Apenas colgó el teléfono, Chen Fei escuchó un crujido seco proveniente del piso superior, seguido de un grito ronco... y luego, una desgarradora súplica de ayuda.
Según la velocidad actual de propagación del virus zombie, todo indicaba que el brote debía estar concentrado en las calles. Era poco probable que un zombie hubiera irrumpido en el departamento de arriba. Lo más probable es que alguien allí acabará de experimentar una transformación: el virus, latente en su cuerpo, había llegado finalmente a su punto de ebullición.
El patrón comenzaba a quedar claro para Chen Fei: el virus podía permanecer oculto, acechando dentro de una persona, hasta activarse por completo. Una vez que eso ocurría, el cuerpo dejaba de ser humano… y el instinto zombi tomaba el control, atacando sin piedad a quien tuviera más cerca.
Era un contagio brutal. Muerden, infectan… y matan. La transmisión era prácticamente del 100%. Una mordida equivalía a una sentencia de muerte.
En medio del silencio, resonó un chillido casi infantil desde el techo:
-¡¡¡Mamá!!!...
Mientras Chen Fei aún analizaba la situación, un grito desgarrador rompió el silencio. Provenía de Nangong Jin, quien acababa de terminar una llamada telefónica.
Alarmado, Chen Fei corrió desde el balcón hacia la sala de estar. Allí encontró a Nangong Jin con las manos temblorosas aferradas al celular, mientras las lágrimas caían como lluvia sobre la pantalla iluminada.
—¿Hermana Jin? ¿Qué ha pasado? —preguntó con preocupación.
Pero Nangong Jin no dijo una palabra. En su lugar, se arrojó directamente a sus brazos y rompió en llanto. Por primera vez, Chen Fei sintió el calor y la fragancia de su cercanía, una escena que habría acelerado su corazón en cualquier otro momento, pero que ahora solo le apretaba el pecho.
No insistió. Simplemente la abrazó con fuerza, en silencio, dejándola llorar. Sus lágrimas empapaban su ropa mientras él le acariciaba suavemente el cabello, con una mezcla de impotencia y tristeza. Permanecieron así durante unos diez minutos, hasta que Nangong Jin logró calmarse poco a poco.
Con voz temblorosa y los ojos hinchados por el llanto, se apartó ligeramente y murmuró:
—Mi... mi padre enfermó de repente. Se volvió como un loco de la calle... y mi madre...
Las lágrimas volvieron a brotar antes de que pudiera terminar la frase. Chen Fei ya lo había comprendido: ver a tus seres queridos convertirse en zombis y luego ser mordido por ellos... no hay dolor más cruel que ese.
Él se preparaba para consolarla cuando, de repente, un fuerte golpe sacudió la puerta.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Chen Fei levantó la mano para pedir silencio a Nangong Jin, que aún sollozaba, y se dirigió cautelosamente a la puerta. Se acercó al ojo de la cerradura y echó un vistazo.
Afuera, reconoció a una vecina: una joven esposa que vivía sola desde hacía tiempo. Aunque su apariencia no era especialmente destacada, Chen Fei la recordaba bien. Pero algo en su mirada, en su postura, le hizo tensar los músculos de inmediato
¡Su figura era francamente atractiva! Una de esas presencias que, incluso en tiempos de muerte y caos, parecían seguir provocando miradas. Era el tipo de belleza que hasta los zombis podrían tener por favorita… de esas mujeres que parecen a punto de tropezar en cualquier momento, solo por la gracia con la que caminan.
—¡Abre la puerta, por favor! ¡Ayúdame! ¡Ayúdenme! —gritaba desesperadamente mientras golpeaba con fuerza la puerta.
Chen Fei la observó a través de la mirilla. Su vestido era llamativo y ajustado, revelando más de lo que cubría. El hombro izquierdo estaba desgarrado, con un mordisco evidente: la piel y la carne desgarradas dejaban al descubierto una herida brutal, manchada de sangre. Detrás de ella, la puerta de su departamento permanecía cerrada a cal y canto. Del interior provenía un golpe seco, seguido de un ruido violento, como si algo... o alguien, se estrellara contra las paredes.
Nangong Jin también se asomó por la mirilla. Frunció el ceño al ver a Chen Fei completamente embobado, al borde de sangrar por la nariz, y susurró con desaprobación:
—¿Por qué no abrimos la puerta?
Chen Fei negó con la cabeza, conteniendo un suspiro. Luego señaló disimuladamente el hombro herido de la mujer y explicó en voz baja:
—La mordió un zombi... En poco tiempo se convertirá. Si la dejamos entrar, estaremos perdidos.
Nangong Jin guardó silencio. La imagen del noticiero, con esas transformaciones espantosas, aún estaba fresca en su memoria. No pudo más que asentir con resignación, aunque la indiferencia ante una persona herida seguía pesándole por dentro, provocándole una sensación amarga e incómoda.
