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Chapter 14 - "EL MENSAJE Y EL UMBRAL"

[Vista de Hinata Hoshino]

Me había despertado antes de que el sol se deslizara por completo tras los cerezos del este. No por pesadilla. No por ruido. Simplemente… no podía dormir.

No desde que esa carta no llegó.

Afuera, la mañana era densa aunque no fría. Me senté en el alféizar con una taza de té tibio entre las manos, el vapor subiendo con lentitud, como si también dudara si debía quedarse o desaparecer.

Y entonces, lo vi.

Edu, solo en el patio, girando con el bokken como si danzara con fantasmas. Sus movimientos eran más precisos que de costumbre. Más… contenidos. Su respiración era constante, pero su expresión no.

Lo observé con cuidado. Había algo en él que no solía estar. Algo entre lo serio y lo frustrado. Como si llevara consigo un eco. ¿Un sueño? ¿Uno como el mío?

Zuzu lo vigilaba desde el techo bajo de la cocina, moviendo la cola como metrónomo del destino. Luego bajó con un salto fluido, ese tipo de movimiento que casi parecía parte de la magia del mundo.

Ella caminó hasta el termo de Edu… y con una leve patada, lo envió rodando.

—¡Zuzu! —protestó él, y yo pude imaginar su cara ofendida como si estuviera allí al lado.

La gata saltó sobre su toalla con ese aire de propiedad absoluta.

—¿Sabías que hay gente que entrena con cánticos armoniosos? —dijo él mientras giraba, sin dejar de entrenar—. Yo tengo que hacerlo con una gata saboteadora que se cree el espíritu ancestral del sarcasmo.

Zuzu se estiró. Luego, como si fuera un oráculo, dejó caer a sus pies un ratón de madera que claramente no estaba allí cuando empezó.

—¿Qué es esto? ¿Un reto? ¿Un castigo? ¿Un recordatorio de que no soy el alfa de esta casa?

Zuzu bostezó.

—Perfecto. Me ignoras mientras arruinas mi hidratación y me lanzas trofeos simbólicos. ¡Eres una diosa menor del caos!

Ella se giró, elegante, y dejó su trasero felino sobre la parte más limpia de su toalla.

—…Bien jugado.

Poco después apareció Azumi, ya lista y serena, como si no existieran las mañanas difíciles para ella.

—¿Entrenando a estas horas? —preguntó.

—Tuve un mal sueño —respondió Edu, sin dejar de moverse.

—¿Quieres que prepare algo? ¿Té, caldo, una bendición espiritual?

—¿Tú cocinando para mí? Eso es más valioso que una condecoración imperial.

Azumi desvió la mirada, los labios apretados. El rubor subió como una ola lenta y traicionera.

—¡No digas tonterías tan temprano!

—Pero si tú eres mi mejor forma de comenzar el día.

—¡Edu!

PAF!

Un impacto certero le llegó desde un costado. Shizuka.

Vestida impecable. Fría. Con la mirada que podía congelar un incendio.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de molestar a Azumi?

—¿Y tú? ¿No te cansas de jugar a la guardiana del hielo?

—¡Silencio!

—Buenos días, Shizuka.

—¡No me hables, tarado! —le gritó, ya con los puños cerrados.

—Eso fue un "buenos días" con dialecto explosivo, ºno, Zuzu?

Zuzu se relamió una pata con elegancia criminal.

—Aunque, debo decirlo —añadió Edu con fingida reflexión—, tu preocupación por Azumi es adorable. ¿No estarás celosa?

Zas! Una manzana cruzó el aire. Zuzu la atrapó con una garra y la mordisqueó.

—Pido ayuda divina —dijo Shizuka, dándose media vuelta—. No por ti, por nosotras, que debemos sobrevivirte.

Yo observaba todo desde la ventana del segundo piso.

Cada palabra, cada broma, cada gesto. Todo era tan… normal. Tan familiar.

Y sin embargo… la normalidad me oprimía el pecho.

Porque esa carta no había llegado.

La carta que, según el sueño, llevaría a que padre nos enviara al Bosque de las Fauces Grises. Solos. Con Azumi. Con Shizuka.

Allí donde mi hermano…

No.

Mi corazón se apretó.

—¡¡PADRE!! ¡¡MADRE!! ¡¡VIGÍA EN TORRE NORTE!!

La voz de Kenji me trajo al presente.

Corrí escaleras abajo.

Padre ya se movía con firmeza. Madre salió desde el pasillo de la biblioteca. Azumi y Shizuka giraron de inmediato, alerta. Zuzu había vuelto al alféizar.

