Cherreads

Chapter 17 - "PRIMER ENCUENTRO"

(Narrado por la princesa Seraphina)

El sol de la tarde bañaba las altas torres de Aethelgard en un resplandor dorado. Desde el balcón más alto del ala oeste del palacio, el que estaba reservado para la familia real, yo observaba el lento avance de la comitiva del Este. Un solo carruaje negro, lacado y sin la ostentación vulgar de los lores del sur, escoltado por una docena de jinetes cuya disciplina era evidente incluso a esa distancia. Se movían con la eficiencia silenciosa de una serpiente deslizándose por la hierba, una procesión que no gritaba su poder, sino que lo susurraba, lo cual era infinitamente más inquietante.

—Sin estandartes innecesarios, sin adornos de oro —dije en voz baja, más para mí misma que para mi hermano—. O son más pobres de lo que aparentan, o su confianza es tan grande que no necesitan demostrarla. Me inclino por lo segundo, y eso es irritante.

—O simplemente son prácticos —respondió Elian a mi lado, su voz un contrapunto de calma a mi cinismo—. Un carruaje llamativo es un blanco más grande en el camino. Es la mentalidad de un guerrero, no la de un cortesano.

Aparté la vista del camino y lo miré. Él ya me estaba observando, intentando, como siempre, leer el mapa de mi estado de ánimo.

—Padre cree que este... huracán... será un antídoto para mi 'hastío' —dije, la palabra cargada con todo el sarcasmo del que fui capaz—. Cree que me ha traído un juguete nuevo y peligroso para entretenerme, como si aún fuera una niña que se aburre de sus muñecas.

—No creo que te vea como a una niña que necesita entretenimiento, Phina —replicó Elian con suavidad, defendiendo a nuestro padre—. Creo que te ve como a su mejor espada, una que no ha sido probada contra un acero de igual calidad. Teme que la paz de este reino te oxide la voluntad.

Solté una risa corta y sin alegría. —¿Acero de igual calidad? El acero de este reino es hojalata, Elian. Hombres como Valerius, que recitan poesía mal memorizada y creen que una flor puede comprar la lealtad de una leona. Llevo años despachando a esos 'aceros' sin siquiera despeinarme. ¿Y se supone que este chico del Este es diferente? ¿Qué es lo que lo hace tan especial según las cartas de su padre? ¿Su 'caos con sonrisa'? Suena como la descripción de un bufón con talento, no la de un príncipe.

Elian se apoyó en la barandilla, su mirada fija ahora en el carruaje que se detenía frente a las grandes puertas del palacio.

—Ibuki escribió algo más —dijo, su tono volviéndose más serio—. Algo que padre no compartió con todo el consejo. Escribió que su hijo no derriba los muros; los vuelve irrelevantes. Que no convence con lógica, sino que crea una nueva realidad a su alrededor donde oponérsele parece, de repente, ilógico y absurdo. Por eso padre está tan intrigado. No es un poder que se pueda medir en un campo de batalla o en un duelo de esgrima. Es un poder que reescribe las reglas del juego.

Me quedé en silencio, procesando eso. Crear una nueva realidad. Volver irrelevantes los muros. Era una forma de poder mucho más sutil y peligrosa que la fuerza bruta o la magia explosiva. Era una guerra psicológica.

—Entonces, ¿cuál es tu estrategia? —preguntó Elian finalmente, volviéndose hacia mí.

Lo pensé por un momento, mi mente analizando esta nueva información. Mi primer instinto, el de la Leona, era atacar, mostrar mi fuerza, establecer mi dominio. Pero contra un oponente así, eso sería caer directamente en su juego.

—Ninguna estrategia —respondí, sorprendiéndome a mí misma con la calma de mi propia voz—. Un huracán no se enfrenta con un muro, porque lo rodeará. No se enfrenta con otro huracán, porque el caos solo engendra más caos. Un huracán se enfrenta desde la quietud.

> > —Voy a observar, Elian. Voy a dejar que su tormenta de carisma y enigmas se despliegue por completo. Dejaré que encante a los cortesanos, que frustre a los lores, que desafíe a los capitanes. Dejaré que piense que el mundo entero está girando a su alrededor. Y cuando esté en el centro de su propio vendaval, cuando se sienta más seguro... buscaré el ojo. Buscaré su calma, ese único punto de quietud desde donde se origina toda su fuerza. Y es ahí, en ese centro vulnerable, donde golpearé.

> >

>

Elian me estudió por un largo momento, y vi una chispa de genuina aprobación en sus ojos.

—Una Leona cazando con la paciencia de una araña. Interesante. Pero ten cuidado, hermana. A veces, al observar un huracán demasiado de cerca, uno termina siendo arrastrado por él sin siquiera darse cuenta.

