su centro desde un kilómetro de distancia. Quiero recordarle quién tiene la ventaja en su propia tierra.

Elian asintió lentamente, una sonrisa casi imperceptible formándose en sus labios. —Una Leona mostrando sus garras. Entendido. Haré los arreglos. ¿Tienes algún requisito especial para esta... "exhibición"?

—Sí —dije, mi propia sonrisa ahora afilada y llena de un propósito renovado—. Asegúrate de que Lord Edu Hoshino esté en primera fila. Este espectáculo es exclusivamente para él.

(Vista: Edu)

Estábamos en el jardín de entrenamiento, en medio de una lección improvisada de esgrima para Shizuka, quien insistía en que mi "estilo fluido" era una excusa para una "postura perezosa". La discusión era animada y, como siempre, estaba a punto de ganarla con una broma bien colocada, cuando un heraldo de la casa real nos interrumpió.

—Lord Hoshino —dijo el heraldo con una reverencia—. Su Alteza, la Princesa Seraphina, solicita su presencia y la de su familia en el campo de tiro con arco del palacio. Ofrecerá una exhibición en honor a sus invitados.

Shizuka bufó. —¿Una exhibición? Suena aburrido.

Pero Kenji, que estaba leyendo cerca, levantó la vista de su libro, sus ojos analíticos brillando. —No es una exhibición, Shizuka. Es una respuesta.

Miré a mi hermano. —¿Una respuesta a qué?

—A ti, hermano —dijo Kenji, cerrando su libro—. Anoche la desafiaste en un duelo verbal. Hoy, ella te desafía en uno marcial. Ha elegido su arma y su terreno para medir tu reacción. Es una jugada estratégica clásica.

Una sonrisa se extendió por mi rostro. Así que la Leona había decidido mostrar sus garras. Excelente.

—Kenji tiene razón —dije, dejando mi bokken—. No es una simple invitación. Es un guante arrojado al suelo. Sería de mala educación no recogerlo.

—¡Pero tú apenas practicas con el arco! —protestó Shizuka—. ¡Te vas a poner en ridículo!

—Mi querida Shizuka, a veces la mejor manera de ganar no es demostrar que eres mejor con el arma de tu oponente —dije, guiñándole un ojo—, sino demostrarle que su arma es completamente irrelevante para ti.

Me dirigí hacia el palacio, seguido por mi familia. La princesa quería enviarme un mensaje. Estaba ansioso por leerlo. Y aún más ansioso por enviar el mío de vuelta.

(Vista: El Desafío)

El campo de tiro con arco del palacio era una obra de arte. Césped perfectamente cortado, dianas a distancias casi imposibles y pabellones de seda para los espectadores. La corte se había reunido, atraída por el inusual evento. Nosotros, la familia Hoshino, fuimos guiados a los asientos de honor, justo al lado del Rey Ragnar y el Príncipe Elian. Tenía una vista perfecta del escenario que la princesa había preparado para mí.

Y entonces, ella apareció.

Vestía un atuendo de cuero ajustado, práctico pero increíblemente elegante. Su cabello plateado con mechones rojos estaba recogido en una trenza alta, y en su espalda colgaba un magnífico arco de tejo negro. Caminó hacia la línea de tiro con una confianza y una gracia que silenciaron todos los murmullos. Toda la atención estaba en ella.

—Bienvenidos —dijo, su voz clara y resonante, aunque sabía que sus palabras estaban dirigidas a una sola persona en la audiencia—. En Valerius, creemos que la verdadera maestría no reside en la fuerza bruta, sino en la precisión. En la capacidad de alcanzar un objetivo distante con una calma inquebrantable.

Realizó una demostración que dejó a todos boquiabiertos. Disparó a dianas fijas, a dianas móviles, incluso a una fruta lanzada al aire por un asistente. Cada flecha era una extensión de su voluntad, cada disparo, una obra de arte de la perfección. No falló ni una sola vez. Era, sin duda, la mejor arquera que había visto en mi vida.

Finalmente, para su último disparo, señaló la diana más lejana, una que parecía un simple punto en la distancia.

—Se dice que un verdadero líder no solo debe ser capaz de golpear lo que se ve —declaró, su mirada de rubí encontrando la mía por un instante a través de la distancia—, sino de anticipar lo que se moverá.

Tensó el arco, y por un momento, el mundo pareció contener la respiración.

(Vista: El Mensaje Secreto)

La flecha salió disparada del arco de Seraphina con un silbido casi inaudible. Voló con una trayectoria perfecta, una línea recta de intención pura. Pero no se dirigía al centro de la diana.