Y Edu… aún con el bokken en la mano… tenía esa mirada.

Esa sonrisa.

Como si el caos fuese un visitante esperado.

Nos reunimos frente al ventanal del pasillo este.

Kenji ya tenía el catalejo.

—¿Qué ves? —preguntó madre.

Él no respondió. Solo extendió el artefacto.

Padre miró. Luego madre.

Yo… sentí el estómago dar un vuelco antes de mirar siquiera.

Y entonces, lo vi.

Un carruaje. Negro. Con estandartes dorados.

Avanzando como un secreto que no necesita anunciarse.

—Valerius… —dijo padre en voz baja.

Me quedé helada.

La carta no llegó el día estipulado… pero hoy sí.

Y no sabía si eso lo hacía mejor o peor.

Edu soltó un silbido agudo.

—¡Qué puntualidad tan descoordinada! Me pregunto si la princesa ya recibió mi carta de amor.

Azumi se giró de golpe. —¡¿QUÉ?!

Shizuka casi se tropieza con su propio pie. —¡¿Le escribiste una carta de amor a la princesa?!

—¡Por supuesto que no! —respondió Edu con una sonrisa de niño rebelde—. Pero es divertido imaginar su reacción si lo hubiera hecho. Solo le mandé una carta... algo peculiar.

Azumi se tapó la cara con ambas manos. —¡Eres imposible...!

Shizuka le lanzó una mirada fulminante. —¡Mocoso insolente! Un día alguien te va a tomar en serio y ahí sí vas a ver lo que es temblar de verdad.

Edu se encogió de hombros con fingida inocencia. —¿No es eso lo que buscan las grandes historias? Un poco de drama... y mucho escándalo.

—Edu, ya basta de molestar a las sirvientas —intervino padre desde el fondo del pasillo, sin poder ocultar la sonrisa.

—Deja que respiren, hijo —añadió madre, cruzada de brazos, con una ceja en alto.

Luego miró de reojo a Shizuka y Azumi, ambas visiblemente alteradas. —Aunque... si reaccionan así, quizá no sea solo molestia lo que sienten, ¿no creen?

Azumi se atragantó con el aire. Shizuka dio un paso atrás como si hubieran pronunciado una blasfemia.

—¡S-señora Sakura! —protestó Azumi. —¡Eso no es...! —intentó Shizuka.

Sakura sonrió con picardía. —Tranquilas, solo digo lo que Zuzu ya piensa.

Zuzu soltó un bufido.

Como si no fuera divertido. Como si ella supiera que las cartas verdaderas no se escriben con tinta. Sino con decisiones. Y esas… ya estaban en camino.

[Vista de Edu Hoshino]

El silencio que se instaló en el salón fue denso como miel fría. Solo el crujido de las botas del mensajero interrumpía el aire solemne.

Vestía el uniforme de gala de Valerius: negro con bordados de hilo dorado, la insignia del estandarte solar en el pecho. Tenía el porte recto, los ojos serios… pero no arrogantes. Cumplía con su deber.

Extendió un pergamino sellado con lacre rojo.

—En nombre de Su Majestad, el rey de Valerius —dijo con voz clara—, traigo una invitación formal para la casa Hoshino.

Madre dio un paso adelante. Tomó la carta con elegancia y reverencia, como si cada movimiento formara parte de una danza sagrada.

—¿Qué motivo? —preguntó padre con voz firme.

El mensajero bajó la cabeza levemente, como respetando el aire pesado del momento.

—El Festival de la Concordia se celebrará en Aethelgard en siete días. El rey desea contar con la presencia de toda la familia Hoshino, como gesto de alianza renovada.

Sentí una mezcla de sorpresa y euforia.

¿Festival? ¿Concordia? ¿Aethelgard? ¿Siete días? ¿Toda la familia?

Zuzu se giró hacia mí, como si también supiera lo que eso significaba: un viaje, un evento público, oportunidades... y problemas.

Padre recibió la carta de madre y deshizo el lacre. Desenrolló el pergamino con ambas manos, su ceño fruncido no por molestia, sino por concentración.

—"A la Honorable Casa Hoshino, amigos del trono de Valerius:

Con motivo del Festival de la Concordia, cuya tradición ancestral renace este año tras la paz de los Cuatro Reinos, se extiende esta invitación a su familia, en reconocimiento a su honor, legado y lealtad.

Durante el evento, se llevará a cabo:

El torneo de exhibición de las escuelas nobles de combate y magia.

La presentación oficial de la heredera de Valerius ante las casas aliadas.

