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Chapter 18 - "EL BANQUETE DE LOS ENIGMAS"

(Narrado por Kenji)

Mientras la tensión entre mi hermano y la princesa se convertía en el centro de atención de todo el salón, yo aproveché esa distracción. Mi objetivo no era el heredero, sino su sombra. El Príncipe Elian se había posicionado cerca de un gran tapiz que representaba la Batalla de las Cumbres Negras, una obra maestra de la estrategia defensiva. Era una elección de posición deliberada. Estaba enviando un mensaje. Decidí responder.

—Príncipe Elian —dije a modo de saludo, acercándome. Mi voz fue deliberadamente neutral—. Una representación fascinante. La estrategia del Rey Theron en esta batalla siempre me ha parecido un error. Confió demasiado en su caballería pesada en un terreno desfavorable.

Elian apartó la vista de la multitud y me miró. En sus ojos no había sorpresa, sino un destello de reconocimiento, como si hubiera estado esperando que alguien en nuestra delegación viera más allá de los banquetes y los vestidos.

—Lord Kenji —respondió, su voz tranquila pero con un peso inesperado—. La mayoría solo ve el heroísmo del Rey Ragnar. Usted ve el error táctico del enemigo. Interesante. Coincido. Theron debió haber usado su infantería para asegurar los flancos antes de lanzar la carga.

—Un error que le costó su reino —afirmé.

—Y que le enseñó a mi padre que la victoria no siempre la gana la espada más fuerte, sino la mente más clara —añadió Elian. Luego, de forma casual, se centró en la guardia del palacio—. Hablando de mentes claras, la disciplina de su guardia es evidente. He calculado que la rotación de patrullas en los muros exteriores permite una superposición de vigilancia de no más de noventa segundos. Eficiente.

Me dedicó una sonrisa casi imperceptible. Estaba devolviéndome el movimiento. Me estaba demostrando que él también había estado analizando.

—Un estratega que no analiza las defensas de su anfitrión es un estratega negligente —respondí, aceptando su desafío—. Aprecio su atención al detalle. La disciplina es la base de cualquier defensa, algo que, según nuestros informes, su casa también valora por encima de todo. Sus fronteras son las más seguras del Este.

—La seguridad no proviene de muros altos —repliqué, continuando nuestro duelo verbal—, sino de entender la naturaleza de la amenaza. Una muralla no detiene a un espía ni a una idea.

—Una filosofía interesante —dijo Elian—. Nosotros preferimos ambos. Muros altos y una profunda comprensión de la naturaleza de la amenaza. Reduce el margen de error.

Hizo una pausa, y su mirada se desvió sutilmente hacia donde mi hermano conversaba ahora animadamente con un grupo de damas, con la Princesa Seraphina observándolo desde la distancia.

—Pero usted tiene razón. Los muros no detienen a las personas. Su hermano, por ejemplo —dijo Elian, su tono volviéndose analítico—. Parece entender que la puerta principal de una fortaleza no siempre es la de madera y acero, sino la voluntad de quien la custodia.

Me tensé ligeramente. Estaba probándome, preguntando por la pieza más impredecible de mi propio tablero.

—Mi hermano opera bajo la premisa de que la lógica, para muchos, es una debilidad explotable —respondí, eligiendo mis palabras con cuidado—. Él no sigue las reglas del juego; espera que sus oponentes se enreden en ellas por pura costumbre. Es... una variable de alto riesgo y alta recompensa.

—Una variable que, por lo que veo, ustedes han aprendido a integrar en su estrategia global —concluyó Elian, su mirada volviendo a mí. Había un nuevo nivel de respeto en ella—. Una familia que posee tanto un estratega que comprende las reglas como un huracán que las ignora... es un aliado formidable. O un enemigo temible.

Nos quedamos en silencio por un momento, dos mentes similares reconociendo la fuerza del otro. Él, el escudo silencioso de la Leona. Yo, el estratega en la sombra del Huracán.

—Disfrute de la recepción, Lord Kenji —dijo finalmente, con una leve inclinación de cabeza—. Espero que nuestras futuras conversaciones sean igual de... estimulantes.

