Cherreads

Chapter 13 - "LA LEONA Y EL ENIGMA"

[Narración – Hinata]

La carta aún no llegaba.

Había soñado con ella dos veces desde que abrí los ojos esta semana.

En el primer sueño, estaba vacía.

En el segundo, ardía.

Y sin embargo… aún no había llegado.

Me senté en el corredor interior de la mansión Hoshino, los pies cruzados sobre la madera, el vestido recogido con descuido. Zuzu dormía a mi lado, enroscada como una promesa silenciosa. Su pelaje temblaba a veces, como si soñara también.

Desde allí podía ver el jardín trasero. Kenji caminaba en círculos, absorto en sus libros. Azumi limpiaba sus cuchillos como quien acuna a un hijo. Shizuka, sentada en el borde del estanque, lanzaba pequeñas piedras al agua, cronometrando las ondas como si pudiera predecir el futuro con su patrón.

Y yo... yo solo esperaba.

No tenía pruebas. Solo la certeza del alma.

La carta tenía que llegar. Era parte del orden. Parte del sueño.

Pero ya habían pasado días. Y nada.

Mi fe comenzó a desgastarse como papel mojado.

¿Y si ya no viene? ¿Y si ya cambió todo y nadie me avisó?

Respiré profundo, tragando la punzada de incertidumbre.

Y entonces la vi.

La figura de gato.

Reposaba sobre mi mesita de noche desde hacía días. Blanca. Cerámica. Pintada con flores índigo.

Nadie de la casa recordaba haberla dejado allí. Nadie la reconocía como suya.

Pero yo sí.

Recordaba el momento exacto: una niña en un mercado, un jarrón cayendo, Edu atrapándolo en el aire como si el tiempo se inclinara ante él.

Y luego, la misma niña, sonrojada, extendiéndole ese gato como símbolo de gratitud.

Ese día… aún no había llegado.

¿Entonces por qué la figura está aquí… y la carta no?

No tenía sentido.

O tal vez lo tenía, y eso era lo que más me aterraba.

---

[Vista de Hinata]

No todos entienden lo que es vivir con el peso de ver un fragmento del futuro…

Y no saber si ese fragmento es un final... o apenas el inicio de algo peor.

El aire comenzó a sentirse distinto. No en temperatura. En intención.

Como si algo nuevo hubiese entrado al mundo.

O como si alguien que no debía existir... ya estuviera observándonos.

Zuzu abrió un ojo.

Y por primera vez en semanas…

lo hizo mirando al cielo.

---

[Cambio de escena – Vista de Seraphina]

El bambú crujía cada vez que la espada de práctica tocaba el tatami.

Un. Dos. Paso lateral. Giro. Corte invertido.

Pero no había fuego en los movimientos. Solo repetición.

Vacía. Mecánica. Desganada.

—Ese paso fue lento —dijo Elian desde la sombra del umbral.

—Y tu crítica, innecesaria —respondí, sin mirarlo.

—¿El idiota volvió a escribirte?

—Tres veces esta semana —bufé—. Como si los intentos previos no hubieran sido suficientes para demostrar su falta de orgullo.

—Quizá es persistente. O estúpido. O ambas.

—O tal vez está acostumbrado a que las mujeres se rindan con halagos.

—¿Y tú? —preguntó Elian, alzando una ceja.

—Yo solo me rindo con respeto. Algo que no se compra con flores blancas.

Elian se acercó con una katana de entrenamiento en mano.

—Entonces, dime, princesa de las espinas… ¿qué tal si entrenamos de verdad?

Lo miré con desinterés, pero mis manos ya tomaban posición.

—No tengo ganas.

—Te daré una razón —dijo, y sonrió como solo lo hacía cuando sabía algo que yo no.

—¿Cuál?

—Si me ganas… te contaré algo que sé de los Hoshino.

Mis pies se afirmaron sin pensarlo.

—¿De Edu?

Él asintió, sin decir más.