El baile de bienvenida, que marcará la renovación simbólica de los lazos entre linajes.

Asimismo, Su Majestad desea expresar que ha hablado a su hija sobre Edu Hoshino. La princesa, intrigada por los relatos que ha escuchado, ha solicitado conocerlo con el propósito de establecer una nueva alianza entre las futuras generaciones de ambas casas."

Padre bajó la carta, su expresión era ilegible.

Yo, por supuesto, no podía contenerme.

—Una nueva alianza... ¡Así que la princesa sí aceptó casarse conmigo!

¡BAM! ¡BAM!

¡Impacto simultáneo!

Azumi lo golpeó con la bandeja del té. Shizuka con el libro que traía en la mano.

—¡Mocoso manipulador! —espetó Shizuka.

—¡Eres un egoísta sin remedio! —gritó Azumi.

—¡Tendrías que estar bajo un hechizo para que una princesa acepte eso! —rugieron ambas a la vez.

Yo me sobé la cabeza y sonreí. Zuzu se limitó a cerrar los ojos, como quien presencia una tragedia repetida.

Padre me ignoró con precisión quirúrgica.

—¿Algo más? —preguntó.

El mensajero negó.

—Solo que la decisión de asistir será tomada como símbolo público de respeto mutuo. El rey ha dispuesto escoltas si así lo requieren.

Madre asintió. Luego nos miró. A todos.

—Daremos una respuesta al anochecer.

El mensajero se inclinó, dio dos pasos hacia atrás y salió sin decir más.

Cuando la puerta se cerró, mi respiración volvió.

—¿Qué opinan? —preguntó padre, dirigiéndose a nosotros.

Hinata permanecía en silencio. Su expresión era extraña, como si aún buscara respuestas que no estaban en ese cuarto.

Azumi miró a madre, luego a Shizuka. Ninguna habló.

Fui yo quien rompió el silencio.

—Pues yo digo que sería una falta de respeto no asistir. ¿Qué clase de aliados seríamos si rechazamos una invitación con sello real y posibilidad de banquetes, batallas simuladas y baile con elegancia?

—No es un torneo, Edu —murmuró Shizuka.

—¡Pero podría serlo!

Zuzu bufó. Yo asentí.

—¡¿Ves?! Zuzu también está de acuerdo.

Padre soltó una exhalación breve.

—Kenji, Hinata… ¿qué opinan ustedes? —preguntó.

Me giré hacia ellos con curiosidad, especialmente hacia mi hermana.

Había algo en sus ojos...

[Vista de Hinata]

Cuando padre preguntó, solo pude decir que no me sentía bien... y salí de la sala, rumbo a mi habitación.

No era una excusa. No era un desvío.

Era la única verdad que podía pronunciar sin romperme.

Caminé en silencio, preguntándome qué había pasado.

Algo no encajaba. Lo sentía. Lo sabía.

La segunda carta.

En mi sueño, lo vi con una nitidez aterradora: una segunda carta. No hablaba de bailes, ni de alianzas, ni de presentaciones.

Era la advertencia. Esa advertencia que nos conduciría al bosque de las Fauces Grises.

La verdad oculta tras la cortesía. La razón por la que, en realidad, debíamos ir a Aethelgard.

Y sin embargo, cuando el emisario se retiró… no supe qué hacer. Me quedé inmóvil, mirando sus manos vacías, esperando que, en el último segundo, sacara otro pergamino.

Que lo entregara. Que confirmara que no todo esto era una mentira educada.

Pero eso… nunca ocurrió.

Y en ese silencio… fue cuando más ruido hizo el presagio.

[Vista de Edu Hoshino]

—¿La viste salir? —pregunté a Kenji mientras avanzábamos por el pasillo de piedra.

—Sí. Dijo que no se sentía bien. Creo que fue directo a su cuarto.

Me detuve frente a la puerta de Hinata. Zuzu venía con nosotros, más callada de lo habitual. Algo la había inquietado también.

Golpeé con los nudillos, suave.

—¿Hinata? Soy yo... ¿todo bien?

Unos segundos de silencio.

—Sí —respondió su voz desde adentro, tranquila, demasiado tranquila.

—¿Estás segura? —insistió Kenji.

—Sí, de verdad. Solo estoy cansada... Quiero descansar un poco.

Nos miramos. Ninguno de los dos creyó del todo la respuesta. Pero sabíamos que, con Hinata, forzar la puerta nunca funcionaba.

—Está bien —dije en voz baja, para que me oyera—. Descansa, hermana.

Retrocedimos, aunque mi pecho seguía sintiéndose como si Zuzu hubiera arañado algo en su interior.