Se alejó con un paso tranquilo, volviendo a su posición vigilante cerca de su hermana. Me quedé solo frente al tapiz, procesando el intercambio. Había venido a Valerius para analizar a nuestros rivales y aliados. Y acababa de confirmar que el Príncipe Elian no era simplemente un guardaespaldas real; era el General en la sombra de este reino. Y yo había disfrutado inmensamente de nuestro primer enfrentamiento.

(Vista: Lord Valerius)

Desde las sombras de una columna de mármol, yo observaba. Observaba el teatro del absurdo. Vi a la Casa Hoshino, bárbaros del este vestidos con sedas finas, ser recibidos como si fueran la realeza perdida. Vi al heredero, Edu, con su sonrisa fácil y su arrogancia apenas disimulada. Y lo vi a él mirar a mi princesa.

Y lo que vi después me heló la sangre y la reemplazó con veneno.

Ridículo. Toda la corte de Valerius ha estado a sus pies durante años, ofreciéndole poemas, joyas y linajes. Y es un bárbaro del Este con una sonrisa insolente quien la hace bajar de su pedestal, quien la hace romper el protocolo por primera vez en su vida. No vi un encuentro político. Vi una rendición. Su rendición.

Mi mano se cerró en un puño dentro de mi bolsillo, la tela fina del guante protestando. La humillación que sentí en el jardín por su rechazo no era nada comparada con la furia que sentía ahora al verla... vulnerable. Vulnerable a otro. Vi la conexión silenciosa entre ellos, ese instante que excluyó a todo el resto del mundo. Vi la confianza de Seraphina vacilar. Vi su máscara de hielo agrietarse. Y vi la sonrisa del Hoshino transformarse de una de cortesía a una de conquista. Él había visto algo. Había encontrado una debilidad en su primera jugada.

Lord Baris, uno de mis lores vasallos cuya lealtad estaba comprada, no ganada, se acercó a mí con sigilo.

—Mi Señor —susurró—, la princesa parece... cautivada.

—Cautivada por una novedad —espeté, mi voz un siseo bajo y controlado—. Como un gato con un ovillo de lana brillante. Jugará con él hasta que se canse y lo deje deshilachado en un rincón.

Pero incluso mientras lo decía, sabía que era una mentira. Lo que vi entre ellos no era un juego pasajero. Era el inicio de algo. Algo que tenía que aplastar antes de que echara raíces.

—¿Cuáles son sus órdenes, mi Señor? —preguntó Baris, su voz llena de una obediencia servil.

Mi mirada se clavó en el heredero Hoshino, que ahora hacía reír a un grupo de damas de la corte con alguna anécdota estúpida.

—Quiero que le hagas la vida imposible —ordené, mi voz fría—. Tú y los demás. Formen un comité de bienvenida. Desafíenlo en el torneo, apunten a su orgullo. Cuestionen su honor en el banquete con preguntas sutiles sobre las 'bárbaras costumbres' del Este. Provoquen a sus guardianas, especialmente a la de temperamento explosivo; un arranque de ira de ella en público sería delicioso.

> > —No quiero que lo maten —aclaré, mi tono volviéndose más afilado—. Quiero algo mucho peor. Quiero que lo distraigan. Quiero que toda su atención esté puesta en defender su honor y el de su extraña familia. Quiero que la princesa lo vea frustrado, acorralado por nuestras reglas, por nuestra etiqueta. Quiero que vea su debilidad.

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—Una excelente estrategia, mi Señor —dijo Baris, asintiendo con entusiasmo—. ¿Y mientras él está... ocupado?

Mi mirada se desvió de Edu y se posó en Seraphina. Ella lo estaba observando, y en su rostro había una expresión que yo nunca había logrado provocar: una fascinación genuina.

—Mientras tanto —dije, y una sonrisa cruel se dibujó en mis labios—, yo le recordaré a la Leona que los juegos en la corte pueden tener consecuencias muy reales y dolorosas. El huracán del Este la tiene distraída, mirando al cielo. Es el momento perfecto para que la serpiente del jardín le ofrezca una manzana envenenada.

Baris se inclinó, entendiendo la amenaza velada. —Será como usted ordene.