—Espero que sea interesante.

—Eso depende de si puedes derribarme antes del atardecer.

La hoja de madera chocó contra la mía. Y por primera vez en días…

Me permití querer ganar.

[Narración – Hinata]

La carta aún no llegaba.

Había soñado con ella dos veces desde que abrí los ojos esta semana.

En el primer sueño, estaba vacía.

En el segundo, ardía.

Y sin embargo… aún no había llegado.

Me senté en el corredor interior de la mansión Hoshino, los pies cruzados sobre la madera, el vestido recogido con descuido. Zuzu dormía a mi lado, enroscada como una promesa silenciosa. Su pelaje temblaba a veces, como si soñara también.

Desde allí podía ver el jardín trasero. Kenji caminaba en círculos, absorto en sus libros. Azumi limpiaba sus cuchillos como quien acuna a un hijo. Shizuka, sentada en el borde del estanque, lanzaba pequeñas piedras al agua, cronometrando las ondas como si pudiera predecir el futuro con su patrón.

Y yo... yo solo esperaba.

No tenía pruebas. Solo la certeza del alma.

La carta tenía que llegar. Era parte del orden. Parte del sueño.

Pero ya habían pasado días. Y nada.

Mi fe comenzó a desgastarse como papel mojado.

¿Y si ya no viene? ¿Y si ya cambió todo y nadie me avisó?

Respiré profundo, tragando la punzada de incertidumbre.

Y entonces la vi.

La figura de gato.

Reposaba sobre mi mesita de noche desde hacía días. Blanca. Cerámica. Pintada con flores índigo.

Nadie de la casa recordaba haberla dejado allí. Nadie la reconocía como suya.

Pero yo sí.

Recordaba el momento exacto: una niña en un mercado, un jarrón cayendo, Edu atrapándolo en el aire como si el tiempo se inclinara ante él.

Y luego, la misma niña, sonrojada, extendiéndole ese gato como símbolo de gratitud.

Ese día… aún no había llegado.

¿Entonces por qué la figura está aquí… y la carta no?

No tenía sentido.

O tal vez lo tenía, y eso era lo que más me aterraba.

---

[Vista de Hinata]

No todos entienden lo que es vivir con el peso de ver un fragmento del futuro…

Y no saber si ese fragmento es un final... o apenas el inicio de algo peor.

El aire comenzó a sentirse distinto. No en temperatura. En intención.

Como si algo nuevo hubiese entrado al mundo.

O como si alguien que no debía existir... ya estuviera observándonos.

Zuzu abrió un ojo.

Y por primera vez en semanas…

lo hizo mirando al cielo.

---

(Narrado por La Princesa Seraphina)

Aquella mañana busqué a Elian.

No por protocolo.

Por necesidad.

Había algo que no encajaba en todo lo que padre dijo sobre los Hoshino. Una pieza fuera de lugar. Y si alguien podía darme contexto sin rodeos, era él.

Lo encontré en el dojo, descalzo sobre la madera, con los ojos cerrados como si estuviera contando pensamientos en lugar de segundos.

—Quiero entrenar —dije.

Él abrió los ojos lentamente.

—¿Ahora? ¿Tan temprano?

—No puedo quedarme quieta si mi cabeza se mueve.

—¿Buscas sudor o respuestas?

—Ambos.

Elian tomó su espada de práctica, envuelta aún en la tela ceremonial.

—¿Sobre qué casa?

—Sobre la del Este.

Él no respondió. Sonrió. Y se posicionó.

—Prepárate. No porque yo quiera evitar responderte… sino porque tú vas a tener que pelear para merecer esa información.

Me puse en guardia. No necesitaba más provocación.

Los pies descalzos sobre el tatami.

El aire cargado de intención.

Ninguno de los dos dijo más. No hacía falta.

En cuanto nos miramos, el combate comenzó.

**

Yo fui la primera en atacar.

Un giro de muñeca, una expansión de viento concentrado.

