(Vista: Hinata y Sakura)
El eco de la audaz respuesta de mi hermano todavía flotaba en el aire, una tensión que solo aquellos en la mesa principal podíamos sentir de verdad. Intenté concentrarme en la comida que tenía delante, un elaborado plato de faisán asado y frutas glaseadas, pero era inútil. Mi apetito había desaparecido, reemplazado por un nudo de ansiedad en el estómago. Mis ojos, en contra de mi voluntad, volvían una y otra vez a la Princesa Seraphina.
La observaba, intentando ser sutil, intentando parecer una niña impresionada por la realeza. Pero por dentro, mi mente era un torbellino. Intentaba reconciliar a la mujer que tenía delante —la Leona cínica, la duelista verbal, la belleza de fuego y plata— con el concepto que el Demiurgo me había impuesto: una parte de la clave, un recipiente de Fuego, un eco de la Primera Luz. ¿Cómo podía ser ambas cosas a la vez? ¿Era consciente del poder que portaba en su mano enguantada? Su risa, una respuesta a un comentario de mi padre, era afilada y musical, pero no sentí calidez en ella. Era una mujer envuelta en capas y capas de hielo y orgullo. ¿Cómo se suponía que yo, una niña, pudiera siquiera acercarme a ese núcleo oculto?
Me sentía tan pequeña, tan inadecuada para la tarea. Mi mirada debió de haber traicionado mi angustia, porque sentí una mano suave y cálida posarse sobre la mía. Di un respingo, sobresaltada. Era mi madre.
Me había estado observando. No a Edu, no a la princesa, no al rey. A mí.
—Te has quedado muy callada, cariño —susurró, su voz tan baja que era una caricia en mi oído, inaudible para cualquier otra persona. Su sonrisa era amable, pero sus ojos violetas eran increíblemente perceptivos, y sentí que me leían el alma—. Has probado apenas tu comida, y tus ojos no se apartan de la princesa.
Tragué saliva, mi corazón comenzando a latir con fuerza. Me sentí como un espía descubierto.
—Esa princesa... te intriga más que las demás, ¿verdad, Hinata? —continuó, su tono suave pero insistente—. Hay algo en ella que ha capturado tu atención de una forma... muy particular. Tu padre y yo estamos aquí para analizar alianzas y medir fuerzas. Pero tú... tú ves otras cosas. ¿Qué ve tu corazón en ella que mis ojos no alcanzan a percibir?
El pánico me atenazó. Era una pregunta directa, una que no podía esquivar con un simple silencio. La voz del Demiurgo resonó en mi cabeza: "No reveles nada". Tenía que mentir. O, al menos, construir una verdad a medias, una fortaleza con los ladrillos de la admiración infantil.
Bajé la vista hacia mi plato, incapaz de sostener su mirada. —Es que... es tan... fuerte —susurré, forzando una voz temblorosa que no era del todo fingida—. La llaman la Leona de Fuego. Todos en esta sala la respetan, y... y le temen un poco. Y es muy hermosa. Su cabello... es como la luna. Supongo que... la admiro. Quiero ser como ella algún día.
Era una respuesta creíble. La respuesta que cualquier niña de mi edad daría. Una mezcla de verdad y la más profunda de las omisiones.
Mi madre no dijo nada durante un largo momento. Sentí su mirada estudiándome, sopesando mis palabras. Finalmente, apretó suavemente mi mano.
—Es una buena aspiración —dijo, su voz volviendo a ser cálida y maternal—. Es una mujer formidable, sin duda. Forjada en el fuego de una corte muy exigente.
Se enderezó, volviendo su atención a la conversación general de la mesa, como si hubiera aceptado mi respuesta y el tema estuviera zanjado. Sentí una oleada de alivio. Había funcionado.
Pero entonces, mientras ella reía por un comentario de mi padre, la observé de reojo en el reflejo de una copa de plata. Su sonrisa era perfecta, sus gestos elegantes. Pero sus ojos... en sus ojos no había diversión. Había un destello de profunda preocupación, de análisis y de una duda persistente.
Ella no me había creído.
No del todo. Había aceptado mi respuesta para no presionarme, pero sabía que había algo más. Sabía que mi fascinación por la princesa no era simple admiración. Me di cuenta en ese momento de que mi misión era aún más difícil de lo que pensaba. No solo tenía que navegar los peligros de una corte extranjera y un misterio cósmico, sino que también tenía que hacerlo bajo la mirada atenta y omnisciente de mi propia madre, cuya intuición era, a su manera, tan poderosa como cualquier visión de un dios.