Se retiró para cumplir mis órdenes, desapareciendo entre la multitud. Yo me quedé en las sombras, observando a mis dos objetivos. Mi plan original de asustarla ya no era suficiente. Ahora era una estrategia de dos frentes: un asedio público a mi rival y una emboscada privada para mi princesa.

Veamos si tu huracán puede protegerte de un veneno que no se ve venir, Seraphina, pensé, el sabor de la venganza ya dulce en mi lengua. Veamos cómo brillas cuando estés asustada y sola, y yo sea el único que te ofrezca un refugio.

(Vista: Seraphina y la Mesa Principal)

El gran salón de banquetes de Aethelgard era el escenario perfecto para la hipocresía. Un despliegue de opulencia, poder y mentiras elegantemente vestidas, todo bañado en la luz dorada de mil velas. Sentada a la derecha de mi padre, el Rey, me sentía como la pieza de un sacrificio en un altar de oro, el centro de todas las miradas. Frente a nosotros, la Casa Hoshino se comportaba con una disciplina que era casi un insulto, una calma que parecía burlarse del nerviosismo palpable de nuestra propia corte. Y junto a mí, tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba, estaba Lord Edu Hoshino, el enigma del Este, el huracán vestido de seda.

Era un absoluto y exasperante camaleón. Observé, mi mente analítica trabajando a toda velocidad, mientras él conversaba con mi padre sobre las formaciones de defensa en las fronteras del norte. Hablaba con la autoridad de un general experimentado, demostrando un conocimiento táctico que desmentía por completo su reputación de simple "caos con sonrisa". Pero apenas mi padre se giró para hablar con Lord Ibuki, vi a Edu inclinarse hacia una de mis damas de compañía y susurrarle algo que la hizo soltar una risita y sonrojarse hasta la raíz del cabello. Era un actor consumado, cambiando de papel con una fluidez que me resultaba a la vez fascinante y profundamente irritante. Estaba buscando un patrón, un hilo suelto en su actuación, una debilidad que pudiera explotar. No encontraba ninguna.

Decidí que la observación pasiva ya no era suficiente. Tenía que arrastrarlo a mi propio terreno, el del análisis directo.

Esperé a que terminara su breve interacción. Luego, con una voz lo suficientemente alta para que solo él la oyera con claridad, pero lo suficientemente baja para que nuestro intercambio se sintiera íntimo y exclusivo, hablé.

—Lord Hoshino. Lo he estado observando. Y he notado que cambia de máscara con más frecuencia que un actor en el festival de la cosecha. Dígame, y sea sincero si es que esa palabra forma parte de alguna de sus múltiples personalidades, ¿cuál de todas es la real? ¿El estratega que habla de guerra con mi padre, el bufón que entretiene a mis damas, o el poeta que envía enigmas a través del continente?

Mi ataque verbal fue como una piedra lanzada a un estanque. Las ondas se expandieron instantáneamente. Pude ver, por el rabillo del ojo, cómo sus dos guardianas, de pie detrás de él como estatuas, reaccionaban. La rubia, Shizuka, tenía la mano apoyada casualmente cerca de la empuñadura de una daga oculta en su cinto, y sus nudillos estaban blancos por la presión. Una amenaza silenciosa. La otra, la de cabello rojizo, Azumi, se sonrojó con una violencia que traicionaba su fachada de hielo. El color carmesí le subió por el cuello y se refugió en sus orejas, y vi cómo bajaba la vista, incapaz de soportar la escena. Eran tan predecibles. Tan fáciles de leer.

Pero él no. Él se giró hacia mí, y esa sonrisa que comenzaba a odiar y a anticipar a partes iguales no vaciló ni un instante. En sus ojos grises había una diversión tan genuina que me hizo sentir como si acabara de caer de lleno en la trampa que él mismo había tendido para mí.

—Una pregunta excelente, princesa —respondió, su voz suave y con un toque de burla—. Pero me temo que asume que una de ellas es falsa. Una premisa equivocada desde el principio.

Se inclinó ligeramente, acortando la distancia entre nosotros. Su presencia era abrumadora.

—Quizás un hombre, como un diamante, no tiene una sola cara 'real', sino muchas facetas que brillan de forma diferente según la luz que las ilumina. La verdadera pregunta no es cuál de mis caras es la real. La verdadera pregunta es: ¿qué tipo de luz es usted, princesa, tan intensa y pura, para que yo decida mostrarle esta cara en particular?

