Después de varios intentos infructuosos por derribar la puerta, los dos zombies se alejaron finalmente, rugiendo mientras descendían por las escaleras.
El edificio número 7, donde vivía Chen Fei, tenía 30 pisos. Como medida de seguridad contra incendios, el ascensor y las escaleras estaban separados, y cada nivel contaba con una gruesa puerta cortafuegos instalada en el pasillo. Aunque estas puertas eran pesadas y difíciles de manipular, normalmente se mantenían abiertas con bloques de madera o piedras para facilitar el tránsito.
En el piso 11, donde se encontraba Chen Fei, la puerta cortafuegos había quedado abierta desde su último viaje al supermercado. Si lograba cerrarla, ese piso se convertiría en una zona relativamente segura. Los zombies, al actuar solo por instinto, no sabrían cómo abrir la puerta: solo podrían embestirla con fuerza bruta.
Una vez confirmado que los zombies se habían alejado, Chen Fei abrió con cuidado la puerta de su departamento y, sin perder tiempo, corrió hacia la escalera para retirar el bloque de madera que mantenía abierta la puerta cortafuegos.
Mientras lo hacía, alcanzó a oír un sonido proveniente del piso inferior: un débil grito pidiendo ayuda. Ese clamor humano, sin duda, fue lo que atrajo a los zombies y los alejó de su puerta.
El peligro no se había ido. Solo se había desviado unos pisos más abajo.
Chen Fei se acercó al cadáver de la zombi y recuperó las flechas de ballesta que le habían atravesado la cabeza, así como las dos que habían quedado clavadas en la pared. Sabía que en el futuro podría enfrentarse a situaciones en las que no le fuera posible recuperar su munición, así que debía planificar cuidadosamente cada disparo desde ahora.
De regreso en la habitación, se dio cuenta de que estaba empapado en sudor. Siempre había visto en las películas cómo los protagonistas enfrentaban a los zombis con una calma casi heroica, y eso lo había engañado. Le había hecho creer que esos monstruos eran torpes y fáciles de eliminar. Pero ahora comprendía lo lejos que estaba de la realidad. Si no hubiera sido por la rápida intervención de Nangong Jin, probablemente ya habría tenido un "encuentro cercano" con la muerte.
Chen Fei se dejó caer al suelo, jadeando sin fuerzas. En su estado actual, aunque le dieran una pistola, salir del edificio ya sería una hazaña… ni hablar de llegar hasta el hospital para rescatar a Mu Meiqing.
Observó a Nangong Jin, cuya expresión se había vuelto cada vez más serena. Por un momento, Chen Fei llegó a pensar que quizás no era la típica chica frívola obsesionada con su imagen, sino más bien un mujer con nervios de acero—¿un ladyboy con corazón de acero templado? No lo sabía, pero sí estaba claro que su temple era admirable.
Lo que Chen Fei sí había ganado en esta breve pero brutal batalla era una comprensión más clara de la situación… y de sus propias debilidades. Su resistencia física era, sinceramente, patética.
Gracias al enfrentamiento, pudo analizar también las capacidades de los zombis. Su fuerza y velocidad parecían basarse en las que tenían cuando estaban vivos, pero ahora carecían de razón. En su lugar, habían ganado una resistencia incansable y una ferocidad irracional. Los humanos se cansan, se asustan, dudan. Los zombis no. Esa simple diferencia basta para que, en un segundo de vacilación, una persona común acabe muerta.
Chen Fei comprendió entonces que, para sobrevivir al apocalipsis, debía fortalecerse. Al menos, tenía que ser capaz de correr más rápido que los demás y aguantar un poco más. No necesitaba ser el más fuerte, solo un poco más resistente que los otros... lo suficiente para escapar una segunda vez.
Pero no podía confiar solo en eso. La situación de Mu Meiqing era grave. Tenía muy pocas provisiones, apenas para una semana. Puede que el agua le durara un poco más, pero sin comida, su cuerpo acabaría debilitado. Con el tiempo, no solo no podría escapar, sino que quedaría completamente indefensa.
Chen Fei lo sabía: tenía como máximo siete días para rescatarla. Ni uno más.
Sin embargo, Chen Fei no planeaba limitarse a siete días. Sabía que ese tiempo solo le alcanzaría para adaptarse a la intensidad del ejercicio físico. Si quería sobrevivir de verdad y rescatar a Mu Meiqing, necesitaba al menos un mes para fortalecerse. Pero el tiempo no estaba de su lado.
De pronto, recordó algo importante: el "Sistema de Dominación del Juicio Final" que residía en su cuerpo. Solo con escuchar su nombre ya parecía algo increíble… pero sus condiciones de activación eran excesivamente duras: debía eliminar a cincuenta zombis.