La mujer insistió un rato más, golpeando, llorando, suplicando... pero al no obtener respuesta, se dio la vuelta, bajó corriendo por las escaleras en busca de ayuda en otros pisos.
Chen Fei no mostraba demasiada emoción. Solo cierta inquietud le rondaba en la mente. ¿Quién estaba en el departamento de esa mujer? Recordaba bien al tipo que vivía allí: un hombre trabajador, siempre amable en el ascensor, empleado de una compañía de seguros. Era de esos que vivían bajo un estricto horario: salía temprano, regresaba tarde y solo descansaba los fines de semana. Dedicado y ordenado.
Hoy era jueves. Eran las 10:30 de la mañana. Según sus cálculos, aquel hombre no debería estar en casa...
Entonces, ¿quién mordió a esa mujer?
El corazón apesadumbrado de Nangong Jin comenzaba, poco a poco, a calmarse. En su interior, sabía que la tragedia ocurrida en casa de sus padres no era única. Escenas similares estaban repitiéndose en miles de hogares, no solo en todo el país, sino en el mundo entero.
De pronto, se sintió débil e impotente. Todo lo que deseaba era regresar a su habitación, meterse bajo las sábanas y fingir que nada de esto estaba ocurriendo. Que era solo una pesadilla.
Desde la ventana, los sonidos del caos se intensificaban: motores aullando, frenos chirriando, gritos que se mezclaban con los rugidos de criaturas que ya no eran humanas. Entre todo eso, una ráfaga de disparos intermitentes se elevaba por encima del ruido. No era fuego cruzado constante, sino ataques aislados, probablemente de grupos de autodefensa o policías intentando resistir.
La escena que se desplegaba fuera era exactamente como la que Chen Fei había visto en tantas películas apocalípticas. Las calles se habían convertido en un infierno: zombis furiosos y personas desesperadas huían sin rumbo, convirtiendo la ciudad en una jungla sin ley. En esos momentos, salir a la calle no solo significaba enfrentar a los zombis, sino también a lo más oscuro del ser humano: saqueadores, asesinos, cobardes dispuestos a todo por sobrevivir.
A lo lejos, algunos autos lograban salir del caos y se dirigían hacia el cruce de la autopista, al sur de la ciudad. Chen Fei no necesitaba verlo para saberlo: allí debía estar el ejército, una última línea de defensa. Y cinco minutos después, el estruendo de un tiroteo masivo desde el sur confirmó su suposición.
El fin del mundo había comenzado.
Chen Fei respiró profundo varias veces, intentando calmar el temblor que le recorría el cuerpo. Luego, regresó a su habitación, se arrodilló junto a la cama y sacó una caja de regalo que había escondido tiempo atrás. En su interior, eligió su atuendo más imponente: un uniforme táctico tipo SEAL.
Mientras se ponía las botas militares con placas de acero, sentía como si el espíritu de un soldado estadounidense se apoderara de él. Su confianza creció, aunque fuera por puro instinto de supervivencia. Se ajustó guantes anti-corte, rodilleras, coderas, y ató una bayoneta multifunción M9 al muslo. Ahora, Chen Fei ya no era un simple estudiante universitario. Desde ese instante, era un combatiente del fin del mundo.
Afuera, los gritos de terror no cesaban. Pero Chen Fei, curtido ya por el horror, apenas parpadeaba al escucharlos. Ya se habían convertido en parte del paisaje sonoro. Parte del nuevo mundo.
Y entonces…
¡Bang! Bang! Bang!
Tres golpes secos resonaron desde la puerta principal.
Tan pronto como Chen Fei salió del dormitorio, volvió a escuchar los golpes secos. Eran insistentes, brutales.
Nangong Jin también salió de su habitación, atraída por el ruido. Al ver el atuendo táctico y completamente armado de Chen Fei, no pudo evitar mostrar una expresión de sorpresa.
Mientras tanto, la mujer que había estado suplicando ayuda desde hacía unos minutos seguía allí, golpeando la puerta. Pero ahora... ya no era la misma. Sus ojos estaban completamente inyectados en sangre, mostrando solo el blanco, y su garganta emitía un extraño sonido gorgoteante, como si algo en su interior se hubiera roto.
—¿Qué le pasa...? —preguntó Nangong Jin en voz baja, más para sí misma que para Chen Fei.
Chen Fei la observó detenidamente. La mujer tenía el cuello cubierto de sangre y carne desgarrada. Un trozo de piel colgaba torcido, como si hubiera sido arrancado de un mordisco. Era evidente: en su intento de escapar o pedir ayuda, había sido atacada por otro zombi... y ahora era una de ellos.
Bang... bang... bang...
Los golpes no cesaban, cada vez más violentos y desesperados. Chen Fei frunció el ceño con fuerza. Ese ruido podía atraer a otros infectados, y si eso ocurría, su refugio ya no sería seguro.
—Hay que deshacerse de ese zombi —dijo para sí, tomando una decisión rápida.