(Vista: Azumi y Shizuka)
De pie, cerca de un pilar de mármol a una distancia respetuosa pero vigilante de la mesa principal, Shizuka sentía que la armadura de su paciencia se agrietaba con cada segundo que pasaba. Sus brazos estaban cruzados con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Observaba la escena en la mesa —la audacia de Edu, la intriga de la princesa, la aparición de esa gata del infierno— y un gruñido bajo y profundo vibraba en su garganta.
—Es increíble —susurró con una furia contenida, sus palabras dirigidas a Azumi, que estaba a su lado, tan quieta como una estatua de hielo—. Estamos en el corazón del poder de Valerius, rodeados de posibles enemigos, y él se comporta como si estuviera en nuestro dojo, ¡jugando con su gata y coqueteando abiertamente con la heredera al trono! ¿Ha perdido por completo el juicio?
Azumi no se giró. Sus ojos rubí estaban fijos en el intercambio entre Edu y Seraphina, su rostro una máscara de concentración impasible.
—No está coqueteando, Shizuka. Y esto, definitivamente, no es un juego —respondió, su voz tan tranquila y precisa que contrastaba violentamente con la frustración de Shizuka—. Es una batalla.
Shizuka bufó, incrédula. —¿Una batalla? ¡No están cruzando espadas! Él la está halagando, Azumi. Es el mismo truco que usa contigo todo el tiempo para ponerte nerviosa.
—Te equivocas. Es infinitamente más complejo —dijo Azumi, finalmente girando la cabeza para mirar a su compañera, y sus ojos brillaban con una intensidad analítica casi febril—. Conmigo... él busca una reacción. Es un juego simple para romper mi compostura. Con ella, está librando una guerra de percepción en el nivel más alto. ¿De verdad no lo ves?
Se inclinó ligeramente hacia Shizuka, su voz un murmullo rápido y urgente. —Cada palabra es una jugada calculada. La pregunta inicial de la princesa sobre sus 'máscaras' fue una apertura, una estocada para forzarlo a definirse y encerrarlo en una categoría. La respuesta de Edu sobre el 'diamante' no fue un halago; fue una parada perfecta que además invirtió la presión, obligándola a ella a cuestionar su propia luz. Y el comentario sobre el 'huracán'... fue él aceptando el apodo que le han dado y convirtiéndolo en un arma, demostrando que es consciente de su propia naturaleza caótica y que no le teme.
La furia de Shizuka fue reemplazada por una confusa impaciencia. —Llámalo como quieras, Azumi. Guerra, juego, coqueteo... ¡Es imprudente! La hace bajar la guardia, sí, pero también nos expone a todos. Mira a los otros lores. Nos miran como si fuéramos un circo ambulante traído del Este.
—Él no la está haciendo bajar la guardia —dijo Azumi, su mirada volviendo a la mesa principal, a Edu. Su voz perdió de repente su filo analítico, volviéndose más suave, casi melancólica—. La está... descifrando. La está tratando como a un igual. Nunca lo había visto mirar a nadie de esa manera. No con esa... intensidad. Como si el resto del mundo, con sus reyes y sus banquetes, simplemente hubiera dejado de existir para él.
Shizuka se quedó en silencio, observando el rostro de su amiga. Vio la fascinación en los ojos de Azumi, la forma en que sus labios estaban ligeramente entreabiertos mientras analizaba cada gesto de Edu. La frustración de Shizuka hacia su joven maestro era una cosa, pero su lealtad hacia su amiga era otra muy distinta. Puso una mano en el hombro de Azumi.
—Azumi —dijo, su voz ahora más suave, pero firme y llena de advertencia—. Hablas de él con demasiada... admiración en tu análisis. Ten cuidado. Nuestro deber es protegerlo, y entender sus tácticas es necesario para ello. Pero no te pierdas observando su duelo hasta el punto de olvidar que nosotras también estamos en este campo de batalla.
Azumi se sobresaltó ligeramente ante el contacto y el comentario. Apartó la mirada de la mesa principal y se recompuso, su máscara de hielo volviendo a encajar en su sitio, quizás un poco más frágil que antes.
—No sé de qué hablas —replicó, su tono volviéndose frío de nuevo—. Simplemente estoy evaluando la situación táctica para prever posibles amenazas.
Se giró, dándole la espalda a la escena, pretendiendo vigilar a los guardias junto a la puerta. Pero Shizuka sabía que había tocado una fibra sensible. Suspiró para sus adentros. El huracán Hoshino no solo era un peligro para sus enemigos o para la estabilidad diplomática; era, quizás, el mayor peligro para los corazones de aquellas que habían jurado protegerlo.