Elian lo vio venir. Apretó su puño, y una barrera de sombra brotó desde el suelo, como una ola espesa que amortiguó la ráfaga sin ruido.

No retrocedió. Solo esperó.

Eso me irritó.

—¿Vas a quedarte ahí parado?

—Estoy midiendo la tormenta —respondió, y se lanzó.

Su espada, aún de madera, trazó un arco descendente cubierto de bruma oscura. No necesitaba filo. Su magia deslizaba la hoja como si nadara en aire pesado.

Esquivé hacia la izquierda.

Deslicé la palma hacia adelante.

—Kamaitachi.

Cuchillas de viento invisible giraron en espiral hacia él.

Elian bajó el cuerpo, rodó hacia un lado, y plantó su mano contra el suelo.

Una sombra circular se expandió como tinta bajo agua. Mis hechizos se dispersaron al tocarla.

—¿Una trampa?

—Una base.

Salté hacia atrás y convoqué mi arco.

La cuerda se tensó con electricidad pura.

Una flecha. Dos. Tres.

Él levantó la espada en vertical. La sombra se elevó como una muralla convexa y absorbió el primer impacto.

Pero la segunda flecha pasó.

Rozó su capa.

La tercera lo obligó a girar.

Chasqueé los dedos.

—Denka no nagare.

El campo se electrificó.

La energía envolvía mis piernas, haciéndome más rápida. El aire crujía a cada paso.

Elian me interceptó en un ángulo bajo. Sus sombras se enredaron a mis tobillos. No para atraparme, sino para frenar mi impulso.

—¡No juegues a contenerme!

Le lancé un golpe con el arco mismo, convertido ahora en bastón de energía. Él lo bloqueó con la parte plana de su espada y giró sobre su propio eje, buscando mi flanco.

—Tampoco juegues a dominarme —respondió.

**

Los movimientos se aceleraron.

Cortes laterales. Contrahechizos.

Mi viento, su niebla. Mi relámpago, su oscuridad.

El dojo se llenó de vapor y chispas.

Las paredes temblaban suavemente con cada colisión mágica.

No estábamos hablando. Pero nos estábamos diciendo todo.

**

—¡Sōden no Yaiba! —grité.

Una lanza eléctrica emergió de mi palma. No de madera. No simbólica. Era magia pura, vibrando a cada segundo.

Él se inclinó.

No la bloqueó: la redirigió.

Usó su sombra como canal. El rayo pasó por su costado y explotó detrás de él sin tocarlo.

Apreté los dientes.

—Técnica desviadora… otra vez.

—No eres la única que evoluciona.

**

Cerré los ojos por una fracción de segundo.

Inhalé.

Exhalé.

Silencio.

Entonces me lancé.

Un paso. Otro.

Desaparecí con una ráfaga.

Reaparecí sobre él, descendiendo en un giro.

Él me esperaba.

Su espada bloqueó la caída.

Mi pie alcanzó su hombro.

Lo empujé. Rodó. Yo aterricé.

Ambos jadeábamos. Pero sonreíamos.

**

—¿Estás usando tu forma real, Elian?

—Solo un 60%.

—Entonces eso fue un error.

Levanté ambas manos.

El aire se volvió eléctrico. El dojo crujió.

—Inazuma-tai.

Invocación de tipo tormenta.

Cientos de partículas de energía comenzaron a girar a mi alrededor.

Mis ojos destellaron.

Mis músculos vibraban con tensión.

Elian levantó su espada, pero no la usó para atacar.

Se arrodilló y susurró:

—Kurai Tate.

Una cúpula negra lo cubrió.

Yo no lo pensé dos veces.

Disparé.

El rayo cayó.

Todo se iluminó como si un dios hubiese respirado.

**

Silencio.

Mi cuerpo temblaba. El sudor bajaba por mi espalda.

Cuando el humo se disipó…

él seguía allí.

Cubierto de ceniza. Respirando con dificultad.

Pero sonriendo.