El zombi anterior, aunque había contado con la ayuda de Nangong Jin, fue eliminado por él, así que debería contar. Eso significaba que todavía le faltaban cuarenta y nueve más para activar el sistema. Un desafío monumental para alguien que apenas había tenido su primer enfrentamiento. Era una misión casi imposible para un novato en pleno apocalipsis. A menos que hiciera algo impensable... como convertir a una chica hermosa en zombi para sumar puntos.
Pero Chen Fei no era así.
Sabía que tanto Mu Meiqing como Nangong Jin siempre lo habían tratado bien, incluso con cierta ternura. Él solía alimentarse con lo que ellas compraban, y nunca escuchó de ellas una queja. A veces incluso compraban más de lo necesario, por si él tenía hambre. No podía traicionar esa bondad.
Chen Fei no era el protagonista de una novela heroica con complejos de salvador. Este era el fin del mundo. Salvar a una persona más significaba tener una boca más que alimentar, a menos que esa persona pudiera demostrar que valía la pena conservarla. De lo contrario, solo sería una carga.
Haber quedado huérfano a los dieciocho le enseñó a ver con claridad el calor y la frialdad del corazón humano. Por eso, doce años después, se hizo una promesa: jamás traicionar a las personas que le brindaran su confianza. Y ahora, había prometido rescatar a Mu Meiqing. Aunque la situación fuera desesperada, haría todo lo posible. Para ello, necesitaba activar el sistema y ver de qué forma podría ayudarle.
Mientras Chen Fei descansaba sentado junto a la puerta, absorto en sus pensamientos, Nangong Jin se mantenía de pie junto a la ventana, observando el vecindario con un telescopio, escudriñando los alrededores y lo que ocurría a lo lejos.
Afuera, la calle era puro caos: ruido ensordecedor, fuego y destrucción por todas partes. Había entre veinte y treinta focos de humo negro elevándose en diferentes zonas de la ciudad.
Pero lo más impactante era la carretera principal que llevaba hacia la intersección con la autopista: la avenida Kang zhuang. Allí, el panorama era una auténtica pesadilla.
El sonido de los disparos, el silbido de los coches y los gritos se mezclaban en una cacofonía ininterrumpida. Era imposible distinguir con claridad lo que ocurría afuera sin concentrarse con suma atención.
—Chen Fei, si el ejército interviene, ¿no deberían poder controlar a estos infectados rápidamente? —preguntó Nangong Jin en voz baja, sin apartar la vista de la ventana.
Chen Fei esbozó una amarga sonrisa y negó con la cabeza.
—Si el ejército hubiese desplegado decenas de miles de soldados con suficiente potencia de fuego… tal vez. Si realmente tuvieran los medios para aniquilar a decenas de miles de zombis... Pero no estamos en ese escenario. Aunque no esté allí para verlo con mis propios ojos, puedo imaginar lo que sucede en la intersección de la autopista: con suerte, hay un centenar de soldados apostados. Con esa cantidad apenas podrían contener a unas pocas docenas de zombis disparando con precisión. Pero ante miles... solo los tanques podrían contener esa ola.
—Ojalá tengas razón… —susurró Nangong Jin, con un dejo de esperanza en su voz.
Chen Fei no quiso destruir su ilusión. En momentos así, la esperanza es lo único que mantiene a las personas con vida. Si eso desaparece, también lo hará su fuerza para resistir.
…
Los gritos, las bocinas y los disparos continuaron durante todo un día y una noche, sin cesar.
Al mediodía del siguiente día, finalmente, esos sonidos disminuyeron. Solo de vez en cuando se escuchaban helicópteros sobrevolando la ciudad. Los zombis no podían volar, por supuesto, pero los techos planos de los edificios de Zhongnan servían como puntos de evacuación. Aun así, los ascensores solo podían transportar a unas pocas personas a la vez, y aunque se desplegaran cientos de helicópteros —algo que en la práctica no iba a ocurrir—, el número de evacuados seguiría siendo ínfimo.
Por eso Chen Fei nunca confió en el rescate externo. Su único plan era resistir por su cuenta. El virus zombi acababa de estallar. Aún había muchas personas encerradas en sus casas, intentando mantenerse a salvo. Pero tarde o temprano, cuando se les acabe la comida, la desesperación hará que se arriesguen.
Entonces, ¿en qué momento dejarán de actuar como humanos y comenzarán a comportarse como bestias? ¿Y cuándo dejarán de ser diferentes de los zombis?
Hasta ahora, los servicios de electricidad y comunicación seguían funcionando. El gobierno, a través de los noticieros, insistía en que se trataba de una mutación agresiva del virus de la rabia. Pedían a la población mantenerse calmada, quedarse en casa y esperar el rescate.
Chen Fei observó la pantalla un momento más. Luego, con expresión imperturbable, apagó el televisor.
En internet, los usuarios ya habían comenzado a hablar sobre los infectados. Muchos hacían referencia directa a películas clásicas de zombis, y tras comparar las escenas reales con las de ficción, no dudaban en clasificar a estas personas infectadas con "rabia" como auténticos zombis.