(Vista: Lord Valerius)
Desde mi posición oculta detrás de una columna de mármol, yo observaba la escena con un veneno que me recorría las venas. La humillación pública, la audacia del extranjero, la fascinación en los ojos de mi princesa... todo se arremolinaba en mi mente, no como una ofensa, sino como una declaración de guerra. La furia inicial que sentí en el salón del trono se había enfriado, solidificándose en algo mucho más peligroso: un propósito.
Lord Baris, se acercó a mí con el sigilo de un chacal.
—Mi Señor —susurró, sus ojos también fijos en la mesa principal—. La princesa parece... entretenida. El Hoshino la maneja con una facilidad desconcertante.
—"Entretenida" es la palabra que usan los tontos —espeté, mi voz un siseo bajo y controlado—. Yo lo llamo estar bajo asedio. Él no la está entreteniendo. La está desarmando frente a toda la corte, pieza por pieza, y ella ni siquiera se da cuenta de que está perdiendo la guerra.
Baris tragó saliva, intimidado por mi tono. —¿Cuáles son sus órdenes, mi Señor? ¿Procedemos como habíamos hablado?
—No —dije, mi mente trabajando febrilmente, adaptando mi estrategia—. El plan original era demasiado sutil, demasiado lento. Quería recordarle el miedo. Ahora quiero que se ahogue en él. Este Hoshino... es un catalizador. Ha acelerado las cosas. Y nosotros también lo haremos.
Me giré para enfrentar a Baris, mis ojos fijos en los suyos, asegurándome de que entendiera la gravedad de mis palabras.
—Quiero que reúnas a nuestros aliados en la corte. A los que nos deben favores, a los que temen la creciente influencia del Este. La ofensiva comienza mañana, en el torneo.
> > —Quiero que lo humillen públicamente. Que lo desafíen con reglas que solo nosotros conocemos. Que cuestionen su honor con preguntas capciosas sobre las "bárbaras costumbres" de su tierra. Quiero que provoquen a sus guardianas, especialmente a esa bestia rubia que parece a punto de explotar con cada sonrisa de su amo. Quiero que el heredero Hoshino se vea frustrado, acorralado por nuestra etiqueta, por nuestra política. Quiero que Seraphina lo vea sudar. Que lo vea dudar. Quiero que vea las grietas en su perfecta armadura de carisma.
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Baris asintió, una sonrisa cruel comenzando a formarse en sus labios. —Será un placer, mi Señor. Lo enredaremos en nuestra tela de araña hasta que no pueda moverse.
—Exacto —confirmé—. Mientras ustedes lo mantienen ocupado con ese teatro, yo prepararé el acto final.
Mi mirada se desvió de nuevo hacia la mesa principal. Vi a la princesa reír por algo que el Hoshino le susurró. Una risa genuina. Una risa que nunca me había dedicado a mí. El veneno en mis venas hirvió.
—¿Y el... otro asunto, mi Señor? —preguntó Baris con cautela.
—El otro asunto se ha vuelto aún más crucial —respondí, mi voz bajando a un susurro gélido—. El demonio que convocamos ya no es solo para asustarla. Ahora tiene un propósito. Un objetivo.
> > —El caos del torneo será la distracción perfecta. Mientras todos los ojos estén puestos en la arena, en la humillación del extranjero, mi hechicero completará el ritual. El demonio ya no esperará al jardín. Atacará cuando ella esté más expuesta, cuando crea que su nuevo campeón del Este puede protegerla. Y cuando ese huracán falle, cuando no pueda hacer nada contra una amenaza de esa magnitud, ella quedará sola y aterrorizada.
> >
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—Y usted estará allí para salvarla —concluyó Baris, su admiración evidente.
—Yo estaré allí para recoger las piezas —corregí, una sonrisa gélida formándose en mis labios—. Para ofrecerle refugio, para ser su salvador. El miedo es la llave más eficaz para abrir el corazón de una mujer. Y cuando ella sea mía, cuando su gratitud y su terror la aten a mí, este reino, y el poder de la Leona, también lo serán.
Me aparté de la columna, mi plan ahora claro y afilado como una daga de obsidiana.
—Ve y prepara a nuestros amigos. Diles que mañana, la cacería comienza.
Baris hizo una reverencia y se escabulló entre la multitud. Yo me quedé un momento más, observando a mis dos presas. No sabían que su pequeño duelo de ingenio y sus sonrisas secretas solo habían servido para sellar su propio destino.