Regresó al dormitorio y sacó una ballesta automática que había preparado anteriormente. Con manos ágiles, cargó diez flechas de acero inoxidable. Era un arma silenciosa, perfecta para evitar el ruido de un arma de fuego.
—Chen Fei, ¿qué vas a hacer? —preguntó Nangong Jin, con un tono mezcla de preocupación y determinación.
—Hermana Jin, si seguimos dejando que golpee, atraerá a todos los zombis del edificio. No podemos permitirlo. Es necesario eliminarla ahora mismo.
Nangong Jin lo observó en silencio unos segundos. Sabía que tenía razón. El mundo que conocían se estaba cayendo a pedazos, y en medio del caos, eliminar a los infectados era más que necesario: era supervivencia.
Sin decir una palabra más, se giró, entró rápidamente en su habitación y volvió con una espada samurái enfundada. La sacó de su maleta, como si hubiera estado esperándola desde siempre.
Su mirada era firme. En ese momento, ya no era la chica delicada que Chen Fei conocía. Era una guerrera dispuesta a luchar.
Y ambos sabían que la guerra apenas comenzaba.
Ante la mirada atónita de Chen Fei, Nangong Jin también se acercó a la puerta. Su rostro reflejaba tensión, pero su voz permaneció serena cuando preguntó en voz baja:
—¿Qué hacemos?
Chen Fei alzó la ballesta con manos ligeramente temblorosas. Su expresión era de pura concentración, aunque el miedo latente no se ocultaba.
—Eh... Dispararle en la cabeza. —Tragó saliva—. La única forma de acabar con un zombi es destruir su cerebro o cortarle la cabeza. Hermana Jin, a la cuenta de tres... ¡abre la puerta!
Nangong Jin inspiró hondo, colocó su mano izquierda sobre el pomo y sujetó con firmeza la espada samurái en su derecha. Sus ojos brillaban con decisión.
—Uno... dos... ¡tres!
Al oír la cuenta final, Nangong Jin abrió la puerta de golpe. Una figura ensangrentada se abalanzó inmediatamente sobre Chen Fei. Su rostro deformado por la infección mostraba una mezcla de furia y descomposición. El terror lo invadió por completo y su cuerpo tembló. Ese temblor desvió su disparo: la flecha de acero inoxidable pasó rozando la oreja de la zombi y se incrustó en la pared opuesta.
El disparo falló.
La zombi ya estaba encima de él, y Chen Fei, paralizado por el miedo, no logró reaccionar a tiempo. No era como en sus planes. Nada era como en las películas.
Pero justo cuando la criatura se lanzaba hacia su cuello, Nangong Jin irrumpió entre ambos como una ráfaga. Con un movimiento ágil, levantó una de sus esbeltas piernas y propinó una patada directa al pecho de la zombi, lanzándola unos pasos atrás.
Sin perder el impulso, Nangong Jin alzó la katana y lanzó un tajo hacia el cuello de la criatura. Sin embargo, al ser su primer combate real, el ángulo no fue el ideal. El filo de la espada se clavó en el hueso del cuello sin llegar a decapitarla.
La zombi rugió con furia, ignorando el acero incrustado en su garganta. Movió los brazos frenéticamente, intentando alcanzar a Nangong Jin, que retrocedió rápidamente, sin soltar la empuñadura.
Fue entonces cuando Chen Fei, sacudido por el rugido y recuperando la lucidez, alzó de nuevo la ballesta. Esta vez no falló. Apuntó directo al ojo de la criatura y disparó.
La flecha silbó en el aire y se hundió con fuerza en la cuenca del ojo de la zombi.
Un quejido seco.
Y luego... silencio.
La flecha atravesó la cabeza de la zombi con una precisión inesperada. En el instante en que el proyectil le perforó el cráneo, la criatura se detuvo abruptamente, como si alguien hubiera presionado un interruptor. Cayó al suelo con un golpe sordo.
Chen Fei y Nangong Jin soltaron un suspiro de alivio al unísono. Se miraron en silencio, compartiendo el mismo miedo reprimido y la tensión de haber sobrevivido por un pelo.
—Rrraagh...
El rugido gutural que resonó desde el pasillo los congeló.
Antes de que Chen Fei pudiera articular palabra, un estruendo de pasos torpes y furiosos se acercaba por el corredor. Nangong Jin alzó de inmediato su espada, lista para pelear, pero Chen Fei, en un acto de instinto, la tomó del brazo y la arrastró de regreso a la habitación. Cerró la puerta de golpe y la atrancó con lo primero que encontró.
Los sonidos fuera de la puerta se intensificaron.
Poco después, dos figuras aparecieron ante la entrada del departamento: un hombre de mediana edad al que solo le quedaba la mitad de la cara —el resto colgaba en jirones de carne sanguinolenta—, y una mujer con el cabello enmarañado y un solo brazo, cuya mirada vacía rebosaba furia animal.
Golpearon la puerta con fuerza, gimiendo con hambre.
La pesadilla no había terminado. Apenas comenzaba.