—Eso… estuvo cerca —dijo.

—No te contengas más.

—Ya no puedo —rió—. Estoy en reserva.

—Yo también.

Nos sentamos, agotados.

No había necesidad de declarar un vencedor.

—Eso fue mejor —dijo, con una sonrisa cargada de sudor—. ¿Quieres más?

—No. Quiero respuestas.

—Entonces... escucha mañana.

—¿Mañana?

—Después de la cena.

Bufé, pero sonreí.

No le di las gracias. Solo me senté en el borde del dojo y miré el atardecer dibujarse entre vitrales.

Él se sentó a mi lado.

No éramos enemigos.

Ni siquiera rivales.

Éramos dos piezas diseñadas para resistir el fin del mundo… una desde el frente, otra desde el flanco.

Y como era de esperarse no dude en buscarlo al día siguiente.

El cielo estaba gris, pero no amenazaba con lluvia.

Era ese tipo de gris que insinúa que algo está por ocurrir, sin decirte si será una revelación o una ruina.

Lo busqué, para que cumpliera con su palabra.

Lo encontré en la terraza oeste, observando las bandadas que cruzaban el cielo.

—No pienses que me olvidé —le dije.

—Ni yo —respondió sin apartar la vista del horizonte.

—Te vencí —afirmé.

—Casi me destruyes —admitió, sonriendo.

—Entonces... habla.

Él asintió, como si ya lo hubiese tenido preparado desde antes de que yo ganara.

Nos sentamos. No frente a frente, sino mirando en la misma dirección.

Y entonces Elian habló.

[Narración – Historia de Elian]

—Hace años, antes de que los rumores llegaran al consejo real, escuché una historia en boca de un comerciante errante del Este.

No era un noble. Ni un espía. Solo un hombre con demasiados ojos en su pasado.

"Los Hoshino no son una casa", me dijo.

"Son una grieta en el ciclo."

Me incliné, sin interrumpir. La sombra de la pérgola se alargaba sobre nosotros.

> —El hijo del Este nació bajo tres eclipses. El cielo se oscureció durante el día.

Las aves callaron. Los ríos fluyeron en dirección contraria durante minutos que nadie pudo explicar.

No lloró al nacer.

Solo levantó la vista como si supiera exactamente dónde estaba.

Tocó su primera espada a los tres años.

Y esta... se aligeró en sus manos.

No porque fuera hábil.

Porque la espada lo había reconocido.

Cuando escuchó su primer rezo, respondió en otro idioma.

Un sacerdote dijo que no era una lengua perdida. Era una lengua que aún no había sido inventada.

Lo educaron en secreto. Lo entrenaron en silencio.

Y dicen... que no pertenece del todo a este mundo.

Dicen que tiene sangre de tres naturalezas.

Y por eso... ningún dios puede reclamar su alma.

Mi respiración se detuvo un segundo.

—¿Y tú crees eso?

Elian me observó.

—No.

Pero me da igual.

—¿Por qué?

—Porque aunque la mitad sea mentira… la otra mitad basta para romper reinos.

Lo miré sin decir nada. El nombre seguía quemando dentro de mí.

—¿Algo más?

Él dudó. Pero luego habló.

—Ese mismo comerciante dijo que, si alguna vez el equilibrio del continente se rompía…

no sería por una guerra tradicional.

Sería por alguien que no debía existir en este tiempo.

—Y tú crees que es él.

—No lo sé. Pero si es cierto...

entonces este tablero ya cambió antes de que colocáramos nuestras piezas.

[Cambio de escena – Narración externa]

A las puertas del Reino del Este, el carruaje de Valerius rompía la niebla con el sigilo de un presagio.

Laca negra. Emblema dorado.

Cuatro días de viaje desde Aethelgard… culminando en una sola dirección.

La casa Hoshino.

No traía guerra.

Pero tampoco traía paz.

---

[Vista del vigía Hoshino]

—Valerius. Llega.

More Chapters