Justo encima del objetivo, una campana de viento de bronce colgaba de un delgado hilo, meciéndose suavemente con la brisa. La flecha de Seraphina, en una proeza de habilidad casi imposible, no golpeó la campana. Golpeó el hilo que la sostenía.

El hilo se partió. La campana cayó, y en el instante en que pasaba frente al centro de la diana, una segunda flecha, que Seraphina había disparado tan rápidamente que parecía una extensión de la primera, partió la campana en dos mitades exactas. Las dos piezas de bronce, silbando, pasaron a ambos lados de la diana y se clavaron en el soporte de madera, sin que ninguna de las dos tocara el objetivo principal.

Un silencio atónito se apoderó de la multitud. No entendían lo que habían visto. Pero yo sí. El mensaje era de una claridad cristalina y de una arrogancia sublime.

No era "puedo dar en el blanco". Era "el blanco es irrelevante para mí". Era "puedo controlar cada elemento del campo de batalla a mi antojo". Era "puedo rodearte, puedo romperte, puedo evitarte, y todo depende de mi voluntad". Era la declaración de guerra más elegante que jamás había recibido.

(Vista: La Respuesta de Edu)

La corte estalló en aplausos confusos pero impresionados. El Rey Ragnar reía a carcajadas, orgulloso de su hija. Seraphina hizo una leve reverencia, sus ojos fijos en mí, esperando mi reacción, mi reconocimiento de su superioridad en este campo.

Un heraldo se acercó. —Su Alteza, la princesa, se pregunta si el heredero de la Casa Hoshino desearía responder a su humilde demostración.

Me levanté lentamente, los ojos de toda la corte sobre mí. Caminé hacia la línea de tiro. Ignoré el magnífico arco de tejo que me ofrecieron. En su lugar, me agaché y recogí una simple rama de árbol que había caído cerca, ni siquiera particularmente recta.

Escuché las risas ahogadas de algunos lores. Vi la confusión en el rostro de Seraphina. Perfecto.

—La habilidad de la princesa es legendaria y no me atrevería a intentar igualarla —dije en voz alta, mi tono lleno de una falsa humildad—. Su control sobre su arma es absoluto. Pero en mi tierra, aprendemos que a veces, el arma más poderosa no es la que sostienes en la mano.

En lugar de una flecha, coloqué la rama sobre la cuerda del arco. Cerré los ojos por un instante. No apunté a la diana. Apunté a la brisa.

Disparé.

La rama salió volando torpemente, sin dirección aparente, y la multitud soltó otra risita. Pero entonces, una suave corriente de viento, una que solo yo había invocado, la atrapó. La rama dejó de caer y comenzó a danzar en el aire, girando y planeando, guiada por mi voluntad. La hice volar en un amplio círculo alrededor del campo, pasando por encima de las cabezas de los espectadores, quienes ahora miraban hacia arriba con asombro.

Finalmente, la guié de vuelta. No hacia la diana. Hacia ella.

La rama descendió suavemente, flotando en el aire, y se detuvo justo frente a Seraphina, a un palmo de su rostro. Giró una última vez sobre su eje y luego cayó, clavándose suavemente en la hierba a sus pies.

Mi respuesta era igual de clara que la suya: "Tu controlas tu flecha. Yo controlo el mundo que la rodea. Tu arma necesita un objetivo. Mi voluntad no. Y puedo alcanzarte cuando quiera, donde quiera, sin importar tus defensas."

Sección 6 (Vista: Reacciones)

El silencio que siguió fue absoluto. Ya no había risas. Solo un asombro total. La princesa Seraphina miraba la rama clavada a sus pies, su rostro una máscara de incredulidad, furia y, por primera vez, una pizca de algo que parecía... miedo.

Me di la vuelta y regresé a mi asiento, dejando que mi acción hablara por sí misma.

Junto a mí, Kenji anotaba furiosamente en su cuaderno. —Imprudente. Arrogante. Efectivo —murmuró—. Acabas de convertir una exhibición marcial en una declaración de poder elemental. Has cambiado la naturaleza del juego, otra vez.

Al otro lado, vi al Príncipe Elian inclinarse hacia su padre. No podía oír sus palabras, pero su expresión era sombría. Elian no había visto una proeza mágica. Había visto a un oponente demostrar la capacidad de ignorar por completo todas las defensas físicas. Había visto a alguien amenazar a su hermana de la forma más íntima y aterradora posible sin siquiera tocarla.

El duelo de la flecha había terminado. Pero la verdadera batalla, la que se libraría en el campo de la voluntad y el poder, acababa de empezar. Y yo sentía, con una euforia peligrosa, que por fin había encontrado a una oponente digna.

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