Sentí un fogonazo de calor en mis mejillas. ¡Maldito sea! Había desviado mi ataque y lo había convertido en un cumplido complejo y personal que me dejaba a mí como el centro de su comportamiento. Era una jugada maestra.

Incluso sus padres, sentados frente a nosotros, lo notaron. Vi a Lady Sakura, una mujer cuya belleza solo era superada por su evidente astucia, inclinarse para susurrarle algo a su esposo. Lord Ibuki, el legendario samurái, escuchó con la paciencia de una montaña, pero vi una casi imperceptible sonrisa curvar sus labios y un brillo de orgullo en sus ojos. No estaban preocupados. Estaban disfrutando del espectáculo. Habían soltado a su hijo en mi corte de forma intencionada. Esto no era una visita. Era una evaluación. Una prueba... para mí.

Recuperé mi compostura, negándome a ceder terreno. —Una respuesta muy poética, Lord Hoshino. Pero los diamantes son duros, fríos y predecibles en su estructura cristalina. Los huracanes, en cambio, son impredecibles, caóticos y, a menudo, destructivos. Sigo sin saber cuál de los dos es usted.

Le devolví su propio apodo, para demostrarle que yo también estaba jugando, que yo también estaba analizando. Y fue entonces cuando sentí de nuevo esa extraña mirada. Mis ojos se desviaron por un instante y se encontraron con los de la hermana menor, Hinata. La niña me observaba por encima de su taza de té, y su mirada era increíblemente inquietante. No había admiración ni miedo infantil en ella. Había una seriedad profunda, un conocimiento antiguo, como si estuviera viendo a través de mí, de mis títulos, de mis muros, y viera algo que ni yo misma entendía. Por un momento, me sentí como la analizada.

La absurdidad de la situación alcanzó su punto máximo cuando una figura pequeña y peluda irrumpió en el salón. La gata de los Hoshino, Zuzu. Con una arrogancia que desafiaba a la de su propio amo, saltó sobre la mesa principal ante el jadeo colectivo de la corte. Mi padre levantó una mano para detener a la guardia, una sonrisa de pura diversión en su rostro. La gata olisqueó mi copa, arrugó la nariz con desdén y comenzó a caminar por la mesa, dirigiéndose directamente hacia el plato de Edu.

—Lo siento, princesa, parece que la diplomacia se ve interrumpida por un acto de tiranía feudal —dijo Edu, sin perder la calma y sin apartar la vista de mí. Cuando Zuzu intentó robar un trozo de salmón ahumado, él, con un movimiento casual de sus palillos, bloqueó su avance—. Ah, no, Su Majestad Felina. La anarquía tiene sus límites, incluso en Valerius.

Su sonrisa se ensanchó. —Quizás no tengo que elegir, princesa —continuó, volviendo a nuestra conversación como si nada—. Quizás soy simplemente un huracán que ha aprendido a apreciar la belleza de las cosas únicas y duraderas.

Mientras lo decía, sus ojos se desviaron por una fracción de segundo hacia mi mano derecha enguantada, y luego volvieron a encontrarse con los míos. Un golpe directo. Un recordatorio de nuestro secreto compartido.

No pude responder. Me quedé sin aliento, atrapada entre su audaz desafío verbal, la mirada inquietante de su hermana y la surrealista escena de su gata intentando cometer un robo en la mesa real. Toda la Casa Hoshino era un enigma, un caos perfectamente orquestado.

En ese mismo instante, desde el otro lado del salón, Lord Valerius observaba la escena. Vio la fascinación en el rostro de la princesa, vio la facilidad con la que el extranjero dominaba la atención de todos, vio la sonrisa que él nunca había podido provocar. Su rostro se contrajo, la humillación convirtiéndose en una rabia fría y calculadora. Se giró hacia su secuaz, Lord Baris.

—El plan se acelera —siseó, su voz apenas un murmullo venenoso—. El demonio no esperará al jardín. Lo quiero listo para el torneo. El caos de la batalla será la coartada perfecta. La Leona necesita que le recuerden lo que es el verdadero miedo.

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