—Que lo intente —dije, mis labios curvándose en la primera sonrisa real que había tenido en días. Una sonrisa afilada, llena de anticipación—. He pasado mi vida entera en esta jaula dorada. Ya es hora de que alguien intente mostrarme una tormenta de verdad.

(Narrado por Hinata)

El suave balanceo del carruaje cesó, reemplazado por una quietud absoluta. Afuera, los sonidos amortiguados de una corte en atención —el roce de las botas de la guardia sobre la piedra, el murmullo contenido de los cortesanos— se filtraban a través de la madera y el terciopelo. La atmósfera lúdica del viaje se evaporó al instante. Dentro de nuestro pequeño mundo rodante, el aire se volvió denso, cargado con el peso de la expectativa. Éramos una unidad preparándose para desembarcar en una tierra extranjera.

Antes de que el lacayo pudiera siquiera tocar el pomo de la puerta, la voz de mi padre, firme y sin necesidad de alzarla, nos ancló a todos.

—Escuchen con atención —dijo Padre, y su mirada pasó por cada uno de nosotros, no como un padre, sino como un general antes de la batalla.

—Afuera nos esperan como aliados, pero nos observarán como rivales. Cada palabra que digan será pesada, cada gesto, analizado. Somos la Casa Hoshino, el poder del Este. No lo olviden. Recuerden quiénes son, pero no revelen todo lo que son.

Su mirada se posó primero en mi hermano mayor. —Edu, tu sonrisa es tu máscara. Úsala. Deslumbra, encanta, confunde a quienes subestiman el poder del carisma. Pero no permitas que la arrogancia hable por ti. Controla tu lengua. Un solo error aquí no es como en casa; puede costar alianzas que han tardado generaciones en construirse.

Luego, se dirigió a Kenji, que había cerrado su libro en el momento en que padre comenzó a hablar. —Kenji, tus ojos ven lo que otros ignoran. Tu mente es nuestra mayor ventaja estratégica. Pero no te pierdas en tus análisis hasta el punto de olvidar el presente. La corte de Valerius no es un pergamino; es un río que cambia a cada instante. Observa, pero no dejes que la corriente te arrastre mientras tú sigues calculando la profundidad del agua.

Sus ojos se movieron hacia nuestras guardianas. —Shizuka, Azumi. Ustedes son nuestro escudo. Su fuerza debe ser una promesa silenciosa, no una amenaza abierta. En esta corte, el poder más efectivo es aquel que se siente, pero no se ve. Que sientan el acero bajo la seda.

Finalmente, su mirada, tan dura y exigente con los demás, se suavizó visiblemente al posarse en mí. El resto de mis hermanos y las guardianas también se giraron para mirarme, y sentí el peso de su atención colectiva.

—Y Hinata... —comenzó, y su voz perdió el filo de comandante para encontrar el tono de un padre preocupado—. ...sé que has estado distante. Sé que llevas una carga que no compartes y que miras el mundo con ojos que ven más de lo que nos cuentas.

Hizo una pausa, y sentí que cada palabra estaba cuidadosamente elegida. —Confía en tu corazón, es la brújula más certera de esta familia. Pero protégelo. No todos en esta corte merecen ver la verdad que hay en él. Mantente cerca de tu madre, y de tus hermanos. Quiero que recuerdes, sin importar qué sientas o qué veas, que no estás sola. ¿Entendido?

Asentí en silencio, mi garganta demasiado apretada para formar una palabra. El reconocimiento público de mi tormento, aunque velado, fue a la vez un consuelo y una carga aún mayor.

En ese momento, la puerta del carruaje se abrió. La luz brillante y el aire fresco de la capital entraron de golpe.

Mi padre fue el primero en bajar, su figura alta e imponente era la personificación de la autoridad serena. Mi madre lo siguió, descendiendo con una gracia que silenció los murmullos cercanos; la elegancia hecha mujer. Kenji, Shizuka y Azumi bajaron después, sus rostros impasibles, sus posturas una demostración de disciplina y lealtad inquebrantable.

Edu fue el siguiente. Se detuvo un instante en el umbral, y presencié su transformación. El hermano ligeramente cansado por el viaje desapareció, y en su lugar emergió el heredero de la Casa Hoshino: una sonrisa encantadora y ligeramente arrogante se dibujó en sus labios, y bajó con una agilidad felina que atrajo inmediatamente la atención de todos. El actor había subido al escenario.

Yo fui la última. Al poner un pie en el suelo de piedra de Aethelgard, las palabras de mi padre sobre proteger mi corazón y las del Demiurgo sobre mi misión lucharon en mi interior. Ya no era solo Hinata Hoshino, la hija menor. Era una Guardiana con un secreto, una pieza en un juego que apenas comenzaba a comprender. Respiré hondo y me uní a mi familia, una niña entre gigantes, avanzando hacia el corazón del nido de leones.