(Vista de Hinata)

Me recosté en la oscuridad, abrazando la figura del gato de cerámica como si pudiera protegerme de aquello que no entendía. Mi pecho se contraía con cada sollozo. El nudo en mi garganta no se deshacía. Lloraba, en silencio, en la penumbra. No por dolor físico, sino por esa angustia que no tiene nombre.

—Ayuda... —susurré—. Por favor, si hay alguien allá arriba... ayúdame...

Y entonces, el sueño me reclamó.

El sueño, cuando finalmente me reclamó, no fue un alivio. No fue un escape. Fue una caída.

Sentí cómo mi conciencia se desprendía de mi cuerpo agotado, no flotando hacia un mundo de fantasía, sino hundiéndose en un abismo de negrura absoluta. Era el mismo vacío de mi visión, el silencio infinito que seguía al chasquido que borraba la realidad. Mi llanto desesperado en la almohada se había convertido en un eco silencioso en esta nada.

Así que esta es la respuesta, pensé, una tristeza tranquila y resignada envolviéndome. Pedí ayuda, y la respuesta es el olvido. El final.

Floté en esa nada atemporal, una mota de polvo de memoria en una oscuridad sin estrellas. Ya no sentía miedo, solo una profunda y solitaria pena por el mundo cálido y ruidoso que había perdido. Acepté mi destino. Cerré mis ojos sin párpados, lista para disolverme por completo.

Pero me equivocaba.

En el centro de esa oscuridad, un punto de luz nació. No fue una explosión. Fue un despliegue.

Como una gota de tinta blanca cayendo sobre un papel negro, la luz comenzó a extenderse, no con velocidad, sino con una autoridad inevitable. Era una luz pura, sin calor, sin fuente aparente. Simplemente era.

Y no empujaba la negrura. La borraba. Donde la luz tocaba, la oscuridad dejaba de existir.

La luz no se limitaba a iluminar; construía.

Primero, se formó el suelo: un plano infinito de mármol blanco, sin vetas ni imperfecciones. No reflejaba mi imagen, sino la propia luz, eliminando todas las sombras.

Luego surgieron árboles de cristal, cuyas ramas crecían como fractales exactos. Las flores eran prismas sólidos, joyas que refractaban un espectro de colores sin vida.

El único sonido era un zumbido perfecto, el murmullo de esferas de cristal girando en sincronía.

Era el lugar más hermoso que jamás había imaginado. Y también, el más aterrador.

Porque era belleza sin alma. Perfección sin emoción.

Me sentí increíblemente pequeña, una mancha de miedo en un lienzo de lógica pura.

Y entonces, la voz habló.

No la oí. La sentí.

—Has visto la verdad, pequeña profetisa.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Qué verdad?

—Estás en un lugar de lógica. Yo soy el jardinero. Y tú has visto la herida en mi creación. Has visto la sombra que amenaza con oscurecerlo todo.

—Fue real... —pensé.

—Fue una posibilidad —respondió la voz—. Pero puede evitarse.

—¿Cómo? Estoy sola. Nadie me cree.

—No estás sola. Y la advertencia... ya llegó.

—No... la carta nunca—

—La advertencia no es una carta. Es una persona.

Silencio.

—La única advertencia que importa, Hinata Hoshino... eres tú.

Me estremecí.

—¿Por qué yo? Soy solo una niña.

—Porque tu corazón es puro. Porque tú puedes sostener una verdad que otros destruirían. No con la fuerza de una espada, sino con la claridad de quien aún no se ha roto por completo.

El miedo a la locura se disipó. No estaba rota. Estaba elegida.

—¿Qué debo hacer?

—Guardar el secreto. Guiar sin revelar. Amar sin explicar. Porque si ellos supieran... su amor los condenaría.

Vi en mi mente la imagen de mi familia cayendo en esa sombra.

—¿Puedes hacerlo? ¿Puedes llevar esta carga sola?

Tragué la respuesta como si fuera un veneno y un voto sagrado.

—Sí. Lo haré.

—Bien. Seré tu guía. Seré la sabiduría que te falta, la fuerza que aún no tienes. Y cuando la oscuridad se alce... recordarás este jardín.

La luz lo consumió todo. Una nota perfecta sonó... y luego, el silencio.

—Despierta, Guardiana de la Advertencia. Tu verdadera misión... comienza ahora.

Abrí los ojos. La luz que me cegaba era la del amanecer, entrando por la ventana.

No tenía miedo. Tenía propósito.

Y esta vez, estaba lista para jugar mi carta.

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