(Vista: Hinata)
La cacofonía del banquete volvió a asentarse en una rutina más predecible. La música de los laudistas llenaba el aire, los sirvientes se movían con una eficiencia silenciosa y los nobles reanudaban sus conversaciones en voz baja, aunque sus miradas no dejaban de desviarse hacia nuestra mesa. El caos que mi hermano y su gata habían provocado se había disuelto, pero la tensión que dejó atrás era palpable. Observé a la Princesa Seraphina. Su máscara de fría compostura había vuelto a su sitio, pero yo, que ahora estaba entrenada para ver las grietas, noté la rigidez en sus hombros y la forma en que su mirada de rubí se perdía por momentos, como si su mente estuviera lejos, procesando la batalla verbal que acababa de librar.
Después de unos minutos de una interacción forzadamente cortés con un duque anciano, ella se disculpó con un gesto elegante y se levantó. Con la espalda recta y una gracia que desafiaba la agitación que yo sabía que sentía, se dirigió hacia las grandes puertas de cristal que daban a una de las terrazas del palacio.
Mi corazón dio un vuelco. La voz del Demiurgo resonó en mi mente, no como un recuerdo, sino como una orden presente: "Acércate a ella. Observa. Entiende".
Era mi oportunidad. Una oportunidad aterradora. Acercarme a la heredera de un reino, una mujer conocida como la Leona de Fuego, era una locura. Podía ser vista como una insolencia, un intento de ganar favor, un acto sospechoso. Kenji me había advertido sobre las complejidades de la etiqueta de la corte. Pero el mandato del Demiurgo era absoluto. El miedo a fallarle a él, y a mi familia, era mayor que mi miedo a la princesa.
Con un movimiento que esperaba pareciera el de una niña aburrida que busca un respiro del abrumador ambiente, me deslicé de mi silla y seguí su camino, mis pequeños pasos apenas haciendo ruido sobre el mármol pulido.
La encontré en la terraza de piedra, sola. La noche era fresca y el cielo estaba despejado, dominado por una luna casi llena que bañaba los jardines del palacio en una luz plateada. La princesa estaba apoyada en la barandilla, de espaldas a mí, contemplando el paisaje nocturno. La viva imagen del poder y la soledad.
Dudé un instante. Mi corazón martilleaba contra mis costillas. Pero di un paso adelante. El leve roce de mi zapato sobre la piedra fue suficiente. Se giró al instante, su cuerpo tenso, su rostro una máscara de fría molestia por la interrupción.
—¿Sí? ¿Qué deseas, niña? —su voz era afilada, cortante.
Me encogí instintivamente, las palabras atascadas en mi garganta. —Lo-lo siento, Alteza —tartamudeé, haciendo una pequeña reverencia—. No quería molestarla. Solo... vi la luna. Es muy bonita esta noche.
Ella me estudió por un largo momento, sus ojos rojos analizando cada detalle de mi rostro. La molestia en su mirada se disipó lentamente, reemplazada por esa misma curiosidad desconcertada que le había visto antes. Era la niña extraña de la mirada intensa.
—Lo es —concedió finalmente, su tono suavizándose una fracción casi imperceptible. Se giró de nuevo hacia la barandilla—. ¿No te divierte la fiesta? La mayoría de las niñas de tu edad estarían maravilladas con las luces y los vestidos.
Miré hacia la luna, no a ella. Era más fácil hablar con el cielo que con la Leona. —Es muy ruidoso —dije en voz baja—. Y a veces, en el ruido, es difícil escuchar las cosas que de verdad importan.
Un silencio se instaló entre nosotras, solo roto por el sonido lejano de la música. Sentí su mirada sobre mí de nuevo, esta vez más intensa.
—Eres una niña muy extraña, Hinata Hoshino —dijo, no como un insulto, sino como una conclusión a la que había llegado tras un cuidadoso análisis.
Reuniendo todo el coraje que poseía, giré la cabeza y la miré directamente a los ojos.
—Usted también parece sola, Alteza. Como la luna.
Su respiración se detuvo por un instante. Vi una emoción que no pude identificar cruzar su rostro —sorpresa, vulnerabilidad, quizás incluso dolor— antes de que su máscara de hielo volviera a caer en su sitio, más fuerte que nunca. Abrió la boca para responder, para reprenderme por mi insolencia, pero en ese momento, la voz de su hermano sonó desde la puerta de la terraza.
—Phina, padre pregunta por ti.
La oportunidad se había roto. Seraphina me dedicó una última, larga e indescifrable mirada antes de darse la vuelta y caminar hacia su hermano sin decir una palabra más. Me quedé sola en la terraza, el corazón latiéndome con fuerza, el eco de mi propia audacia resonando en mis oídos. No sabía si acababa de dar un paso crucial en mi misión o si había cometido un terrible, terrible error.