Esa interpretación, aunque no oficial, era la que más sentido tenía para la mayoría. Era mucho más convincente que las explicaciones del gobierno. Los jóvenes que lograron sobrevivir estaban aterrados, pero también exaltados por la adrenalina del caos. En cambio, los adultos de mediana edad —acostumbrados a una vida cómoda y estable— se mostraban irritados y reacios a aceptar que el mundo estuviera cambiando tan drásticamente. Muchos aún tenían la esperanza de que el gobierno solucionaría el problema rápidamente y todo volvería a la normalidad.
Chen Fei se conectó al foro más popular de toda la red, llamado: ¡Doomsday! ¡Los zombis están aquí!. Al explorar sus publicaciones, no pudo evitar sentirse emocionado. Muchos de los usuarios parecían tan preparados como él. Aunque no todos habían llevado su preparación al extremo de casi mudarse a un supermercado como él, era evidente que varios habían almacenado suministros anticipadamente.
La mayoría solo contaba con reservas básicas, suficientes para resistir un mes. La situación en la ciudad era desesperante: con las calles infestadas de infectados y el encierro obligatorio, muchos se empezaron a desesperar. La consecuencia fue que comenzaron a pagar precios exorbitantes por productos esenciales, lo que dio pie al surgimiento de nuevos "señores del apocalipsis".
Un ejemplo típico era un usuario conocido como [Belleza, yo te protejo], un empleado de almacén en un supermercado. Tras el brote del virus, se convirtió de la noche a la mañana en un auténtico magnate local, con más poder que el propio Chen Fei. Recibía mensajes de decenas de personas dispuestas a pagar sumas astronómicas por alimentos y agua. Sin embargo, los rechazaba a todos, salvo a ciertos "perfiles" que le interesaban.
Su nombre de usuario ya revelaba sus verdaderas intenciones:"Si eres una belleza, ven conmigo. Si quieres sobrevivir, yo te protejere…"
Un claro ejemplo de cómo, incluso en el fin del mundo, algunos aprovechaban la desgracia para imponer sus propias reglas.
Chen Fei estaba convencido de que aquel almacenista era, sin duda, un verdadero talento para sobrevivir en el apocalipsis. Sabía aprovechar al máximo su posición, aunque no quedaba claro cuánto tiempo podría mantenerse en la cima actuando con tanta arrogancia...
En los primeros días, los sobrevivientes que se refugiaban en sus casas aún podían comunicarse entre ellos, compartiendo mensajes de aliento y comentarios banales. Muchos incluso no le daban tanta importancia a lo que estaba ocurriendo afuera. Pero todo cambió al dia siguiente. De repente, los teléfonos móviles dejaron de tener señal, las computadoras quedaron sin conexión a internet, y hasta las estaciones de televisión enmudecieron. Lo peor de todo: la electricidad comenzó a cortarse en casi todas las zonas de la ciudad.
Fue entonces cuando la mayoría comprendió que la situación había superado por completo cualquier previsión. Pero ya era demasiado tarde para reaccionar.
En la ciudad de Zhongnan, los distritos de Xicheng y Beicheng —donde solía moverse Chen Fei— se quedaron sin electricidad el décimo día. Afortunadamente, él vivía en el distrito de Dongcheng, donde el suministro eléctrico aún se mantenía estable, aunque todos sabían que los cortes llegarían inevitablemente.
Aún más aterrador que quedarse sin luz era perder el acceso al agua potable. Por suerte, esa situación no se había presentado todavía. Desde el octavo día, el gobierno emitió un comunicado garantizando que no se cortarían los servicios de agua por falta de pago mientras durara la epidemia. Un alivio temporal dentro del caos.
Durante esos tres días recientes, Chen Fei se dedicó por completo a una sola tarea: entrenar. Aunque ya era tarde para convertirse en un experto de la noche a la mañana, su actitud era firme. No esperaba desarrollar fuerza sobrehumana, sino simplemente mejorar su resistencia física. Pasaba horas corriendo en la cinta, forzando su cuerpo al límite, preparándose mentalmente para la fatiga, con la esperanza de que, en caso de enfrentarse a un zombi cara a cara, pudiera tener una oportunidad más para sobrevivir.
Además, perfeccionaba su puntería con la ballesta automática. La pared de entrenamiento estaba llena de impactos de dardos; un claro testimonio de su determinación. Su habilidad había mejorado notablemente.
Por su parte, Nangong Jin también seguía una rutina disciplinada. Cada día se entrenaba vestida con ropa deportiva ajustada —algo que no dejaba indiferente a Chen Fei—, y se concentraba en el dominio de la katana. Tenía una fascinación especial por la espada japonesa, al punto de haber preparado todo un equipo de combate, desde un traje que parecía sacado de una unidad de élite, hasta una daga militar de triple filo con accesorios específicos. Solo le faltaban unas botas militares de caña alta para estar completamente equipada.
Era evidente que, incluso en medio del fin del mundo, ambos estaban decididos a no rendirse.