(Narrado por la princesa Seraphina)

Desde mi posición elevada junto al trono, los observé entrar. La Casa Hoshino. Eran exactamente como las descripciones, y a la vez, una decepción. Disciplina, sí. Gracia, por supuesto. Pero no vi la tormenta de la que hablaba padre. Vi a un general estoico, a una matriarca elegante, a un erudito perdido en sus pensamientos y a dos guardianas tan tiesas como las lanzas de la guardia. Y luego lo vi a él, al heredero. Edu Hoshino. Una sonrisa fácil, un caminar seguro... la misma arrogancia pulida que había visto en una docena de otros lores. Sentí una punzada de hastío. Padre se había equivocado. Era solo otro pavo real.

Entonces, nuestro padre, el Rey Ragnar, rompió el protocolo primero. Su voz estruendosa y real se llenó de una calidez que rara vez mostraba en público.

—¡Ibuki, viejo amigo! —rugió, y una sonrisa genuina surcó su rostro—. ¡Has tardado demasiado en volver a pisar estas tierras!

Vi cómo el legendario y estoico Lord Hoshino le devolvía una sonrisa casi imperceptible pero cargada de historia. —Ragnar. A ti los años te han sentado bien. Pareces más un rey y menos el joven impetuoso que recuerdo escalando las murallas de este mismo palacio.

Una carcajada honesta y compartida entre los dos hombres más poderosos de la sala. Y en ese instante, mi decepción se evaporó. Eso no era política. Era amistad. Era real. Mi mirada volvió a la delegación del Este, y esta vez los vi diferente. No eran piezas en un tablero. Eran una familia.

Mi atención se centró de nuevo en el heredero. Seguía sonriendo, pero ahora yo veía algo más bajo esa fachada. Una calma, una confianza que no nacía de su título, sino de algo más profundo. Y sentí un impulso. Una emoción tan extraña y potente que me hizo enderezar la espalda. Una curiosidad tan intensa que era casi un hambre. Por primera vez en años, algo en esta corte no era predecible.

Di un medio paso hacia el borde del estrado, mis músculos tensos, lista para moverme.

—Phina, no —susurró Elian a mi lado, su voz un murmullo divertido y lleno de advertencia—. Conozco esa mirada. Es la que pones justo antes de prenderle fuego al tablero de ajedrez porque te estás aburriendo. No lo hagas.

Le dediqué una sonrisa brillante y afilada, mis ojos sin apartarse del joven Hoshino.

—Pero es que, por primera vez en mucho tiempo, he encontrado una pieza que podría disfrutar viendo arder, hermanito.

Y antes de que Elian pudiera decir otra palabra, rompí el protocolo.

Descendí los escalones del estrado con una gracia fluida, ignorando el murmullo de conmoción que recorrió a los cortesanos. Mi padre y Lord Ibuki detuvieron su conversación, ambos mirándome con una mezcla de sorpresa y una pizca de diversión. Caminé directamente hacia la delegación Hoshino, mi objetivo claro.

Me detuve frente a ellos. —Lord Ibuki, Lady Sakura —dije, ofreciendo una inclinación de cabeza perfecta y formal. Luego, giré todo mi cuerpo y mi atención hacia el heredero, plantándome justo frente a él. Él me miró, la sorpresa inicial en sus ojos siendo rápidamente reemplazada por esa misma sonrisa intrigante que había visto desde lejos—. Y usted debe ser Lord Edu Hoshino. He oído... relatos. Tenía que ver por mí misma si el huracán del que tanto hablan era real.

Nuestras miradas se cruzaron. Y en ese silencio, a un brazo de distancia, ocurrió la conexión. Fue como si el mundo entero se desvaneciera y solo quedáramos nosotros dos. Su sonrisa no vaciló, pero vi algo cambiar en la profundidad de sus ojos grises. Vi un destello de reconocimiento, como si sus ojos hubieran atravesado mi guante, mi piel, y hubieran visto la marca dorada que ocultaba. Y yo, a su vez, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, la increíble y aterradora sensación de ser vista, de verdad, por primera vez en mi vida.

Él se recuperó primero. Tomó mi mano enguantada, un gesto audaz que nadie se había atrevido a hacer, e inclinó la cabeza para rozar la seda con sus labios, justo sobre el lugar donde descansaba mi secreto. El contacto fue un trueno silencioso que retumbó en mis venas.

—Princesa Seraphina —dijo, su voz un murmullo bajo, íntimo, solo para mí, aunque toda la corte observaba—. Un huracán no es nada si no tiene una leona a la que impresionar. Es un honor. Y su curiosidad —añadió, levantando la vista para encontrar mi mirada de nuevo— es el cumplido más grande que he recibido.

Me quedé sin aliento, atrapada por su audacia y la verdad no dicha que flotaba entre nosotros. El juego no había comenzado. Él y yo acabábamos de incendiar el tablero.

More Chapters